La parte de la historia de la iglesia que no ha sido debidamente contada.
La historia de los hermanos olvidados tuvo en la antigua Bohemia (actual Checoslovaquia) una trayectoria trágica y heroica. Los nombres de Juan Huss y Jerónimo de Praga, entre otros, son recordados con amor por muchos creyentes de hoy. Sin embargo, pocos saben o recuerdan a aquellos fieles santos que junto a ellos y después de ellos combatieron ardientemente por la fe e influyeron poderosamente en los acontecimientos posteriores a la Reforma.
Precursores
Durante el siglo XV, Inglaterra fue el escenario de un importante intento de retornar a una fe más bíblica y espiritual por parte de un notable grupo de creyentes, a quienes sus enemigos dieron el nombre de Lolardos. En un principio, la suya fue una reacción contra la corrupción y la escandalosa riqueza de una parte del clero. Pero, progresivamente, fue derivando hacia un interés mucho más profundo con respecto a los asuntos básicos de la fe.
En el centro de esta reacción se encontraba John Wycliff, quien era considerado el erudito más eminente de la Universidad de Oxford en su tiempo. Éste enseñó la libertad de todo hombre de relacionarse con Dios directamente y sin intermediarios. También, que la Biblia era la única fuente de autoridad y verdad para los creyentes. No obstante, su contribución más importante fue su traducción de la Biblia al inglés común de su tiempo.
También organizó y preparó numerosos grupos de predicadores itinerantes, quienes esparcieron la semilla del evangelio por toda Inglaterra y aún más allá. Wycliff tuvo una vida larga y fructífera, y nunca pudo ser alcanzado por la mano de sus enemigos. No obstante, después de su muerte, la iglesia organizada obtuvo del rey Enrique IV la firma de varias leyes para perseguir a los Lolardos. Como consecuencia, muchos creyentes fueron capturados y ejecutados como herejes. Sin embargo, aunque exiliados y escondidos, los hermanos permanecieron activos por muchos años más.
La llama se enciende en Bohemia
Entre los estudiantes que escuchaban ávidamente a John Wicliff en Oxford, había un joven extranjero llamado Jerónimo de Praga, natural de Bohemia. Éste regresó a su patria encendido con el fuego de las enseñanzas del notable erudito inglés, y comenzó a enseñar osadamente que la cristiandad organizada se había alejado completamente del evangelio de Jesucristo, y que la salvación sólo se encontraba en las enseñanzas del mismo.
Otro joven, alto y delgado, y no obstante su juventud, también un gran erudito, lo escuchó con atención y pronto fue ganado para su causa. Se llamaba Jan Huss, y era doctor en teología, predicador oficial de la ciudad de Praga y confesor de la reina de Bohemia.
Era, además, elocuente, de maneras amables y una profunda fe, por lo que muy pronto sus predicaciones atrajeron poderosamente la atención de sus conciudadanos. La verdad es que estaba trabajando sobre un terreno largamente abonado por los valdenses, quienes habían llegado hasta allí en los tiempos de Pedro de Valdo. Y también, hablaba y predicaba en lengua checa, lo que concordaba con el sentimiento patriótico antigermano que se respiraba en su tierra, sometida bajo el yugo alemán.
La rivalidad entre teutones y checos tomó entonces una forma religiosa, pues los primeros se alinearon con la iglesia organizada, mientras que los últimos con las enseñanzas de Wycliff. El Arzobispo de Praga excomulgó a Huss y quemó públicamente los escritos de Wycliff. Sin embargo, El rey de Bohemia, la nobleza y el pueblo, le dieron su apoyo. Entonces se realizó el Concilio de Constanza, y Huss fue llamado a comparecer amparado en un salvoconducto del Emperador, quien comprometía su palabra garantizándole protección. Sin embargo, los clérigos del concilio lo arrestaron de inmediato y lo arrojaron a un calabozo, después de recibir y promulgar la conveniente e infalible «revelación» de que la iglesia no está obligada a guardar la palabra dada a los herejes.
Huss resistió valientemente el escarnio, la burla, las amenazas y las torturas a las que fue sometido para que abjurara de su fe. Nada logró intimidarlo. Finalmente, fue condenado a ser quemado en la hoguera por «estar infectado con la lepra de los valdenses» y haber sostenido las doctrinas heréticas de John Wycliff. La sentencia se cumplió el 6 de Julio de 1415.
Pero las enseñanzas de Jan Huss no murieron con él. Jerónimo de Praga continuó predicando en su ciudad, y pronto lo siguió en el camino del martirio. Sus seguidores se dividieron en tres grandes corrientes: Aquellos que dispusieron a tomar las armas y luchar por «su fe y su patria»; aquellos que buscaron un entendimiento y arreglo con la iglesia organizada; y, finalmente, aquellos que dispusieron a afrontar valiente y pacíficamente el sufrimiento y la muerte, sin transar su fe.
Los primeros, llamados taboritas, iniciaron una larga guerra contra el emperador y la iglesia organizada, con desastrosas consecuencias para ambos lados, aunque por un tiempo consiguieron imponer sus términos tras ganar lagunas batallas importantes. Los segundos, conocidos como utraquistas, convinieron en formar una iglesia nacional checa, sometida al papado, pero con algunos privilegios «relativos». Los últimos, no obstante, siguiendo las antiguas enseñanzas valdenses, prefirieron poner su confianza en Cristo solamente y procuraron encontrar en la Escritura una expresión más pura y original de la iglesia, sin importar el precio que podrían pagar. Así se convirtieron en los «Hermanos Unidos».
Fe y crecimiento
Entre ellos se destacó Peter Cheltschizki, quien poseía una claro y poco común entendimiento de la iglesia, según las Escrituras. En su libro, La Red de la Fe, escribió: «En los tiempos de los apóstoles, las iglesias de los creyentes eran nombradas de acuerdo con las ciudades, villas y distritos, y eran asambleas e iglesias de creyentes, y de una fe. Estas iglesias fueron separadas de los incrédulos por los apóstoles. No pretendo que los creyentes puedan, en un sentido físico y local, estar todos separados en una calle particular de la ciudad, sino más bien, que estén unidos y asociados por la fe y se reúnan en reuniones locales, donde tengan comunión unos con otros en las cosas espirituales y en la Palabra de Dios. Y en acuerdo con tal asociación en fe y en las cosas espirituales sean llamados iglesias de creyentes».
En las palabras citadas más arriba, vemos que los «Hermanos Unidos», alcanzaron una comprensión de la verdadera naturaleza de la iglesia muy superior a la de su tiempo. Las asambleas de creyentes que menciona Cheltschiziki, se esparcieron rápidamente por todo el país. Se oponían decididamente al uso de las armas en defensa de la fe y también a cualquier acuerdo con la iglesia organizada que comprometiera la esencia de la fe. Sin embargo, tenían un espíritu abierto e inclusivo, debido quizá a la influencia valdense, y tendían a considerar y recibir a todos los hijos de Dios como verdaderos hermanos, sin importar el contexto de donde procedieran.
En 1457, un hermano llamado Gregorio fundó una comunidad de hermanos al noreste de Bohemia, en la villa de Kunwald. Muchos creyentes confluyeron allí, incluyendo seguidores de Cheltschiziki y valdenses. Aunque mantenían contacto con la iglesia utraquista, en muchos asuntos procuraron retornar a la fe y prácticas del Nuevo Testamento. Pronto, sin embargo la persecución se abatió sobre ellos desatada por la misma iglesia utraquista. Gregorio fue apresado y torturado; otro de sus líderes, Jacobo Hulava fue quemado, en tanto los hermanos se escondieron en bosques y montañas. A pesar de todo su número aumentó significativamente en todas partes.
En 1463 y luego en 1467 se realizaron conferencias generales de Hermanos donde volvieron a considerar los principios básicos de la iglesia. En esa oportunidad afirmaron nuevamente su separación de la Iglesia Oficial y se llamaron a sí mismos ‘Jednota Bratraskâ’, o ‘Unitas Fratum’, vale decir, ‘Los Hermanos Unidos’. No hicieron esto para marcar diferencias con otros hermanos de las otras muchas iglesias esparcidas en otras regiones, sino simplemente para dar un testimonio de unidad y alentar a otros creyentes que se estaban separando de la Iglesia Oficial.
En esa misma reunión fueron nombrados algunos ancianos que fueron enviados a Austria para ser confirmados por el obispo valdense, Esteban, estableciendo así una continuidad con los antiguos portadores de la antorcha del testimonio. No consideraban esto como esencial, pero deseaban expresar su unidad y continuidad con aquellos que desde los tiempos del papa Silvestre habían preservado un vínculo espiritual con la enseñanza apostólica.
Después de esto, informaron su decisión al obispo utraquista Rokycana, diciendo que en su acto de separación no estaban excluyendo a otros creyentes, pues reconocían que fuera de sus asambleas habían muchos hijos de Dios. Uno de ellos escribió: «Nadie puede decir que nosotros condenamos y excluimos a todos quienes permanecen obedientes a la iglesia Romana. Esta no es, de ningún modo, nuestra convicción…. tal como no excluimos a los elegidos en las iglesias India o Griega, tampoco condenamos a los elegidos en medio de los romanos». Este espíritu inclusivo y abierto a la unidad de todos los hijos de Dios, caracterizó siempre a los Hermanos Unidos.
Las comunidades de Hermanos florecieron en muchos lugares, especialmente en Holanda y Alemania. Además de su notable desarrollo espiritual, hubo entre ellos muchos hombres de gran preparación y capacidad intelectual, así como de posición social y riqueza, quienes estuvieron siempre dispuestos a compartir lo que tenían con sus hermanos más pobres, de modo que se puede decir también de ellos, como se escribió de los santos del Nuevo Testamento, que «no había entre ellos ningún necesitado».
Uno de sus avances más significativos fue hecho en el campo de la educación. Su meta era tener una educación basada en el Evangelio de Cristo. Sus escuelas fueron muy apreciadas y respetadas en Holanda y Alemania. Erasmo, el famoso erudito renacentista, fue alumno en una de ellas, en Deventer, Holanda. De hecho, hasta el día de hoy se estudian sus métodos y aportes al campo de la educación en muchos campus universitarios del mundo, especialmente en los escritos de uno de sus líderes más prominentes, Nicolás Comenius.
Guerras y persecuciones
En 1507, sus perseguidores de la iglesia oficial lograron persuadir al rey de Bohemia de que el poder creciente de los Hermanos era una amenaza. Este publicó entonces el edicto de Saint James, ordenando que todos ellos se unieran a la iglesia oficial o abandonaran el país. Como consecuencia, sus reuniones fueron cerradas, sus libros quemados y ellos mismo encarcelados, exiliados o cruelmente martirizados.
Con el advenimiento de la Reforma, los hermanos entraron en contacto con los líderes protestantes y sus príncipes. Cuando estalló la guerra entre católicos y protestantes, los nobles bohemios que pertenecían a los Hermanos Unidos decidieron apoyar el bando protestante. Las consecuencias fueron, una vez más, desastrosas. Pues tras ser derrotados en la batalla de Mühlberg (1547), los nobles fueron encarcelados y ejecutados por el rey de Bohemia, Ferdinand. Una vez más sus posesiones fueron confiscadas y sus reuniones clausuradas. Pero además se les ordenó dejar el país en un plazo de seis meses.
Comenzó entonces una masiva emigración, en la que grandes caravanas de hermanos se dirigieron a Polonia, y luego a Alemania buscando refugio. Allí fueron recibidos después de muchos esfuerzos y sufrimientos. Sin embargo su peregrinaje no acabó aún. Lograron regresar a su país, pero, por casi 70 años, su suerte varió de acuerdo con los vaivenes de las guerras entre protestantes y católicos, que devastaron Europa por 30 años. Pero en aquellos años realizaron la gran obra de traducir la Biblia desde las lenguas originales a su idioma nativo, el checo (1579 a 1593). Esta traducción ha sido la base de la Biblia checa hasta hoy, y además puso el fundamento para el desarrollo de la literatura checa.
La última batalla entre protestantes y católicos en Bohemia se libró en White Mountain (1620). La derrota protestante fue completa y como consecuencia 36.000 familias de creyentes fueron nuevamente obligadas a dejar Bohemia. Y esto supuso el fin de la llamada ‘religión Hussita’ que desapareció junto con la independencia de Bohemia.
Un testimonio imperecedero
No obstante, a pesar de todo, un pequeño remanente siempre se mantuvo fiel, negándose a participar de las guerras y tomar la espada. En ellos pervivió el espíritu y la visión original de los Hermanos. Estos vivieron perseguidos, errantes y ocultos, en diferentes lugares de Europa central, incluso en bosques remotos y oscuros, por muchos años. Y después de una larga peregrinación e indecibles sufrimientos, arribaron en una época posterior a una pequeña aldea en Moravia, donde el Conde Zinzendorf había construido una ciudad de refugio para los hermanos perseguidos. Y allí contribuyeron a encender una vez más la llama del testimonio de Jesucristo, proveyendo la base del futuro movimiento moravo. Sin embargo ese es otro capítulo de la historia, que será narrado más tarde.
Quizá la mejor conclusión para esta historia, que resume la visión y testimonio que por largos años levantaron los Hermanos Unidos, se encuentre en las proféticas palabras de Jan Comenius (1592-1670), referidas a las dos grandes fuerzas religiosas en pugna: «…Cada iglesia se reconoce a sí misma como la verdadera, o al menos, la más pura, mientras se persiguen entre sí con el odio más amargo. Ninguna reconciliación se puede esperar entre ellas, pues responden a la enemistad con más irreconciliable enemistad. A partir de la Biblia forjan sus diferentes credos; estos son fortalezas y baluartes detrás de las cuales se atrincheran y resisten todos los ataques. No diría que estás confesiones de fe… son malas en sí mismas. Pero se convierten, no obstante, en aquello que alimenta el fuego de la enemistad… ¿Qué se logra con esto? ¿Alguna vez ha tenido éxito una disputa erudita? Nunca. El número de ellas simplemente ha crecido… Los sacramentos, dados como símbolos de unidad, de amor y de nuestra vida en Cristo, han sido ocasión del más amargo conflicto, la causa del odio mutuo, el centro del sectarismo…».
«De esta suerte, la Cristiandad se ha convertido en un laberinto. La fe ha sido separada en miles de pequeñas partes y usted es considerado un hereje si no acepta una de ellas… ¿Qué nos ayudará? Sólo, la única cosa necesaria: Retornar a Cristo, mirar a Cristo como al único Líder, y caminar en sus pisadas, dejando de lado todo otro camino, hasta que alcancemos la meta, y vengamos a la unidad de la fe (Ef. 4:13)… Así que tú sabes, oh Cristiandad, cual es la única cosa necesaria. O bien regresas a Cristo, a vas hacia la perdición como el Anticristo. Si eres sabia y anhelas la vida, sigue al Líder, Jesucristo».
«Pero ustedes, cristianos, regocíjense en su exaltación,… escuchen las palabras del Líder Celestial: «Venid a Mí»… y respondan a una voz: «Así sea, venimos».