A solas al huerto yo voy,
cuando duerme aún la floresta;
y en quietud y paz con Jesús estoy
oyendo absorto allí su voz.
Él conmigo está, puedo oír su voz
y que suyo, dice, seré;
y el encanto que hallo en él allí
con nadie tener podré.
Tan dulce es la voz del Señor,
que las aves guardan silencio;
y tan sólo se oye su voz de amor,
que inmensa paz al alma da.
Con él encantado yo estoy,
aunque en torno llegue la noche;
mas me ordena ir, y a escuchar yo voy,
su voz doquier la pena esté.
C. Austin Miles, 1912. Trad. Vicente Mendoza