Epístola a Tito (2a Parte)
El ejercicio de la disciplina en la iglesia
Lamentablemente, aun el propio pueblo de Dios no gusta de la disciplina. El pueblo de Dios no aprecia la disciplina, no sólo en sus vidas personales, sino tampoco en la iglesia. Ellos desean que la iglesia sea un lugar donde todos sean libres para todo, donde cada uno pueda hacer lo que quiere, porque eso lo interpretan como amor.
¿Es posible que la disciplina y el amor sean antagónicos? ¡Ciertamente no! Pues si la disciplina debe ser ejercida, es por causa del amor. La iglesia es la casa de Dios, es el reino del Hijo de Dios. Hay amor en la iglesia, y es por esa misma razón que la disciplina debería ser muy evidente en la iglesia. En verdad, si no hay disciplina, no hay iglesia.
Por otro lado, ¿cómo debe ser ejercida la disciplina en la iglesia? Por desgracia, a lo largo de muchos años de cristianismo, muchos han abusado de la disciplina. La han transformado en algo legalista, algo judicial. Sin embargo, la disciplina en sí misma no es algo judicial – la disciplina es amor.
En el Nuevo Testamento, hay por lo menos tres niveles de disciplina. El primer nivel es la disciplina en la relación entre hermanos (Mateo 18:15-17). El próximo nivel es el de la disciplina de la relación paternal (Gálatas 6:1). El tercer nivel es la disciplina del Hijo sobre su casa, la disciplina de la iglesia (1ª Corintios 5). Recordemos que este último nivel debe ser también el último en ser practicado. Es decir, después que todas las otras medidas han sido aplicadas, entonces debe entrar en acción la disciplina de la iglesia, porque no todas las cosas necesitan pasar por esta disciplina. Si alguien ya fue disciplinado en alguno de los otros niveles de relación, entonces no es necesario aplicar la disciplina de la iglesia, pues la disciplina ya fue aplicada.
La relación entre hermanos
El tema de la disciplina en la relación entre hermanos es tratado en Mateo 18. Nosotros somos muchos hermanos y hermanas y, por el hecho de no ser aún perfectos, de vez en cuando pecaremos unos contra otros.
¿Qué debemos hacer si un hermano peca contra otro hermano? ¿Debemos llevar el asunto a la iglesia para que la iglesia lo juzgue? Eso sería actuar judicialmente. No debe ser así. Si un hermano peca contra ti, no hagas público el asunto de modo que lo sepan todos los hermanos, no traigas el asunto de inmediato a la iglesia. Si todos obran siempre de esta manera, la iglesia se transformará en un tribunal.
Si un hermano peca contra ti, en primer lugar, por causa del amor, debes perdonarlo. Pero eso no es suficiente, pues aunque lo hayas perdonado, él aún está en tinieblas. Necesitas restaurar a tu hermano. El objetivo de la disciplina es la restauración, jamás el castigo. Por eso, es tu responsabilidad de amor, después de haber perdonado a tu hermano, ir a él y hablarle la verdad en amor. Recuerda que tu objetivo no es justificarte a ti mismo.
A veces algún hermano me ha hecho mal y yo lo busco porque quiero ajustar las cuentas con él. Quiero exigir mis derechos. Si tú vas pensando de esa manera, estarás totalmente equivocado, pero si vas a él en amor, y le dices: ‘Hermano, quizás no te has dado cuenta, pero has procedido de mala forma conmigo; lo que tú has hecho no está correcto a los ojos del Señor’. Con eso, estarás tratando de traer a la luz a aquel hermano que anda en tinieblas, porque si él está en tinieblas, tanto la relación de él con el Señor como la relación contigo será perjudicada.
Si algún hermano pecó contra ti, y este pecado nunca fue tratado, habrá siempre una especie de sombra entre ti y ese hermano. Entonces la comunión habrá sido afectada. Por esa razón, es tu responsabilidad de amor ir hasta tu hermano y decirle: ‘Hermano, yo quiero tener comunión plena contigo, pero hay un impedimento que necesita ser esclarecido. Tú has cometido un error y debes volver al Señor’. Si tu hermano te oye, habrás ganado a tu hermano.
Pero, si ese hermano no quisiera oírte, ¿qué vas a hacer? Tu responsabilidad no habrá terminado, porque el amor tiene que andar la segunda milla. Deberás buscar a uno o dos hermanos más, no cualquier hermano o hermana, sino aquellos que son respetados por ti y por el hermano ofensor, de modo que puedan servir como testigos, porque por la boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto.
El objetivo de todo eso, sin embargo, no es comprobar que tú estás en la verdad, sino restaurar a tu hermano. Y si ese hermano fuere humilde, él se humillará en esa circunstancia. Si, al contrario, él no se humillare, entonces tú debes ir a la iglesia. Y la iglesia, representada por el liderazgo, va a tratar con ese hermano y va a decirle: ‘Querido hermano, hemos visto que tú andas en tinieblas. Tú necesitas arrepentirte, porque está siendo afectada tu comunión’.
¿Qué pasará si él no oyere a la iglesia? ¿Será excomulgado? No, hermanos. Ese ha sido uno de los errores cometidos por la cristiandad en el pasado. Ellos usaron ese versículo para excomulgar a las personas; pero si leemos cuidadosamente, veremos lo que está realmente escrito: «Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano» (Mateo 18:17).
Si el hermano ofensor no oye a la iglesia, pensamos que ésta debería excomulgarlo, mas está escrito que eso es algo que sólo tú deberías hacerlo. Tú puedes tenerle como gentil y publicano. Solamente es afectada su comunión personal. Él aún está en la iglesia, porque el pecado por él cometido no es lo bastante serio como para perjudicar a toda la asamblea. Es lo suficientemente serio para afectar a su relación personal, por eso debe ser tratado a nivel personal. Desde ese día en adelante tú lo verás como si fuese un incrédulo, un publicano. Pero, ¿cómo ves tú a un no creyente, a un publicano? ¿Lo desprecias? ¡No! ¡Tú lo amas!
Esa es, por lo tanto, la disciplina en cuanto a la relación entre los hermanos, y si tan sólo más de esa disciplina fuese ejercida en la iglesia, la iglesia no necesitará aplicar la disciplina, porque los problemas habrán sido resueltos de antemano. Hoy la disciplina se ha tornado muy judicial en su carácter, y eso está errado.
La relación paternal
Dios, nuestro Padre celestial, nos disciplina para que seamos sus hijos e hijas. En el pueblo de Dios, hay quienes son más espirituales que otros. Ellos conocen al Señor con mayor profundidad, tienen una mayor medida de Cristo en sus vidas, han vivido muchas experiencias, han sido más disciplinados, y por eso son más experimentados.
«Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gál. 6:1).
Aquellos que son más espirituales en la iglesia deben tener una especie de cuidado paternal sobre los otros hermanos que son menos espirituales, menos maduros. Cuando tú ves a un hermano que está errado, pero él mismo no percibe la situación en que se encuentra, por no haber pasado antes por esa experiencia, entonces tú puedes intentar restaurarlo con espíritu de mansedumbre. Tú tratas de ayudarlo, porque no quieres verlo caer. Tú amas a tu hermano, y eres para él como un padre en el Señor. No vas a él simplemente para acusarlo diciéndole: ‘Tú has hecho tal o cual cosa errada; estás condenado’. ¡No! Debes ir a él para restaurarlo con espíritu de mansedumbre.
En tal caso, debes actuar de la siguiente forma: ‘El Señor trató conmigo en ese asunto; por esa razón, mis ojos fueron abiertos. Yo puedo ver adónde serás conducido si esa falla en tu vida no es corregida. Por eso es que te estoy exhortando. Te pido humildemente, te ruego con lágrimas, que te arrepientas y te vuelvas al Señor’. Si actúas con ese espíritu es bastante probable que tu hermano será restaurado. Pero al hacerlo debes ser cuidadoso. No pienses que tú eres mejor que tu hermano, pues tú mismo puedes ser tentado y puedes llegar también a caer. De esa forma, por tanto, funciona la disciplina basada en la relación paternal.
La disciplina de la iglesia
Si ninguna de las medidas tomadas anteriormente produce resultados, y la falta del hermano es algo que va a corromper a toda la iglesia, entonces la iglesia necesita ejercer disciplina.
La iglesia es como un pan, un pan no fermentado. En 1ª Corintios 5:6, Pablo dice: «¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?». A veces ocurren cosas erradas en la iglesia, ya sean conductas erradas o enseñanzas erradas, las cuales, si no son tratadas, si permitimos que permanezcan, empezarán a leudar toda la masa, empezarán a destruir toda la iglesia, y en tales casos la iglesia debe ejercer la disciplina. Sin embargo, cuando la iglesia ejerce disciplina, debemos recordar siempre que debe ser en amor.
Un hermano dijo en cierta ocasión: «El hecho de pensar que un hermano tenga que disciplinar a otro hermano a quien el Señor ama, es un pensamiento que asusta».
¿Quién eres tú para que juzgues a otro a quien el Señor ama? ¿No te conoces a ti mismo? ¿Has olvidado tus propias flaquezas? ¿Cómo osas hacer algo así? Mas, el amor vence tales pensamientos y tú te dispones a disciplinar a tu hermano, no por ser mejor que él, sino porque tú amas a tu hermano, por amor al Señor. Por esa razón te dispones a pagar el precio; te arriesgas a ser malinterpretado, pero deseas salvar a tu hermano.
Hermanos, la disciplina nunca se divorcia del amor. Cuando la iglesia aplica disciplina, debe hacerlo en amor. Aquel hermano mencionado en 1ª Corintios 5 cometió un pecado que ni aun en el mundo es corriente: incesto. Por tanto, Pablo dice: «Esto es fermento. Si permiten que esto permanezca en la iglesia causará daño a la iglesia. Esto va a leudar a toda la iglesia, destruirá el testimonio de la iglesia». Pero, ¿qué hizo Pablo? Intentó despertar la conciencia de toda la iglesia. Antes que la iglesia pudiese ejercer disciplina, toda ella necesitaba arrepentirse. O sea, toda la iglesia debía identificarse con aquel hermano que pecó y arrepentirse con él delante del Señor.
Sólo cuando la conciencia de toda la iglesia es despertada y, como iglesia, reconocemos y decimos: ‘Nosotros hemos pecado contra Dios’, entonces puede ser ejercida la disciplina a fin de retirar el fermento del pan. ¡Lanzad fuera a tal persona! Pero eso es hecho con lágrimas y tristeza en el corazón. Excluir a un hermano o a una hermana de la comunión es algo muy serio. ¿Cómo osaríamos hacer tal cosa a no ser en amor?
El motivo por el cual una persona es excluida es el siguiente: para que ella se sienta avergonzada y pueda ser restaurada. Ella fue excluida para que el pan no sea todo leudado, para que la pureza del testimonio de Jesús sea preservada. Pero eso debe ser hecho no con sentimiento de justicia propia, sino en profunda humillación. El hermano es excluido de modo que nadie andará con él, él se sentirá avergonzado y deseará arrepentirse y ser restaurado. Y el resultado está en 2ª Corintios – aquella persona es restaurada, recuperada.
El límite de la disciplina es la iglesia. Después que una persona es excluida, ella no está más bajo disciplina, porque nosotros sólo podemos juzgar a aquellos que están dentro de la iglesia y no a los que están fuera. Aunque tú no tengas comunión, eso no significa que puedas odiar a aquel hermano. Tú lo mirarás como si fuese un incrédulo, y, ¿cuál debe ser nuestra actitud para con un incrédulo? Nosotros amamos a los incrédulos. Tú deseas verlo salvo, deseas verlo volverse al Señor. Repréndelo como un hermano, pero no lo odies como un enemigo. Así, por lo tanto, debe ser la disciplina en la iglesia.
La disciplina en la vida personal y familiar
La iglesia es la asamblea de los creyentes. Por eso, si nosotros, como creyentes individuales, somos disciplinados, entonces la iglesia no necesita ejercer disciplina. Lamentablemente, si nosotros, como individuos, somos indisciplinados, la iglesia tendrá innumerables problemas en la esfera disciplinaria. Fundamentalmente, por lo tanto, tiene que comenzar con cada persona.
Descubrimos que la palabra prudente aparece reiteradas veces en el segundo capítulo de la carta a Tito, el cual trata de las relaciones personales y familiares. Esta palabra, en verdad, significa dominio propio, control de sí mismo. El dominio propio es uno de los elementos del fruto del Espíritu de Dios. En Gálatas 5 tenemos la descripción del fruto del Espíritu, comenzando con el amor y finalizando con el dominio propio.
No pienses que ejercer dominio propio significa controlarse a sí mismo. El dominio propio significa colocarse bajo el control del Espíritu Santo. Una y otra vez es mencionado en ese segundo capítulo de la carta de Pablo a Tito: enseñar a los ancianos a ser sobrios, a tener dominio propio; las mujeres ancianas, las mujeres más jóvenes y los hombres más jóvenes también deben ejercer el dominio propio.
Los jóvenes, tanto los hombres como las mujeres, necesitan dominio propio. Como joven, tú debes colocarte bajo la disciplina del Espíritu Santo. Deja que el Espíritu Santo te hable a diario; permite que el Espíritu Santo te entrene; permite que el Espíritu Santo remueva de tu vida aquellas cosas que no agradan a Dios; deja que el Espíritu Santo construya en lo íntimo de tu ser aquello que traerá satisfacción al corazón de Dios – la vida de Cristo en ti. Si en tu vida cotidiana sigues al Espíritu Santo y estás bajo su disciplina, entonces tendrás dominio propio.
Los jóvenes necesitan ejercer dominio propio, pero eso no significa que los más viejos, sean hombres o mujeres, no necesiten también del dominio propio. En verdad, cuando tú eres joven, aún tienes alguna fuerza de voluntad y puedes, por una razón ética, controlarte a ti mismo.
Por ejemplo, si trabajas en una tienda como vendedor, y viene a ti un cliente difícil, que te hace mostrarle todo tipo de artículos, te pide explicaciones y, al final, cuando piensas que va a comprar algo, él simplemente no se decide y acaba sin comprar nada, entonces tú tratas de ejercer dominio propio para no tratar mal a esa persona; pero eso es por una razón ética. Has ejercido tu fuerza de voluntad.
Nosotros también podemos, por una razón de educación, ejercer dominio propio; mas eso no es real. El único dominio propio verdadero es aquel producido por el Espíritu Santo. Pero cuando vamos envejeciendo, nuestra fuerza de voluntad se debilita, y por esa razón los hombres y mujeres también necesitan de dominio propio. Si tú no fuiste disciplinado cuando eras joven, descubrirás que será mucho más difícil serlo cuando seas viejo. No obstante, aunque hayas sido disciplinado cuando eras joven, continuarás necesitando de disciplina cuando seas viejo. Todos necesitan la disciplina. No son sólo tus hijos quienes la necesitan; tú también la necesitas.
La disciplina no se restringe sólo a tu vida personal; debe tocar también tu vida familiar, pues ambas están interrelacionadas. Nuestra relación unos con otros necesita estar bajo disciplina. Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor. Padres, no ofendan a sus hijos al punto que ellos lleguen a perder la voluntad de hacer el bien. Maridos, amen a sus mujeres. Mujeres, sométanse a sus maridos. Las mujeres de más edad, que son disciplinadas, pueden enseñar a las más jóvenes a ser disciplinadas, a hacer los trabajos de la casa, a amar a sus maridos e hijos, a someterse a sus maridos, y así en adelante. Esas relaciones familiares deben estar bajo disciplina.
La disciplina social
Nosotros aún estamos en este mundo, aunque aquí seamos extranjeros y peregrinos. Tenemos un testimonio que dar en este mundo, y por tal razón necesitamos someternos a las autoridades que Dios puso sobre nuestras vidas. Todas esas cosas no son sólo enseñanzas, normas o reglamentos. ¡De ninguna manera!
A medida que leemos la carta de Pablo a Tito, descubrimos que todo está relacionado con la misericordia de Dios, con la salvación de nuestro Señor Jesús, con el poder del Espíritu Santo. Dios nos salvó de todo y de cualquier tipo de indisciplina y, por su gracia, nos transformamos en un pueblo exclusivo de Dios, somos propiedad suya. Es por eso que Dios, siendo tan lleno de gracia y misericordia, nos disciplina, con la finalidad de llevarnos a aquel punto en que seamos perfectos, es decir, maduros, transformados y conformados a la imagen del amado Hijo de Dios. Ese es el propósito supremo.
Amados hermanos, yo espero que podamos corregir el concepto que tenemos de disciplina, para que tengamos el concepto correcto. Que no rechacemos la disciplina; al contrario, que la aceptemos con alegría, porque ella tiene como objetivo nuestra perfección, nuestra madurez.
Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.