Cosas viejas
Los pobres de la tierra
“Porque no para siempre será olvidado el menesteroso, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente” (Sal. 9:18).
El comunismo fracasó en su conquista de un paraíso terrenal. Buscó infructuosamente hacer justicia a los pobres de la tierra, instaurando sistemas de gobierno que se volvieron contra quienes buscaban aparentemente favorecer.
Sin embargo, los pobres y menesterosos tendrán una victoria final. Años y siglos de injusticias no habrán sido en vano. Y la justicia y la vindicación no vendrán de un gobernante terreno ni de un sistema político, sino del Dios de toda misericordia y consolación. De Aquél que, siendo rico, por amor a nosotros, se hizo pobre, para que nosotros, en su pobreza, fuésemos enriquecidos.
Quedarán vengados los sufrimientos de quienes soportaron toda una vida de despojo, de humillación. Serán vengados del rostro ceñudo del rico prepotente, del esquilmador, del avaro maldiciente, del despojador de los bienes y de sus hijos.
Y no será un asunto de ideología. Será un asunto de justicia divina, la misma que opera en el episodio del rico y Lázaro. Al rico se le dijo: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males, pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado”.
¡Qué gozo será el de millones de pobres, levantados al gozo del Señor! ¡Cuántas lágrimas de gozo lavarán heridas purulentas, y miradas de dolor! Cuántos rostros que nunca se atrevieron a mirar de frente verán sin temor a Aquél que levantará su cabeza para siempre.
La recompensa no se recibe aquí. No hay rebelión, no hay vindicación presente posible. Este tiempo no es de victorias, sino de humillación. “Si sufrimos (aquí), reinaremos con él”. La visión de esta realidad lleva al cristiano a esperar confiadamente el tiempo de la vindicación de Dios.
Cosas nuevas
Demasiado pronto o demasiado tarde
“Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:42-43).
Entre las muchas excusas que suelen oírse para no servir a Dios, o para explicar por qué no se le ha servido, hay las de dos tipos de cristianos.
Están los cristianos que dan la impresión de haber querido ser como el malhechor que le dijo al Señor: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Es decir, habrían preferido conocer al Señor en su agonía, en el postrer aliento de vida, para no ser exigidos ni presionados a vivir para el Señor.
Ellos quieren para sí toda su vida y ser salvos en el último momento sólo para escapar del infierno. ¡Oh, cómo envidian al malhechor! Ellos lamentan haber crecido en un hogar cristiano, porque no tuvieron tiempo de “disfrutar de la vida”.
Pero luego están los otros, los que dicen: “He perdido toda mi vida en deleites. Oh, si hubiese conocido al Señor antes, le habría consagrado mi vida”. Estos piensan que si le hubieran conocido antes le habrían servido mejor que aquellos que le conocieron antes. Estos conservan, al pensar así, una buena opinión de sí mismos. Ellos creen que hubieran sido más dóciles que los otros. Evidentemente, es riesgoso ponerse en el plano de este tipo de suposiciones, mayormente cuando no ayudan a nada.
Pero, ¿sabes? lo que está claro es que ni unos ni otros le sirven mucho al Señor. No los que lamentan haberle conocido demasiado pronto, ni los que lamentan haberle conocido demasiado tarde. No son los que lamentan los que le sirven de verdad, sino los que dicen: “¡Este es el día que hizo el Señor! ¡Hoy es el día aceptable! ¡Hoy tengo fuerzas para hacerlo. Soy joven, tengo fe, todos los recursos de Dios están a mi alcance”.
Y si alguno ya peina canas, bien puede decir: “El Señor da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan, y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is. 40:29-31). El Señor nos ayude para ver que estamos en el tiempo preciso para servirle.