Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico, con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
La serpiente o la tentación
Aunque, como es natural, creemos que hubo una serpiente literal empleada como instrumento de la tentación, con todo, el lenguaje de la Biblia muestra con claridad y precisión una personalidad más fuerte detrás del agente visible, al cual se aplica este nombre (serpiente) en muchas alusiones subsiguientes. Los escritores del Nuevo Testamento hablan de modo invariable de Satanás bajo esta figura, y en las escenas finales del Apocalipsis se revela la visión de su juicio y destrucción finales.
La serpiente literal
No debe sorprendernos que Satanás se presentara ante nuestros primeros padres bajo esta forma, y que, al parecer, al verlo, Eva no se sobresaltara. No conociendo todavía todas las propiedades y características aún de la creación natural, ella debe de haber considerado como algo corriente que la serpiente se le dirigiera. Nunca había sido tentada antes, por lo que no había motivo para que se guardara contra la tentación. La lección para nosotros es evidente y solemne: que la tentación no nos asaltará, por lo general, en su aspecto repulsivo y en su fuerza satánica sin disfraz, sino que vendrá a través de una causa segunda, y siempre de una forma de la que en modo alguno vamos a sospechar.
La idea tradicional de que el diablo se presentó ante nuestro Señor con pezuñas y forma diabólica es contraria a la misma idea de la tentación; una criatura así no es probable que engañara a nadie o le persuadiera. Un viejo escocés, mirando un cuadro de la tentación, sonrió con ironía al ver la figura de un feroz enemigo, y respondió secamente: «Un diablo así nunca conseguiría tentarme». Sospechamos, pues, del mal que se nos acerca en formas insidiosas, no en apariencias sobrecogedoras o manifestaciones espeluznantes, sino en el simple quehacer de lo común, sucesos y objetos de nuestra vida cotidiana, y recordemos siempre que el precio de la seguridad es la vigilancia perpetua.
El tentador real
Tenemos, pues, que insistir en que se trataba del diablo. Isaías le llama «leviatán serpiente veloz … serpiente tortuosa … dragón que está en el mar» (Isaías 27:1). Pablo le llama la serpiente que engañó a Eva con astucia, y Juan le llama serpiente antigua, y dragón, que es el diablo y Satanás.
Una serpiente literal es probablemente el tipo más perfecto de sus características espirituales. Sabemos que la historia de Satán lo bastante como para reconocer que originalmente era uno de los seres creados más inteligentes: «Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad» (Ez. 28:14-15). Es la personificación del conocimiento sin pureza, de la sabiduría sin principios, de las características más brillantes del intelecto, hermanadas con los motivos más egoístas, malignos y atrozmente malvados. Como la serpiente, su recurso principal es la astucia; sus artimañas han de ser temidas más que sus ataques directos. Es evidente por este relato, que su carrera de maldad y ruindad empezó hace ya mucho tiempo. Arrastró consigo a un grupo de ángeles que no observaron su primer estado, y con él siguieron su curso desesperado, y ahora ha venido para echar a perder la pureza y felicidad de este hermoso mundo nuevo que ha salido de las manos del Creador.
El por qué Dios le permitió, aunque sólo fuera por una temporada, que pudiera tocar con su influencia la creación, es uno de los misterios del gobierno divino, pregunta que seguimos haciéndonos día tras día. La respuesta a esta pregunta que probablemente nos da la razón suficiente es que el bien tiene que ser puesto a prueba antes de recibir la recompensa, y que todo carácter y justicia debe estar a prueba del diablo antes de que pueda ser aprobado y recompensado de modo final.
El método de la tentación
El método que sigue la serpiente para engañar a Eva es fingir un asentimiento total a lo que luego va a poner en duda y negar. El objetivo es no poner en guardia al otro, ponerse de su lado, adoptar su punto de vista para acercársele más. Es esta la forma en que siempre se acerca a nosotros. Siempre prefiere luchar a favor de él mismo si estuviera a nuestro lado en la pelea. El diablo preferiría, con mucho, trabajar desde un púlpito cristiano que desde la prensa incrédula o desde un escenario de teatro.
Lo primero que dice es una mentira redomada, y a partir de aquel día ha seguido diciéndolas. Nuestro Salvador le llamó mentiroso y padre de mentira. La única manera de entenderle y pararle los pies es sospechar que lo que promete son maldiciones y lo que amenaza son promesas de bendición divina, es decir, ver en lo que dice que lo opuesto es probablemente la verdad.
Luego viene una pregunta. Con razón se ha dicho que el punto de interrogación es también la figura real de la serpiente, que es sinuosa. Las preguntas son su arma favorita. No ataca directamente nuestra fe, sino que astutamente hace preguntas insidiosas, de todos los matices; y cuando ha depositado la pregunta, como hace la araña con su tela con la mosca, con exquisita habilidad y rapidez nos enreda en ella como una trampa fatal.
Sus preguntas se dirigen directamente a las palabras de Dios: «¿Conque Dios os ha dicho?». Este es su dardo predilecto, y nunca tan efectivo como cuando va acompañado de una supuesta adhesión. El «Dios no ha dicho» ateo afirmado por Voltaire o Paine no es ni la mitad tan peligroso como el fino escepticismo insinuante que es su instrumento preferido en el púlpito y la prensa religiosa, y que dice: «No moriréis».
El espíritu del escepticismo respecto de la inspiración de la Biblia siempre va seguido de un aflojamiento en la creencia en las sanciones del gobierno divino y la negativa de su retribución.
Las enseñanzas extendidas y perniciosas de las numerosas voces que se dicen consagradas con respecto al futuro y los intentos de establecer un sistema de fácil indulgencia y un tiempo indefinido en que se pone a prueba al impenitente y obstinado, no son sino las voces del Edén que se repiten en ecos múltiples en estos últimos tiempos, en que las edades llegan a su fin, y los prototipos del pasado están recibiendo su cumplimiento final y definitivo.
Observemos que la promesa de Satán a Eva: «Serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal», no era en modo alguno falsa. El diablo no siempre miente, pues de ser así, a estas alturas nadie daría crédito a sus falsedades.
Sus afirmaciones contienen bastante verdad para que puedan pasar por buenas; sus drogas son bastante dulces para hacerlas aceptables al paladar; sus promesas son bastante creíbles para que pueda enredarnos con ellas en su trampa. Sus víctimas se vuelven como dioses, realmente, incluso como él mismo ha pasado a ser, al rechazar la autoridad de Dios y ser su propio dueño y señor de su voluntad y de su vida. Pero ésta es la misma maldición de nuestro estado caído, de la cual sólo podemos ser salvos por la muerte del yo y la vida de resurrección del Señor Jesucristo.
Cuando dejamos esta escena ¡qué cuadro tan triste y tan solemne es el de la primera tentación!: un Edén de delicia; una herencia rica en toda clase de bendición; una hora de amor supremo por parte del cielo, y, con todo, la hora del peligro; la hora del poder de las tinieblas; la hora escogida por nuestro tentador y destructor; una hora en que tuvo lugar el desastroso naufragio y ruina de un mundo, y que proyectó su sombra sobre la eternidad. Es a nuestro Edén que viene la serpiente en el momento en que nos consideramos más seguros. Por tanto, «velad y orad, para que no entréis en tentación».