Una de las mayores necesidades en medio de las iglesias hoy es fortalecer la vida familiar. ¿Cómo fueron los hogares de los grandes hombres y mujeres de Dios del pasado?
D. Kenaston
Mi alma magnifica al Señor mientras contemplo la joya del hermoso carácter, de la persona a la que se refiere este estudio. John Paton era un distinguido misionero. Su autobiografía es muy parecida a la historia de la iglesia, escrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En verdad, era un apóstol («uno enviado») a los paganos que vivían en las islas Nuevas Hébridas, al Sur, en el Océano Pacífico. Nació en Escocia en el año 1824, y falleció en 1898. He sacado este estudio de su autobiografía.
Empezando este estudio, quiero hacer notar la herencia que recibió este santo misionero, en la forma de su parentesco. Sé que Dios no tiene preferencia de personas, él usa a cualquiera y a todos los que se le rinden a él de todo corazón. A pesar de esto, me parece que los que han sido preservados del mucho pecar, al ser criados en un hogar cristiano, tienen ciertas ventajas. Esto debe incentivarnos a que todos, seamos jóvenes o ancianos, busquemos más de él. A los jóvenes, en mantenerse puros, porque a veces las cicatrices estorban al creyente. A los ancianos, en guardar a sus hijos del malo, para el futuro beneficio de ellos. No estoy diciendo que Dios no usa a otras personas de una manera poderosa; porque, sí, ha usado a varias personas, las que nunca tuvieron un buen hogar durante su niñez. Lo que quiero decir es que los que se han criado sin restricciones pueden tener más obstáculos en la vida cristiana.
John se crió en un hermoso hogar cristiano. Su papá buscaba a Dios con sinceridad desde su juventud. Cuando era un joven, casi a diario se iba a un lugar solitario dentro del bosque, para orar, memorizar la Biblia y meditar. Estos ejercicios se hicieron costumbres diarias durante toda su vida. A sus 17 años, Dios le guió al nuevo nacimiento. Desde entonces, James Paton empezó a hacer en su vida muchas y profundas decisiones, las cuales afectaron el resto de su vida, y las vidas de toda su familia en el futuro. Leyó la historia de las vidas de los primeros reformadores escoceses, quienes no pudieron aceptar que el rey de Inglaterra fuera la cabeza de la iglesia. Por esto centenares de ellos sufrieron el martirio. Y en su corazón, James dijo: «Voy a ser un cristiano de esa clase.» Aun cuando vivía con sus padres, les pidió a ellos que siguiesen el ejemplo de esos hombres santos, en tener un culto familiar cada mañana y cada tarde. Y, sus padres consintieron, porque James ofreció ayudar a dirigir esos cultos. Una vez que empezó, James continuó realizando cultos familiares diariamente hasta su muerte, a la edad de 77 años.
La mamá de John, Yanet, también fue reconocida desde su juventud por su piadoso carácter. Juan describió a su querida mamá con palabras que claramente revelan la influencia que ella tenía sobre él, diciendo: «Nuestra heroica mamá tenía un corazón resplandeciente, mucho ánimo y paciencia en el trabajo.» En su vejez, Juan, recordando esa influencia, dijo: «La admiro en mis memorias». Así, James y Yanet Paton empezaron a formar su hogar con una consagración cristiana. Dios les dio once hijos, de los cuales Juan fue el primogénito. Era costumbre en aquella época dedicar al servicio de Dios al primer hijo varón, y así, John fue dedicado al nacer. Años después, cuando John luchaba en su corazón si ir o no a los paganos, sus padres le enteraron de esa secreta dedicación y de sus oraciones por él. ¡Durante veinte años habían orado para que Dios lo mandara a los paganos! Al escuchar esto, John se adelantó en fe, no dudando nunca más de su llamado.
Estudiando las historias de los hogares piadosos, he notado que el modo de influencia no es siempre igual. En algunos, el padre no es muy activo en la enseñanza de los hijos, pero la madre derrama su vida por ellos. En otros, el padre tiene la visión y la madre nada más se ocupa en cuidar la casa, sin dar a los hijos mucho cuidado espiritual. Las dos modalidades han producido simientes piadosas, para la gloria de Dios, quien cuida todos los hogares. Escribo esto para animar a los padres y madres que no tienen a un compañero que ande de acuerdo al rol bíblico. ¡Oh, qué poder hay en un hogar que tiene a los dos padres unidos en la visión de criar a siervos para el Dios Omnipotente! En este estudio ha sido difícil discernir cuánta influencia tenía la madre de John, porque era una «mujer escondida», o sea, sus labores no se veían públicamente. Por esto, vamos a enfocar al padre, pues John escribió más acerca de él en su autobiografía.
La casa del hombre piadoso
Quizás te parece algo extraño que en un estudio de la vida hogareña se haga notar la casa de un hombre, pero permíteme explicar. La casa de James Paton tenía tres distintas secciones. A un costado estaba el área donde trabajaba la mamá – cocinando, lavando ropa y platos y, cumpliendo con otros quehaceres.
Los niños dormían en esta sección. Al otro lado de la casa estaba el área del padre. Allí él trabajaba, tejiendo medias en sus telares. James trabajaba de esta manera en casa, pudiendo así vigilar en todo tiempo los asuntos de su hogar. Entre esas dos áreas había un ambiente al que se le llamaba «el cuarto privado».
Ese fue un cuarto interior, donde dormían los padres; pero más importante, servía como un lugar para renovar la vida espiritual. Allí entraba James a menudo, cerrando la puerta y orando al padre celestial. (Mt. 6:6). Las tres partes fueron usadas por los padres con un propósito definido, como herramientas en manos de padres dedicados. Y así, se crió una familia unida y ordenada, en la casa del piadoso hombre, James Paton.
Las oraciones del hombre piadoso
La gran fuerza de James radicaba en sus oraciones. Era un hombre orante, en público y en privado. El cuarto privado fue el Santuario de la pequeña casa; el lugar donde se promovía el fuego del corazón. A diario y varias veces durante el día, el padre de John se retiraba a su cuarto privado. Después de cada comida, del mismo modo entraba, cerrando la puerta para orar. Los niños entendieron, mayormente por instinto, que debían comportarse quietamente – ¡papá está orando! Oraciones intercesoras se levantaban inagotablemente por la familia. Y los niños escuchaban el sonido de la voz entrecortada que rogaba a Dios por más fuerza. Así, el padre de este hogar vivía en la presencia divina de Dios, lavándose de continuo en esa comunión. ¡Qué ejemplo para los hijos! Dijeron con seguridad dentro de sí mismos: «Papá camina con Dios, entonces, ¡nosotros podemos también!». ¡Oh, qué santas lecciones les fueron enseñadas, mirando la cara resplandeciente de su papá, cuando salía de su cuarto, después del tiempo de oración! No se puede medir la influencia de ese hombre orante, porque la oración es una de las misteriosas herramientas escondidas que moldean las vidas de los niños.
John dio testimonio de su padre, «arrodillado, con todos nosotros, sus hijos, alrededor, derramaba su alma con lágrimas pidiendo por la conversión de los paganos, y por cada necesidad personal y domestica». «Todos nos sentíamos en la presencia del Salvador Viviente, y aprendimos a conocerle y a amarle como nuestro Amigo Divino». Sigue John, «a veces, mirando la luz de su rostro, esperé que fuese yo igual a él en espíritu, y que, como respuesta a sus oraciones, yo fui también privilegiado y preparado para llevar el evangelio a una y otra región del mundo pagano».
Amados hermanos y hermanas, roguemos a Dios que seamos tal como era James Paton, para que nuestros hijos tengan un ejemplo real de alguien que ora.
El orden del hombre piadoso
James tenía grandes deseos de ser ministro del evangelio. Con todo, no se le abrió camino, y en lugar de esto dedicó su tiempo para criar hijos que pudiesen cumplir esas aspiraciones. Hemos notado sus oraciones, las cuales fueron un hermoso detalle del orden en el hogar. Los cultos familiares nunca fallaron – mañana y tarde. Estos tiempos de devoción fueron divididos en tres partes. Leer y explicar una porción de las Escrituras, cantar salmos e himnos y orar; el padre dirigiendo todo. Así pasó durante cuarenta años, y aun cuando los hijos se habían ido del hogar, el padre continuó orando por ellos. John dijo: «Ni apuro para ir al mercado, ni el negocio, ni visitas, ni tristeza, ni gozo, ni novedad excitante impidieron los cultos familiares». Durante cuarenta años, James se ausentó de los cultos públicos solamente tres veces, y el gozo y entusiasmo para asistir a éstos se pasó a todos en la casa. Los hijos crecieron escuchando muchas conversaciones sobre temas espirituales. Para Santiago, el cristianismo fue una bendición, y el vivir para Dios un gozo; y John captó el espíritu de esto desde su niñez.
El día del Señor se convirtió en el día más ansiado de la semana. No fue un día para abstenerse de muchas cosas, sino el día que todos esperaban durante toda la semana. El domingo empezaba con el paseo de 6 kilómetros a la iglesia, charlando y transitando alegremente toda esa distancia. Los sermones fueron llenos de celo y unción. Después, fueron seriamente meditados, mientras la familia volvía a casa. Por causa de los muchos niños, a veces Yanet no pudo asistir a la iglesia. Así, James y los niños mayores tenían el gozoso deber de compartirle el sermón. James repetía a ella partes del sermón, paseándose de aquí para allá en la casa. Los niños tomaron la tarea de leer los versos bíblicos citados. Quizás alguna historia bíblica era añadida, o algo del libro «El Progreso del Peregrino». Por la tarde, el padre enseñaba aún más, muchas veces del Catecismo Corto, con explicaciones de los versículos referidos. Analizando las santas actividades de esa familia, un sentimiento de unidad familiar se me acentuó.
Otro punto digno de notar en la vida hogareña de los Paton, es que a veces se ocupaba la vara para castigar. El hogar fue guiado más por amor que por el temor; la obediencia era lo normal. Sin embargo, había ocasiones cuando se necesitaba la vara. Estas ocasiones fueron tiempos santos y reverentes. Primeramente, James entró en su cuarto privado y oró, pidiendo sabiduría y derramando ante Dios la situación. Realmente, esto era la parte más grave para los niños. Fue un mensaje a su conciencia, trayendo a la disciplina por aplicar, al Todopoderoso. Al ver el dolor y el sacrificio que sufrió su papá al castigarlos, el amor de los niños para él abundó. Las necesidades de ocupar la vara para castigar por un mismo asunto no fueron numerosas, porque se aplicaron eficazmente.
Las relaciones del hombre piadoso
El capítulo 4 de Malaquías habla de la importancia y el poder de una relación entre un padre y sus hijos. La unidad entre este padre y su hijo, James y John, es un merecedor ejemplo. Al estudiar del amor y el respeto entre ellos, y del vínculo entre sus almas durante todos sus días, dulces memorias llegaron a mi mente; las de despedir a dos de mis propios hijos al irse al campo misionero. La gran cantidad de profundos y silentes mensajes que se comunicaron el uno al otro en esos momentos, nunca los podré olvidar. En su autobiografía, John describe la despedida del hogar de sus padres, para ir a prepararse para la obra misionera. Tenía 22 años entonces. Citaré varias partes de su autobiografía a continuación, para hacer notar de mejor manera el respeto que él le tenía a su papá.
«Mi querido papá caminó conmigo durante los primeros nueve kilómetros. Sus consejos, lágrimas y charlas celestiales todavía están frescas en mi corazón, como que si ayer me hubiere hablado. Las lágrimas caen por mis mejillas, sin impedimento en este momento, igual que fluyeron en ese entonces, mientras las memorias me regresan. Durante el último kilómetro, caminamos sin pronunciar palabra. Sus labios se movían, orando en voz baja y nos mirábamos el uno al otro varias veces, pero sin poder hablar. Nos paramos en el lugar de la despedida; mi papá, silenciosa y firmemente agarró mi mano durante un minuto, y luego dijo, muy solemne y cariñosamente: ¡El Dios de tu papá te prospere y te cuide de toda maldad!
Sin poder decir más, sus labios siguieron moviéndose en oración silente. Con lágrimas rodando por nuestras mejillas, nos abrazamos y partimos cada uno por su camino. Justo en el lugar donde yo debía doblar la esquina, di la vuelta y le vi, mirándome. Haciéndole una señal con mi sombrero lo saludé, luego seguí caminando y desaparecí de su vista. Pero mi corazón estaba demasiado constreñido y dolorido para seguir caminando, entonces apuradamente fui a la orilla del camino, donde lloré largo tiempo. Terminando de llorar, subí el dique para ver si todavía estaba mi papá en el lugar donde me aparté de él. En ese momento le vi subiendo el dique también, tratando de localizarme. No me vio y después de buscar un rato, se bajó y se fue hacia la casa. Le miré con lágrimas ardientes cayendo de mis ojos, hasta que desapareció su figura; luego me fui. He dado un firme voto, una y otra vez, por la gracia de Dios, en vivir y portarme de tal manera que nunca deshonre a los benditos padres que Dios me dio».
Oh, ¡qué hermosas palabras manaban del corazón del hijo amante! Son un humillante desafío para mí. Es fácil comprender en esas palabras que lo que hacemos en nuestros hogares, durará en nuestros hijos mucho tiempo después de nuestra partida. Que Dios renueve nuestra visión de construir fuertes vínculos con cada uno de nuestros hijos, mientras aún los tengamos en el hogar.
El fruto del hombre piadoso
Hay mucho que escribir bajo este título, a causa de los muchos años del fiel servicio de John. Todo lo que John fue y lo que hizo, inspira mi corazón.
Recomiendo que todos lean su autobiografía. Pero antes de terminar este estudio, quiero referirme un poco más a la juventud de John. Se crió en la pobreza. La familia grande en la que vivió produjo un ambiente de escasez, que moldeó su carácter.
Muchas veces miramos tales circunstancias como obstáculos y fuente de duras penas. Pero específicamente, no es así. De hecho, Dios usa esas circunstancias para amoldar a su escogido siervo para la gloria de Su nombre. Juan empezó a trabajar en el negocio de su padre a los seis años de edad. Antes de llegar a los doce años, trabajaba desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. Tuvo tiempo para las comidas, pero las horas de trabajo fueron cuantiosas y fatigosas. Lo que John ganó en aquel trabajo se usó para el mantenimiento de la familia. Esto hizo que no pudiera asistir a la escuela. Pero ese joven que tenía deseos de ser misionero no fue frenado en el aprender.
Desde la edad de los doce años, tuvo deseos de ser misionero, y en cada momento que pudo se ocupó en el estudio y preparación. Según nuestra perspectiva moderna, podemos razonar que no era justo o que era malo tratar a un hijo así. Pero debemos considerarlo otra vez. En aquellos tiempos, un muchacho se consideraba como un hombre a los doce años. Nuestra moderna mentalidad en el jugar nos ha cegado acerca de las capacidades de un niño. Pensamos que los niños deben tener muchos años de diversiones y juegos antes de llegar a tener responsabilidades. Pero para John, sus dificultades y responsabilidades le ayudaron a prepararse para el campo misionero.
Hermanos y hermanas, preparemos a soldados listos para las guerras espirituales de este mundo. No hay ejército que entrene a sus soldados con juegos y diversiones a fin de prepararlos para una difícil y grave batalla. Del mismo modo, el Señor de la mies mandará obreros bien competentes a sus campos.
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