Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron».
– 1 Reyes 19:18.
Remanente es lo que queda, el resto. Normalmente es un resto pequeño, lo que se salva de la debacle generalizada. En términos espirituales, el remanente es lo que permanece junto a Dios cuando la mayoría se ha ido. Es la reserva espiritual que mantiene la verdad que algún día todos profesaron.
El remanente ha estado con Dios en cada período de la historia, en cada crisis. Desde los días de Enoc hasta el presente, Dios ha tenido testimonio sobre la tierra. Noé y su familia constituyeron un remanente, Abraham y los suyos también lo fueron. La tribu de Leví lo fue en aquella noche vandálica junto al becerro de oro. Aún en los días de los jueces, Dios se reservó algunos que mantuvieron en alto Su antorcha.
En días de Elías, cuando el profeta huye de Jezabel, Dios le saca del error y le muestra el remanente. Elías dice: «Solo yo he quedado», pero Dios le dice: «Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron» (1 R. 19:14, 18). Cuando Baal arrasa con las huestes de Dios, subyugándolas a una doctrina de demonios, hay unos pocos que no son seducidos.
La noticia de Dios alienta al profeta, pues Elías ha caído en el desánimo. Le parece que la lucha es feroz, y que solo sus hombros llevan toda la carga. Entonces Dios le consuela, y le dice: «Hay siete mil».
En días malos, el remanente pasa por momentos de agobio, de persecución y de muerte. Al dolor propio de la incomprensión se agrega el de la soledad. Entonces Dios le dice estas preciosas palabras: «No estás solo».
Hoy en día la maldad recrudece, la apostasía aumenta. La religión cristiana se ha apartado de la persona de Cristo. Puede que tenga aún la doctrina de Cristo, y que intente profesarla con celo; sin embargo, tener la doctrina no es necesariamente tener la persona de Cristo. El Señor, que está afuera, dice hoy: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo» (Ap. 3:20).
Los días son malos, y el remanente sufre. El nombre de Cristo se ha convertido para ellos en motivo de ignominia y discriminación. Su no adscripción a los movimientos y doctrinas de moda le granjea la desconfianza del medio religioso. Pero a ellos les basta Cristo.
En medio de ese panorama, Dios alienta a su pequeño pueblo diciéndole: «No están solos, hay siete mil». Y cuando surge una débil voz del otro extremo del mundo, que dice: «Sólo yo he quedado», otra voz le responde del otro extremo: «No estás solo, hay siete mil». Muchas voces se entrecruzan desde los puntos más sorprendentes del globo con la misma palabra, con el mismo aliento.
Las comunicaciones globales hoy no solo sirven para lo peor. Internet no es solo un sumidero de tinieblas y podredumbre: también es el vehículo que Dios está utilizando para que la voz de sus pequeños se oiga muy lejos. Es la voz de Dios para su remanente, que dice: «Ustedes no están solos; tengo siete mil».
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