Segunda Epístola de Pablo a Timoteo.
Lectura: 2ª Timoteo 2:1-6; 2:20-22; 4:6-8.
Esta segunda carta a Timoteo es la última carta escrita por el apóstol Pablo. Se puede decir que ella expresa el último deseo de Pablo; es su testamento.
Consideremos brevemente la situación en que la iglesia se hallaba en aquella época. Es necesario tener en mente no sólo a la iglesia en Éfeso, sino a la iglesia de Dios en todo el mundo. El imperio romano era un imperio poderosísimo, que había decidido aplastar, aniquilar y raer al cristianismo de la faz de la tierra. Ellos tenían los medios para lograrlo, ya lo habían decidido, y estaban trabajando a fin de cumplir su propósito.
¿Sería la iglesia capaz de resistir, de proseguir, o desaparecería de la tierra? Sin duda, tales pensamientos se agolpaban en la mente de Pablo, de Timoteo y de muchos otros. La iglesia estaba en crisis. ¿Se mantendría el testimonio del Señor? ¿Sería llevado adelante, se fortalecería, o desaparecería? ¿Tendría el Señor una instrucción para su pueblo en un momento como ése?
Por eso fue escrita esta carta: 1) para dar un último testimonio acerca de su fe en Jesucristo; 2) para alentar a Timoteo en su tarea de llevar adelante la antorcha del testimonio de Jesús, y 3) para mostrar a la iglesia cómo debe comportarse en tiempos de adversidad y crisis.
Creemos que esta carta es de enorme relevancia para nosotros hoy. Esto no significa que sea el único libro importante de la Biblia. Todos ellos son importantes, porque todos fueron escritos para nuestra amonestación. Pero esta carta está, de un modo muy especial, realmente próxima a nuestros corazones, porque estamos viviendo en los últimos días, como lo menciona Pablo.
Estamos en una crisis. El mundo está presionando a la iglesia a hacer concesiones, a ceder, a rendirse, y lamentablemente el mundo parece estar teniendo mucho éxito en su intento. En el interior de la iglesia, el pueblo está dividido, esparcido, las herejías surgen de modo amenazante, la corrupción moral reina por doquier. Aun a veces nos preguntamos: ¿Dónde está el testimonio de Jesús? ¿Podrá Dios mantener su testimonio sobre la tierra en una época como ésta? ¿Dios muestra, de hecho, la dirección que debemos tomar a fin de saber cómo actuar o reaccionar, cómo debemos comportarnos o enfrentarnos con tal situación? Creo que esta última carta del apóstol Pablo responde a esas preguntas.
De todo corazón, tenemos que apropiarnos del mensaje de esta carta y encontrar en ella la dirección de Dios para saber cómo podemos permanecer firmes y cómo hemos de comportarnos cuando la iglesia está en crisis.
La casa grande
En la primera carta a Timoteo, el apóstol dice: «…la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1ª Timoteo 3:15). Sin embargo, en la segunda carta él dice: «Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles» (2ª Timoteo 2:20).
Porque, cuando él escribió la primera carta a Timoteo, la iglesia aún estaba en la normalidad. Normalmente la iglesia es la casa de Dios, la casa donde Dios habita. Es la asamblea del Dios vivo, la reunión de aquellos que tienen vida, en torno al Dios vivo.
La iglesia es el pilar que sostiene el testimonio de la verdad; es aquella que guarda la verdad, es el depósito de la verdad. Eso es lo que la iglesia debe ser en su estado normal; pero había ocurrido un cambio. Ya no era más llamada casa de Dios. Pablo se refiere a la iglesia como una casa grande. Externamente, ella parecía ser grande, porque en aquella época el evangelio había sido predicado en todo el mundo. A pesar de ello, en verdad, ella se había vuelto una casa grande con vasos de honra y vasos de deshonra, es decir, había una gran mezcla al interior de la iglesia.
¿Qué deberíamos hacer cuando nos encontramos en una situación anormal como ésta?
La promesa de la vida
Cuando Pablo escribió 1ª a Timoteo, él dijo: «Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza» (1ª Tim. 1:1). Pero en 2ª a Timoteo, él dice: «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús» (2ª Tim. 1:1).
Hay algo en estos versículos que merece nuestra atención, pues en la primera carta Pablo dice «…por mandato de Dios nuestro Salvador…», mas en la segunda carta dice: «…según la promesa de vida que es en Cristo Jesús». Cuando estamos en épocas de normalidad, el mandato de Dios es suficiente – Dios da la palabra, y eso basta. En cambio, en épocas de anormalidad, el énfasis pasa del mandato a la vida, porque a menos que la vida sea concedida, aquel mandato nunca será llevado a efecto. Por lo tanto, ya en el inicio de esta carta el apóstol dice: ‘Ha llegado la hora de enfatizar la vida’.
Para que en los últimos días el testimonio del Señor sea sostenido o para que en tiempos difíciles el testimonio de Dios sobre la tierra sea restaurado, el secreto está en la vida.
«…que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio» (2ª Tim. 1:10). ¿Qué es el evangelio? ¿Cuáles son las buenas nuevas? ¿Cuál es la naturaleza del evangelio? La naturaleza del evangelio es traer a luz la vida y la incorrupción. Lo que Cristo hizo cuando estuvo aquí en la tierra, lo que Cristo realizó allí en la cruz del Calvario fue destruir la muerte y traer a luz la vida y la inmortalidad.
Una vez que la muerte pasó a tener efecto, el único modo de destruirla es a través de la vida, la vida de resurrección de nuestro Señor Jesús. La vida que recibimos del Señor Jesús, la vida que es liberada en el evangelio de Jesucristo es la vida de resurrección. Es la vida que pasó por la muerte, sorbió a la muerte, derrotó a la muerte y salió victoriosa. Si nosotros tan sólo dependemos de esa vida, entonces recibiremos el espíritu de poder, de amor y de dominio propio. Si, por otra parte, ignoramos esta vida e intentamos enfrentar a la muerte con cualquier otro recurso, descubriremos que ningún otro recurso puede hacer frente a la muerte.
Sin embargo, gracias a Dios, la vida vence a la muerte, y la vida que nosotros recibimos en Cristo por medio del evangelio es aquella vida que vence a la muerte. Por tanto, basta que sigamos la vida y seremos libertados de toda confusión y engaño. Si cultivamos la vida, entonces seremos capaces de elevarnos por sobre todas las otras cosas y llevar adelante el testimonio de Jesús. El secreto es la vida.
Descubrimos esa verdad especialmente al leer los escritos del apóstol Juan. Se dice con frecuencia que el apóstol Juan es el apóstol de la restauración. Pedro lanzó las redes y trajo a muchos a la iglesia. Pablo era un constructor de tiendas, y por tanto él comenzó a edificar a aquellos que iban siendo traídos a la iglesia. Pero después de un tiempo, habiendo pasado la iglesia por mucho sufrimiento, puede ser comparada a una red que estaba rota en varios puntos. Entonces vino Juan a fin de remendar la red.
En consecuencia, el ministerio de Juan es el ministerio de la restauración. Sus escritos son los últimos del Nuevo Testamento. Su evangelio es el último de los cuatro evangelios; sus epístolas son las últimas del Nuevo Testamento, y obviamente el libro de Apocalipsis es el último libro de toda la Biblia. Juan siempre viene al final, porque su ministerio es el ministerio de la restauración – cómo restaurar el testimonio de Jesús cuando éste ha sido dañado.
Vemos, entonces, que todo el énfasis de los escritos de Juan está en la vida. «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1:4). En su primera epístola, Juan dice: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…» (1ª Juan 1:1). En el libro de Apocalipsis descubrimos cómo la vida sorbió a la muerte. En la nueva Jerusalén hay vida por doquier. Allí está el río de vida y el árbol de vida alcanzando a toda la ciudad. Todo habla de vida.
Amados hermanos, estamos viviendo un periodo muy crucial no sólo para nuestra vida cristiana personal, sino también para nuestra vida corporativa como iglesia de Dios. Encontramos muerte por todos lados. La muerte está tratando de entrar en la iglesia a fin de corromperla y destruirla. ¿Cómo lucharemos contra esa muerte que se cierne sobre la iglesia y que se cierne sobre nuestras vidas?
Hermanos, busquen la vida, la vida eterna. Acuérdense de la vida que Dios les ha concedido. Confíen en esa vida, sigan esa vida, cultiven esa vida, desarrollen esa vida, dejen que esa vida crezca en ustedes. Cuando la vida aumenta, la muerte obligatoriamente disminuye. Esa es la promesa de la vida.
Estamos convencidos de que en los días que vivimos el énfasis debe ser puesto en la vida. No estamos en tiempo de enfatizar las leyes: ‘Haz eso y no hagas aquello’, porque eso no funcionará. Es tiempo de enfatizar la gloriosa vida de nuestro Señor Jesús. Conoce esa vida que está en ti. Si conoces esa vida, tú serás un vencedor.
No es tiempo de enfatizar el mero conocimiento, pues aunque el conocimiento sea bueno, él no puede luchar contra la muerte. La vida es el secreto. El motivo por el cual Pablo podía permanecer firme es porque él conocía la vida. «Para mí el vivir es Cristo … No yo, mas Cristo».
No hay duda de que Pablo, como ser humano, puede ser derrotado, pero es Cristo quien vive en él. Él conoce a Cristo como su vida. Cuánto necesitamos conocer a Cristo como nuestra vida. Él no es sólo nuestro Salvador, aquel que nos salva; él es nuestra vida misma. Y esa vida debe ser conocida y experimentada, esa vida tiene que crecer en nosotros. Ese es el único medio por el cual podremos permanecer firmes, el único medio por el cual podremos sostener el testimonio de Jesús en estos días críticos.
Seguir
«…sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» (2ª Tim. 2:22). Cuando las situaciones se tornan difíciles, nuestra reacción natural es retroceder y no seguir o avanzar. Somos propensos a retroceder, porque esta es una forma de guardarnos a nosotros mismos. Pero el apóstol Pablo dice que no es tiempo de echar pie atrás. Es tiempo de seguir.
Como ya decíamos, la iglesia es ahora una casa grande. En una casa grande hay vasos de honra y vasos de deshonra, vasos de oro y de plata, y también vasos de madera y vasos de barro.
Los vasos para honra son de oro y plata. El oro representa la naturaleza divina. La plata, a su vez, representa la redención de Jesucristo, porque piezas de plata –monedas o siclos de plata– eran usadas como dinero de redención.
Todos nosotros somos vasos en esta casa grande. Los vasos existen para ser utilizados por el dueño de la casa, evidentemente por Dios mismo. Nosotros somos sus vasos, y él quiere usarnos para su propósito. Pero algunos son vasos para honra; son utilizados para un fin honroso si son vasos de oro y de plata. Es decir, si nosotros vivimos por la vida de Dios, tenemos su vida en nosotros, y esa vida tiene una naturaleza divina. Si vivimos por medio de esa naturaleza divina que está en nosotros, y si vivimos por la obra redentora de Cristo Jesús, o sea, por su gracia, entonces nos tornamos vasos de honra. De lo contrario, seremos vasos de madera y de barro.
En las Escrituras, la madera representa siempre la naturaleza humana. Los humanos, como la madera, somos corruptibles. Somos también barro, pues fuimos hechos del polvo de la tierra. Si nosotros pertenecemos al Señor, es cierto que estamos en aquella casa grande; sin embargo, si continuamos viviendo por medio de nuestra vida terrena, si seguimos andando en la carne, de modo humano, seremos vasos de madera o de barro, vasos de deshonra.
Por supuesto, eso no significa que Dios haya predestinado a algunos creyentes para que fuesen vasos de honra y a otros de deshonra. En absoluto. Al leer este pasaje con cuidado, descubrimos que de hecho lo que determina si tú serás vaso para honra o vaso para deshonra es tu reacción. Depende de tu respuesta.
En otras palabras, si tú no estás dispuesto a ser un vaso para deshonra, si estás deseando purificarte a ti mismo, permitiendo que el Espíritu Santo te discipline, si estás decidido a colaborar con Dios, a negarte a ti mismo, a tomar tu cruz y seguir al Señor, entonces serás purificado de aquello que es madera y barro y te transformarás en un vaso de oro y de plata. Te tornarás un vaso apropiado para uso del Maestro, santificado y honrado.
En una casa hay muchos vasos, mas yo diría que normalmente hay más vasos de madera y barro que vasos de oro y de plata. Es probable que los vasos de oro y de plata sean muy escasos, apenas unos pocos; por otro lado, hay muchos vasos de madera y de barro en la casa. Eso es una verdad espiritual.
Así en la época de Pablo, cuando él escribió esta carta, la iglesia en general estaba caída. Todos los que estaban en Asia habían desaparecido y habían abandonado a Pablo. Piensen en cuánto había trabajado Pablo en Asia, cuántas lágrimas había derramado día y noche, y cómo él había dado su propia vida por aquellos santos. Él no había retenido nada, sino que les había comunicado todo el consejo de Dios. Él se derramó a sí mismo a favor de aquellos hermanos, pero toda Asia lo abandonó.
No obstante, eso no significa que en Asia no hubiera nadie que fuese leal a Dios. La casa de Onesíforo es un ejemplo. Onesíforo era un hombre capaz de poner en riesgo su propia vida. Aun en Roma, él buscó a Pablo, y su presencia trajo gran consuelo al apóstol. También en Asia estaban Priscila, Aquila, Timoteo y varias otras personas, pero ellos eran una minoría.
Hermanos, a nosotros nos gusta ser populares, nos gusta estar con las multitudes, andar en la misma corriente. Nosotros no queremos estar entre la minoría. Pero es muy posible que la minoría esté constituida por aquellos que son vasos para honra, vasos de oro y de plata. Así fue en la época de Pablo, y es verdad hoy también.
¿Qué debemos hacer? ¿Debemos hacer concesiones? ¿Debemos dejarnos llevar por la multitud, o estamos dispuestos a purificarnos a nosotros mismos para seguir la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor?
«Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo» (2ª Tim. 2:19).
El Señor no mira la apariencia externa. Él ve el corazón. Él está buscando a aquellos que tienen un corazón limpio. Un corazón limpio, sin embargo, es diferente de un buen corazón. Algunas personas pueden tener un buen corazón, mas un corazón limpio, es un corazón simple para con el Señor. «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8).
El corazón limpio es un corazón que ve a Dios solamente. No es aquel que tiene una doble intención, es como los ojos de una paloma. Los ojos de una paloma pueden ver sólo una cosa cada vez. Cuando las dificultades surgen, es muy fácil tener una visión doble, pero el Señor está buscando un corazón limpio.
Dondequiera que encuentres personas con un corazón limpio, sigue con ellas, permanece con ellas, para que juntos puedan buscar la justicia, la fe, el amor y la paz.
Conciencia limpia
Cuando las cosas empiezan a ponerse difíciles, cuando la iglesia está fuera de orden, ¿qué haces tú? ¿Cómo podrás resistir la corriente y mantener el testimonio de Jesús? Sólo hay una respuesta: tenemos que regresar a la fuente. A medida que avanzamos en el estudio de esta carta, comprenderemos qué fuente es ésta.
Es muy interesante observar que en esta última carta de Pablo, que expresa su última voluntad y testamento, él hace memoria de su pasado y dice las siguientes palabras: «Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia…» (2ª Tim. 1:3).
Pablo siempre intentó mantener una conciencia limpia, una buena conciencia. Este era su testimonio. Al leer el libro de Hechos, descubrimos que en forma reiterada Pablo dice: «Por lo cual me esfuerzo por tener siempre una conciencia limpia delante de Dios y de los hombres … he andado delante de Dios con toda buena conciencia hasta el día de hoy».
La conciencia, por tanto, es algo muy importante, especialmente para un cristiano. Se puede entender la importancia de la conciencia a través de la siguiente afirmación: La conciencia es el último lazo de unión entre Dios y el hombre caído. Después de la caída del hombre, el único vínculo con Dios era la conciencia, pues de alguna manera la conciencia del hombre le da a entender que hay un Dios, de alguna manera la conciencia le dirá al hombre que las cosas que él hace están erradas.
¿Por qué se puede afirmar que algo está errado, aunque no existan modelos? Porque de alguna forma la conciencia del hombre le dice que si él hace lo incorrecto, él sufrirá por esto. Habrá recompensas, habrá castigos. Por ese motivo, cuando el evangelio es predicado y las personas son tocadas en su corazón, es como si una espina les hiriese el corazón, es como tener la conciencia herida por una espina. Es por medio de la conciencia que el evangelio de Jesucristo penetra en la vida de las personas. La conciencia es el último vínculo entre el hombre y Dios.
Es importante destacar, sin embargo, que no se puede confiar en la conciencia del hombre caído. O sea, tú no puedes decir: ‘Yo vivo por medio de mi buena conciencia’. Incluso un ladrón podría decir que vive por medio de su buena conciencia. Todos pueden decir: ‘Yo vivo por mi buena conciencia’, pero ¿cuál es la condición de la conciencia de las personas? Es una conciencia cauterizada. Por tal razón, no se puede confiar de modo alguno en la conciencia del hombre caído. El incrédulo no puede vivir por su buena conciencia, porque ella está endurecida, no es digna de confianza.
Por otra parte, para el cristiano, la conciencia es muy importante, porque la sangre de Jesucristo limpió nuestra conciencia. Todas las acusaciones, todas las cosas malas en la conciencia fueron lavadas y limpias por la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo. Ahora nosotros podemos estar delante de Dios con una conciencia limpia, y debemos conservarla así. Cualquier cristiano que empiece a descuidarse de su conciencia fracasará en su fe de la misma forma como un navío zozobra en el mar.
Al final de su vida, Pablo dijo: «Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia…» (2ª Tim. 1:3). Los antepasados de Pablo servían a Dios con una conciencia limpia. Pablo dijo: «Yo soy fariseo, hijo de fariseos». Él venía de una familia de fariseos. Normalmente, cuando pensamos en los fariseos, la primera cosa que nos viene a la mente es su hipocresía; pero tenemos que recordar que también había verdaderos fariseos.
Es evidente que los padres de Pablo, así como él mismo, eran verdaderos fariseos. Ellos servían a Dios con una conciencia limpia, de acuerdo con todo lo que ellos sabían, de acuerdo con el conocimiento y la tradición que ellos tenían. Servían al Señor de acuerdo con la luz que había en sus conciencias. Es claro que esta luz no era perfecta, mas gracias a Dios, en el camino a Damasco, Pablo recibió la revelación de Jesucristo, y ahora su conciencia podía vivir bajo una luz perfecta. Cristo se tornó su conciencia y él procuró siempre servir a Dios con su conciencia limpia, con una buena conciencia.
Pablo podía decir: «No fui rebelde a la visión celestial» (Hechos 26:19). Él servía a Dios con una conciencia limpia, y eso es algo que sus padres ya hacían. Sus padres servían a Dios con una buena conciencia, aunque tuviesen una luz menor; pero ahora que Pablo tenía más luz, él servía a Dios con una conciencia limpia, de modo más excelente. La fe de Pablo tenía raíces.
Esto mismo es verdadero con respecto a Timoteo. Pablo dice: «…trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también» (2ª Tim. 1:5). Nosotros no sabemos cómo Loida y Eunice vieron al Señor. Hay diferentes teorías sobre este tema. Lo importante es que en esta carta de Pablo se dice que la abuela y la madre de Timoteo tenían una fe sincera, y Timoteo también tenía esta misma fe. Esta es una realidad muy preciosa.
Sin duda, Pablo fue el instrumento a través del cual Timoteo fue traído al Señor, porque Pablo lo llamaba su hijo en la fe. Es evidente, sin embargo, que Loida y Eunice tuvieron gran influencia en la vida del joven. Él fue criado bajo el cuidado, la amonestación y la disciplina de ambas mujeres. Esto es algo maravilloso. La fe de Timoteo tenía un origen conocido. Pablo también dice: «Tú, por lo tanto, persiste en aquello que aprendiste, y te persuadiste, sabiendo de quién lo aprendiste».
Timoteo creció espiritualmente bajo la tutela de Pablo, y Pablo debe haber invertido mucho tiempo a fin de que Timoteo fuese edificado en el Señor. Él dice: «Tú, por tanto, has seguido de cerca mi enseñanza, procedimiento, propósito, fe, longanimidad, amor y perseverancia, mis persecuciones y mis sufrimientos; Timoteo, tú conoces mis objetivos y sabes todo sobre mí, tú conoces todas esas cosas y también sabes de donde proviene todo». Timoteo conocía la fuente, y si tan sólo permaneciese en aquello que había aprendido, no se distraería ni sería engañado.
¿Cuál era la fuente de donde Timoteo había aprendido? La respuesta está en 2ª Timoteo 3:10-12. Y no solamente eso; Pablo también dice a Timoteo: «…y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2ª Tim. 3:15-17). Timoteo conocía las Escrituras.
Hermanos, cuando las cosas empiezan a cambiar, cuando comienzan a propagarse las herejías, cuando las dudas comienzan a aparecer, es porque ha llegado la hora de volvernos a la fuente. La fuente es la Palabra de Dios. Si nosotros conocemos la palabra de Dios y la guardamos en el corazón, entonces no seremos engañados. Si sabemos de quién hemos recibido y si aquello que hemos recibido permanece, entonces nuestra atención no se desviará. Si conocemos la fe de nuestros antepasados, somos capaces de seguir adelante.
Hombres fieles
«Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2ª Tim. 2:2).
Es muy interesante observar que Pablo en su primera carta a Timoteo mencionó obispos y diáconos. Eso se refiere al orden en la iglesia. Pero en la segunda carta, Pablo no menciona a obispos y diáconos, sino que sólo hace referencia a hombres fieles.
Cuando la iglesia está en condiciones normales, es la casa del Dios vivo; hay por lo tanto un orden dado por Dios de acuerdo con el cual la iglesia debe funcionar, y según este orden, los obispos supervisan y los diáconos sirven.
Pero cuando la iglesia no está en su condición normal, descubrimos que Dios ya no está buscando un orden exterior; Dios está buscando calidad interior. El cargo no es lo que tiene importancia, pues todo lo que Dios está procurando es la realidad espiritual. No es una cuestión de establecer obispos y diáconos, el asunto ahora es quién es fiel. Y a aquellos que son fieles les es confiado el depósito que Dios puso en la iglesia.
De cierto modo, Pablo representa la primera generación, y Timoteo la segunda generación. La primera generación está pasando; en poco tiempo Pablo ya habrá pasado al Señor. De manera que Timoteo, que representa la segunda generación, está recibiendo el testimonio de Jesús y deberá transmitirlo a la segunda generación. Pero, ¿cómo va a ser transmitido ese testimonio?
Pablo nos dirá: «…encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». Ese mismo principio puede ser encontrado en el Nuevo Testamento como un todo. Cuando Dios usó a Pablo para escribir las siete cartas a las iglesias, estas fueron escritas en una situación normal. Por ejemplo, en Filipenses, él se refiere a obispos, diáconos y hermanos. Pero en el segundo grupo de cartas a las iglesias a través de Juan en Apocalipsis, esos cargos ya no son mencionados. Allí encontramos: «Escribe al ángel (mensajero) de la iglesia en Éfeso», y así sucesivamente.
¿Quiénes son los mensajeros? No son los que tienen un cargo oficial, sino los que son fieles al testimonio de Jesús. Son los vencedores. Por tanto, hermanos, cuando la iglesia está en crisis, el énfasis de Dios ya no está en la organización externa. Dios no está tratando de reorganizar. El énfasis de Dios está en la realidad interior. Dios está buscando fidelidad. Aquellos que son fieles llevarán adelante el testimonio de Jesús. No es algo que Timoteo deba hacer solo, sino que él deberá encontrar personas que son fieles para avanzar con él, porque eso es algo que un hombre solitario no puede hacer. Yo creo, hermanos, que eso es lo que Dios desea hoy de nosotros.
Llamados al sufrimiento
«Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo» (2ª Tim. 2:3).
El llamado del evangelio no significa sólo que somos llamados a la vida, a la incorruptibilidad y a la gloria; es también un llamado al sufrimiento. Recordemos que nuestro Señor Jesús primero padeció y después entró en su gloria. Por tanto, todos aquellos que desean vivir una vida piadosa sobre esta tierra, tendrán que sufrir.
No te sorprendas por el sufrimiento. El sufrimiento es algo normal, es nuestro llamamiento. Somos llamados a sufrir, no por nuestros pecados, sino a padecer por el nombre de Cristo, a sufrir como cristianos. No te avergüences del sufrimiento. Pablo dice: «No te avergüences de mis sufrimientos. No te avergüences de mis prisiones, porque estoy en cadenas por amor a Cristo. Participa de mis sufrimientos».
Amados hermanos, si nosotros estamos preparados para sufrir, si sabemos que fuimos llamados al sufrimiento, entonces, cuando la prueba venga no seremos abatidos. Pues sabemos que es parte de nuestro llamamiento y es a través del sufrimiento que Dios nos perfecciona, nos madura y nos prepara para su gloria. «Si sufrimos con él, también reinaremos con él». ¿Estamos dispuestos a sufrir por amor a Cristo?
La última voluntad de Pablo y su testamento
Finalmente Pablo dice: «Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2ª Tim. 4:6-7). Sabemos que Pablo puede hacer esta afirmación no por causa de sí mismo, sino por causa de aquel en el cual creía.
Él dice: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia» (v. 7-8). Y no sólo eso, sino que él continúa diciendo: «La corona de justicia no es sólo para mí, sino también para todos cuantos aman su venida, para todos los que aman el apocalipsis, la epifanía de nuestro Señor Jesús, la venida de nuestro Señor Jesús. El Señor viene pronto. No pasará mucho tiempo hasta que él venga».
Y Pablo está diciendo: «Dios me guardará. Él me guardará para su reino milenial». Paulo estaba cercano a perder su vida, y él sabía que estaba siendo guardado para aquel reino celestial.
Amados hermanos, ¿sabemos en quién hemos creído? ¿Estamos plenamente convencidos de que él es capaz de guardar hasta aquel día aquello que se nos ha confiado? Si tenemos esa certeza, entonces no hay nada que temer. En lugar de retroceder o desistir, vamos a seguir. La causa de Dios debe avanzar hasta que su propósito esté completamente realizado. Que el Señor nos ayude.
Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.