¿Que tiene de especial nuestro planeta respecto a otros del sistema solar o de otros sistemas planetarios de la Vía Láctea?
El último diseño de traje espacial realizado por científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) registra un gran número de complejos aparatos y estructuras que le permiten a un ser humano sobrevivir por algún tiempo en otro planeta o satélite natural. Entre otras muchas cosas, el traje los protege de temperaturas extremas (hasta 135º C con luz directa y hasta 82º C bajo cero en la sombra), cuenta con tela contra golpes de meteoritos provista de 8 capas, casco de policarbonato con una bolsa de agua, un panel computarizado con sensores que monitorean oxígeno y temperatura, sistema de soporte vital con oxígeno para siete horas, sensores de humedad, etc. Se piensa que este traje ya lo podrán usar astronautas en la misión a la Luna en 2018 y tendrá un costo de doce millones de dólares. Si tuviésemos que comprarle un traje de este tipo a cada persona en la Tierra para que viva en ella, ésta se quedaría despoblada, porque casi nadie lo podría pagar. Sin embargo, aún con todas las diferencias de clima existentes en nuestro planeta, hay seres humanos viviendo perfectamente de Norte a Sur y de Este a Oeste sin necesidad de aparato alguno, además de miles de otras especies de organismos vivos.
¿Qué tiene de especial nuestro planeta respecto a otros del sistema solar o de otros sistemas planetarios de la Vía Láctea? O preguntado de otra forma, ¿por qué no le ha sido posible a la ciencia de la aeronáutica y de la astronomía detectar indicios de organismos vivos en las múltiples prospecciones realizadas a otros planetas y satélites planetarios?
Todos los datos concretos (extrayendo los enunciados hipotéticos sin pruebas) que han sido entregados hasta ahora por la investigación espacial coinciden en señalar que la Tierra es el único planeta del sistema solar capaz de sustentar organismos vivos (Gaidos et.al. 2007, Hakan et. al. 2007, Kerr 2007, McEwen et al. 2007). Esto es un hecho extraordinario, teniendo en cuenta que teóricamente la Tierra estaría hecha del mismo material que los demás planetas, que los mismos procesos que influyeron en su formación habrían influido de manera similar en los otros planetas del sistema solar y en el mismo tiempo, y que la energía solar (sustentadora de la mayor parte de la vida en la Tierra) también irradia sus energías sobre el resto del sistema solar.
Sin embargo, a pesar de todo ello, la Tierra es distinta. Demasiado distinta. Hoy que tenemos la opción de mirar fotografías de planetas tomadas desde naves espaciales o satélites, vemos que la Tierra vista desde el espacio es realmente un planeta hermoso, si se contrasta con otros planetas o sus satélites, los cuales presentan sus superficies desoladas, de aspecto árido, con colores sombríos. Por el contrario, la Tierra desde el espacio se ve con colores brillantes; se observa un intenso color azul, producto de su enorme masa de agua, unos mantos blancos suspendidos entre mar y atmósfera cubriendo el planeta por distintos lugares – es el vapor de agua convertido en nubes que luego riegan la superficie terrestre; la propia atmósfera refleja una bella luminosidad cuando se fotografía a la Tierra en determinado ángulo; y, finalmente, otro bello color que destaca son esas enormes manchas verdes (todavía) en algunos continentes, producto de los bosques ubicados en zonas tropicales y temperadas. Los colores brillantes (atmósfera) azul, blanco y verde que muestra la Tierra son los colores de la vida, los que representan sustancias, estructuras o complejos compuestos que permiten en gran medida la subsistencia de organismos vivos en la Tierra. Sin atmósfera, sin agua, sin nubes y su ciclo hidrológico, sin vegetales y su capacidad de transformar la energía luminosa del sol en energía química que da alimento a la mayoría de sus seres vivientes, la vida en la Tierra no tendría sustento.
La Tierra y sus vecinos
Aunque algunos planetas del sistema solar se están eliminando (conceptualmente) como Plutón – y posiblemente se agreguen otros (como Caronte y Xena), nuestro sistema solar alberga a cerca de una decena de planetas. En una primera agrupación por características similares están aquellos que son gigantes gaseosos como Júpiter, Saturno y Urano. La distancia que separa a estos planetas del sol es demasiado grande como para que se den las condiciones de agua líquida. Lo mismo ocurre con el planeta Neptuno. La radiación solar que llega a estos planetas es demasiado baja. En caso de que exista agua, se especula que debiera encontrarse en forma de hielo. Las probabilidades, por tanto, de albergar vida son cercanas a cero. Sus atmósferas compuestas principalmente de Hidrógeno y Helio no son adecuadas para el sustento de la vida.
Por el contrario, el planeta Mercurio se encuentra demasiado cercano al sol en su órbita; es el planeta más interno del sistema solar, con temperaturas que alcanzan los 400 grados Celsius durante el día, suficientes para fundir el plomo. Pero al no tener una atmósfera adecuada que conserve el calor, por la noche la temperatura baja hasta 200º C bajo cero. Es decir, puede haber en un solo día diferencias de hasta 600º C.
La segunda agrupación importante la constituyen otros tres planetas: Venus, Tierra y Marte. Los astrónomos los agrupan como planetas rocosos, que comparten más características en común que con el resto de planetas. Pero es a Venus a quien se le ha considerado como el ‘planeta gemelo’ de la Tierra. Venus y la Tierra son planetas vecinos, con un tamaño y masa parecida, y, según los astrónomos, parecieran haber sido muy similares cuando se estaban formando y enfriando. Sin embargo, lo que llama la atención de científicos expertos (Hakan et al. 2007), es que habiendo sido altamente similares al inicio, la Tierra y Venus sean hoy día tan radicalmente distintos. En otras palabras, mientras el planeta Venus continúa en la actualidad con un alto nivel de entropía (vacío y desordenado), la Tierra en algún momento bajó su entropía (se ordenó) obteniendo condiciones extraordinarias que permitirían sustentar la vida.
Se ha calculado que tanto la Tierra como Venus tendrían cantidades similares de CO2, pero mientras la Tierra tiene la mayoría de su CO2 convenientemente atrapado como carbonato en la corteza terrestre, Venus lo tiene como gas en su atmósfera. Este exceso de CO2 atmosférico hace que el clima sea extremo en su superficie con temperatura y presión muy distintas a las de la Tierra. Adicionalmente, la atmósfera de Venus es altamente densa, conteniendo ácido sulfúrico y otros aerosoles desconocidos. Venus se diferencia de la Tierra, además, porque no presenta estacionalidad y carece de agua. Todo ello hace que sus condiciones sean totalmente adversas para la vida allí.
Toda la información recabada en más de 30 expediciones a Venus, desde el envío de la nave Mariner 2 en 1962, no es suficiente para aclarar este misterioso proceso planetario. ¿Por qué la Tierra se diferenció tanto de Venus y de los demás planetas, con una enorme masa de agua que cubre tres cuartos de su superficie, con continentes duros que se nutren de los océanos a través del ciclo del agua en interacción con la atmósfera, la que dispone de oxígeno para la vida? La tierra en sí es como un gran organismo vivo y existe una importante teoría ecológica que así lo considera, denominada inicialmente Gaia, pero renombrada como ‘Ciencia del sistema de la Tierra’. Su autor es James Lovelock, considerado como uno de los grandes pensadores de nuestra época y una de las figuras más influyentes del movimiento ecologista.
¿Donde podemos hallar una respuesta definitiva a las causales que produjeron diferencias tan fundamentales entre estos dos planetas (Tierra y Venus), a los que la ciencia señala como gemelos en inicio pero que luego fueron tan colosalmente distintos, uno preparado para sustentar vida y el otro no?
Planeta diseñado para sustentar la vida
De acuerdo a las teorías científicas, la Tierra fue uno de los tantos planetas del sistema solar que se formó a partir del colapso de una estrella. Sin embargo, se está muy lejos de explicar cómo es que llegó a ser un planeta único con características tan excelentes. La Tierra es única por varias razones: es el único planeta con agua líquida en su superficie. Ello se debería, según la ciencia, a que su órbita se encuentra en la denominada ‘zona habitable’, a una distancia del sol óptima, con una temperatura en rangos estrechos y una adecuada presión atmosférica. Pero no existe explicación clara respecto a cómo se formaron los enormes mares.
Otra diferencia muy importante es que la Tierra se encuentra ligeramente inclinada en su eje principal en unos 23 grados, lo que genera las estaciones del año e influye en la variabilidad climática y en los ritmos biológicos. Todos factores altamente importantes para la vida, como lo es también la presencia de una atmósfera muy especial, compuesta de múltiples capas y de variados gases, donde el Nitrógeno y el Oxígeno son los de mayor proporción, siendo el Oxígeno absolutamente vital para la vida. Sin su presencia, la vida en la Tierra casi no sería posible (existen unos pocos microorganismos que utilizan el Nitrógeno o el Azufre en vez del Oxígeno).
La atmósfera aporta el aire respirable, la humedad, atrapa calor del sol y mantiene la superficie terrestre cálida, sin temperaturas demasiado extremas, protege a los organismos de las lluvias de meteoritos y los protege, además, de la letal radiación ultravioleta.
Creación del universo
Respecto del origen del universo y de la Tierra, la Biblia es breve, no entra en detalles, pero la información que entrega es clara y contundente. Dios se presenta como su Creador y señala una gradualidad en el proceso de formación. En primer término creó el universo, las galaxias, y entre éstas, la Vía Láctea donde se encuentra la Tierra: En el principio creó Dios los cielos y la tierra (Génesis 1:1). El versículo sólo señala cielos y Tierra, pero dados los conocimientos astronómicos de hoy podemos deducir que el contexto astronómico en donde se encuentra la Tierra aquí (cielos) es el universo y sus galaxias. Sin embargo, hasta este punto la Tierra no se describe con característica especial alguna.
Luego, Génesis 1:2 explica que no siempre la Tierra estuvo tan dispuesta para albergar vida. Más bien era un planeta desordenado (con alta entropía como los demás), sin una separación clara entre su superficie y la atmósfera, cubierta de gases y vapores (tinieblas), seguramente de feo aspecto, como lo es Venus y los demás planetas; La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas (Génesis 1:1-2). Nos dice, además, que al inicio nuestro planeta estaba cubierto completamente de agua. No se observaba continente alguno.
Este inicio ya aparece como diferencial respecto a la formación de los otros planetas que forman nuestro sistema solar. La importancia del agua líquida para la vida (animal, vegetal, microbiana, etc.) es fundamental. No es posible vida alguna sin presencia de agua líquida: cada reacción química dentro de la célula ocurre con su participación. Sin embargo, una información crucial aquí es que muestra al Espíritu de Dios trabajando (moviéndose) sobre el planeta Tierra (Job 38:4-6, Isaías 40:12), generando orden en medio del caos, estableciendo principios reguladores de los elementos y todo lo necesario para ir transformando un planeta estéril y caótico en uno que respire habitabilidad.
Luego, el relato bíblico reseña la formación de otro rasgo planetario imprescindible para la vida como lo es la atmósfera. «Luego dijo Dios; haya un firmamento en medio de las aguas para que separe las aguas de las aguas … Al firmamento llamó Dios cielos…» (Gén. 1:6, 8). La definición de cielos aquí corresponde a la cubierta del planeta Tierra (la atmósfera), distinto a «los cielos» señalados en Génesis 1:1, los que corresponden al espacio en que la tierra se encuentra (el universo).
En la tercera etapa de la secuencia creadora de la Tierra, Dios le ordena al planeta –el cual está formando con un especial propósito, y que hasta este momento está totalmente cubierto de agua– que se junten las aguas que están debajo de la atmósfera, es decir, sobre la superficie del planeta, y se descubra lo seco (Gén. 1:9-10). «Reúnanse las aguas que están debajo de los cielos en un solo lugar, para que se descubra lo seco. Y fue así. A la parte seca llamó Dios tierra, y al conjunto de las aguas lo llamó mares». Otros libros de la Biblia corroboran este pasaje; 2ª Pedro 3:5 dice «…y también la tierra, surgida del agua y establecida entre las aguas por la palabra de Dios» (LBLA).
La tierra está compuesta de diversas sustancias y elementos, los que fueron endurecidos y se unieron, formándose también montañas y cerros (Isaías 40:12) en el proceso de formación de los continentes.
La colosal evidencia científica actual que reconoce a la Tierra como un mundo ideal y único para la vida, necesariamente debieran instar a que las cervicales humanas se inclinen ante la magnificencia creadora y sustentadora de la vida, que es el Señor, porque Él es el responsable último de la habitabilidad de la Tierra. Así lo explicita claramente Isaías: 45:18: «Porque así dice Jehová, que creó los cielos, El es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso, no la creó en vano, sino para que fuera habitada la creó».
Esta característica especial de habitabilidad de la Tierra a que se refiere Isaías, empieza a ser confirmada por la ciencia a la luz de nuevas evidencias (Lovelock 2006, 2007).
La Madre Tierra
Que el planeta Tierra es algo muy especial no sólo lo sabemos hoy por lo que ha descubierto la ciencia de le ecología y la aeronáutica.
En muchas culturas antiguas aparece el concepto de que la tierra es similar a un organismo vivo y que sus constantes ciclos funcionan para dar habitabilidad y frutos. Los griegos tenían la diosa de la Tierra Gaia (de acá toma el concepto el ecólogo Lovelock), la que habría puesto orden en un planeta caótico. Los pueblos andinos adoraban la Tierra considerándola un ser vivo, la Pachamama, la que podía mostrase generosa con los frutos que producía o castigarlos por determinados actos, no produciéndolos, o siendo inclemente con el clima.
En la actualidad, y desde la propia ciencia (a regañadientes al principio), nace la hipótesis de James Lovelock, ya mencionada al inicio, Gaia, la Madre Tierra griega. Según esta hipótesis, la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra, conocida en ecología como la biosfera, se comportan como un todo coherente, donde la vida se encarga de regular sus condiciones esenciales.
Lynn Margulis, una prestigiosa bióloga que creyó en los postulados de Lovelock, señalaba en los años 70: «La vida en la tierra, o la biosfera, regula o mantiene por sí misma el clima y la composición atmosférica en un punto óptimo». La expresión «por sí misma» cayó como una bomba en gran parte del ambiente científico. ¿Cómo se atrevían a señalar que la Tierra actuaba como un superorganismo propiciando las condiciones de habitabilidad a través de complejos ciclos biogeoquímicos y procesos fisicoquímicos para otorgar condiciones de vida ideales? ¿Qué clase de científicos eran Lovelock y Margulis? Pero así como Galileo respecto a la misma Tierra porfió en que realmente se movía, Lovelock se mantuvo firme hasta ser reconocido luego de un par de décadas en la comunidad científica.
Base científica del diseño habitable de la Tierra
La idea de Lovelock fue muy atrevida en su momento, pero el avance de la ecología y el actual desequilibrio planetario provocado por el hombre (calentamiento global, extinción de especies, deforestación, adelgazamiento de la capa de ozono, entre otras) le fueron dando la razón.
La ciencia de la Ecología afirma que «Sólo hay vida en el contexto de un ecosistema» (Nebel, & Wright 1999), entendiendo por ecosistema al conjunto de organismos vivos en un lugar determinado, sus interacciones entre sí y las interacciones de éstos con el medio ambiente o componente abiótico del ecosistema. ‘Hábitat’ es otra palabra clave: es el lugar físico donde una especie vive, en donde se presentan las condiciones adecuadas de parámetros (químicos, físicos, etc.) que le posibilitan su subsistencia. Un ecosistema puede presentar diversos hábitats.
Por otro lado, la destrucción de los hábitats es la principal causa de desaparición o extinción de especies en el planeta. La pérdida de habitabilidad del medio ambiente conducirá dentro de unos 45 años, si continúa el ritmo de destrucción del medio ambiente debido a la acción humana, a una desaparición del 50% de las especies de la biosfera (Audesirk et al. 2003).
La palabra ‘biosfera’ fue usada por primera vez en 1875 por el geólogo austriaco E. Suess (Margalef 1993), en donde destacaba aquella capa del globo terráqueo representado por la vida. Incluía en parte a las otras capas (litosfera, hidrosfera y atmósfera).
Luego Vernadsky, en 1929, le da un mayor énfasis a este concepto y no sólo lo relaciona con la vida, sino también con el destino del planeta. Es decir, la biosfera no sería una estructura pasiva del planeta sino que «habría una fuerte interacción y dependencia con los organismos vivos, de modo que si la superficie de nuestro planeta es distinta a la de otros, se debería mayoritariamente al resultado de la vida que en él hay» (Margalef 1993). En esto coincide con la visión de Lovelock y su hipótesis de Gaia y del carácter sistémico y de auto-regulación entre biosfera y seres vivos. Existe una indisoluble dependencia entre ambos componentes de la Tierra, en donde uno retroalimenta al otro. Esto fue muy difícil de ser reconocido por una buena parte de la comunidad científica. ¿Cómo otorgarle a la Tierra y su Biosfera una calidad casi de organismo vivo? No actúa como organismo pensante o conciente, pero sí es capaz de regular su clima, su temperatura, su humedad, las concentraciones de gases atmosféricos, etc., todo en función de los organismos que la habitan.
Científicos convertidos
Muchos científicos pensaron que el autor de la hipótesis de Gaia (Lovelock) era un científico creacionista, ‘un místico chiflado’ al proponer a la Tierra tan perfectamente diseñada como albergue para la vida, como si hubiese un propósito tras todo ello. Lovelock fue ridiculizado, sus ideas fueron perseguidas por mucho tiempo, no publicándose nada que hiciera alusión a Gaia. Sin embargo, a partir de los años 90 la comunidad científica internacional empezó a aceptar sus ideas y hoy es ampliamente citado, aunque cambiaron el nombre de la teoría y de Gaia pasó a llamarse ‘Ciencia del sistema de la Tierra’.
Lo curioso de esta historia es que Lovelock, en su libro «Homenaje a Gaia» (2006), se declara agnóstico. Logra este científico darse cuenta que la vida no puede generarse en otros planetas, porque la Tierra es especial. Así lo planteó a científicos de la NASA que investigaban indicios de vida en Marte, cuando lo invitaron a que se uniera a su equipo. Luego se enojaron con Lovelock porque éste les dijo que en Marte no encontrarían vida alguna. La vida es para la Tierra y la Tierra para la vida, ambos son inseparables, dice Lovelock. Sin embargo, su teoría falla al no lograr explicar cómo se inició todo, ya que ambos (Tierra y organismos vivos) son interdependientes. Dado este escenario, las opciones no son más que dos: la primera, es que ambos nacieron simultáneamente, o bien uno fue diseñado a propósito para el otro, para luego continuar juntos. Esto último la Biblia ya lo explicó muy bien, no ahora, sino hace miles de años. La Tierra, por tanto, no es un planeta más. Es un hogar habitable, diseñado y trabajado por Dios para disfrute del hombre y las demás especies creadas. Hogar perfecto al inicio en el huerto de Edén, rebajado en calidad luego de la caída del hombre y degradado ambientalmente en forma extrema en el último siglo.
Así y todo, nuestro planeta aún muestra destellos preciosos de su creación especial, esperando ser liberado de la esclavitud a la que fue sometido por causa del hombre.
Literatura citada:
Audesirk T., G. Audesirk & B. Byers. 2003. Biología. La vida en la Tierra. Pearson Educación. Sexta Edición. 889 pp.
Gaidos E., N. Haghighipour, E. Agol, D. Latham, S. Raymond, J. Rayner. 2007. New Worlds on the Horizon: Earth-Sized Planets Close to Other Stars. Science. Vol. 318 – 210-213.
Hakan S., D. Titov , F. Taylor & O. Witasse. 2007. Venus as a more Earth-like planet. Nature; Vol. 450/29.
Kerr R. 2007. Is Mars Looking Drier and Drier For Longer and Longer? Science Vol.317 21 September.
LBLA. La Biblia de las Américas.
Lovelock J. 2006. Homenaje a Gaia. Ed. Grupo Océano. 547 pp.
Lovelock J. 2007. La venganza de la Tierra. Editorial Planeta. 249 páginas
Margalef R. 1993. Teoría de los sistemas ecológicos. Publicacions Universitat de Barcelona, España, Segunda edición.
McEwen et al. 2007. A Closer Look at Water-Related Geologic Activity on Mars. Science. Vol. 317-1706-1709.
Nebel, B & R. Wright. 1999. Ciencias Ambientales, Ecología y Desarrollo Sostenible.
Reina Valera. 1995. Santa Biblia, Revisión 1995. Sociedades Bíblicas Unidas.