Segunda Epístola a los Tesalonicenses.
Lectura: 2ª Tesalonicenses 2:1-17.
Las dos epístolas del apóstol Pablo a los tesalonicenses son las primeras cartas que él escribió. Él las escribió poco tiempo después de haber sido usado por Dios para fundar la iglesia en Tesalónica.
Sabemos que la iglesia en Tesalónica fue generada a través de los dolores de parto del alma de Pablo y, después de haber sido fundada, aquella iglesia sufrió persecución continuamente. Mientras Pablo estaba aún en Corinto, él escribió su primera carta a la iglesia, con el propósito de animar a aquellos cristianos que estaban pasando por tribulación.
Sabemos que el mejor aliento que se puede dar a una iglesia, no importa si ella es joven o antigua, es incentivarla a permanecer firme en la esperanza de la venida del Señor. Por esa razón el apóstol Pablo menciona constantemente la venida del Señor en su primera carta a los tesalonicenses.
Ya mencionamos con anterioridad que la venida o la parousía del Señor significa ‘presencia’. La parusía se refiere a una llegada y al espacio de tiempo que sigue a la llegada. Por lo tanto, la parusía es en realidad un espacio de tiempo. La parusía del Señor se extiende por un período de tiempo, y cubre una serie de eventos. De modo resumido, la parusía del Señor ocurre en dos etapas.
En Hechos 1:11, los discípulos estaban en el monte de los Olivos y presenciaron cuando el Señor fue elevado al cielo hasta que fue cubierto por una nube. Ellos aún estaban mirando a los cielos cuando se les aparecieron dos varones con vestiduras blancas que les dijeron: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo».
La ascensión del Señor al cielo ocurrió en dos etapas. La primera, desde el monte de los Olivos hasta las nubes, fue visible. La segunda, desde las nubes hasta el cielo, fue invisible. Y los varones dijeron a los discípulos que él volvería de la misma manera. Así como su ausencia fue en dos etapas, su presencia ocurrirá en dos etapas, aunque en orden inverso.
En su venida, la primera etapa será desde el trono a los aires, en forma invisible. La segunda, desde las nubes hasta el monte de los Olivos, será visible. Si tenemos en mente estas dos fases, ciertamente no estaremos confundidos.
El problema que los cristianos de Tesalónica estaban enfrentando en relación a la venida del Señor era a causa de aquellos que habían creído en él y habían fallecido (ver 1ª Tes. 4). Cuando pensaban en el retorno del Señor, que es una bendita esperanza, ellos se entristecían, porque pensaban que aquellos que habían muerto en el Señor no presenciarían su arribo. Es probable que pensaran que aquellos hermanos habían perdido la gran bendición de ser llevados al cielo, esto es, el privilegio de ser arrebatados.
Por esto, en su primera carta, Pablo intentó mostrarles que en la venida del Señor se producirá el arrebatamiento, en el cual estarán tanto los vivos como aquellos que durmieron en Cristo Jesús. Ellos serán levantados de entre los muertos y llevados a los aires junto con los vivos, y todos estarán con el Señor.
No mucho tiempo después, Pablo recibió noticias de Tesalónica, y se sintió motivado a escribirles otra carta. En ella, Pablo intenta hablar sobre la segunda etapa de la parusía. En la carta anterior, él trata de la primera fase: la venida del Señor desde el trono hasta los aires. Hoy sabemos que nuestro Señor Jesús está sentado a la diestra del Padre, pero un día él vendrá, y su venida comenzará desde el trono.
Al leer toda la Palabra de Dios poniendo juntos los pasajes de la Biblia relacionados con este mismo asunto, descubrimos que llegará un día en que, repentinamente, algo va a acontecer aquí en la tierra. Y, gracias a Dios, sabemos que eso puede ocurrir en cualquier momento. Un día, en todo el mundo, algunos cristianos habrán desaparecido, habrán sido llevados. Mateo 24 dice que dos estarán durmiendo juntos; uno será llevado y el otro será dejado. Dos estarán trabajando en un molino por la mañana; uno será llevado y el otro será dejado. Dos estarán trabajando en el campo al mediodía; uno es llevado y el otro es dejado. Sabemos que ‘dos’ representa a los cristianos que estuvieren vivos en la ocasión de la venida del Señor.
Esa es nuestra gran oportunidad. En la venida del Señor, aquellos cristianos que estén preparados, velando y orando, que estén dispuestos a tomar su cruz y seguir al Señor, que se están liberando de las cadenas que los atan al mundo, aquellos que estén apercibidos y, por tanto, son los vencedores de la iglesia, ellos serán llevados primero, como aquel hijo varón mencionado en Apocalipsis 12.
En cuanto el hijo varón nace, él es arrebatado para el trono, preparando el camino para que el Señor venga desde el trono a los aires. El hijo varón se refiere a un grupo de personas, es colectivo, porque está escrito que ellos han vencido al acusador por medio de la sangre del Cordero, por la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron la vida de sus almas hasta la muerte (Ap. 12:11).
Después que ellos sean arrebatados para el trono, habrá guerra en los aires. Miguel y sus ángeles lucharán contra Satanás y sus seguidores, y no habrá más lugar para Satanás en los aires, donde actualmente se localiza su cuartel general. Satanás y sus seguidores serán arrojados a la tierra, y así los aires serán limpiados para que el Señor pueda descender desde el trono hasta los aires.
Durante este período, sobre la tierra, habrá una gran tribulación, porque el trío de maldad –Satanás, el falso profeta y el anticristo– estarán en la tierra. Sin embargo, gracias al Señor, a través de la gran tribulación, la siega estará siendo preparada.
Los primeros frutos, las primicias, representados por los vencedores, ya habrán sido tomados. Pero, ¿qué decir en relación al resto de la cosecha? El resto de los cristianos estará preparado y, al son de la última trompeta, la séptima, los muertos en Cristo serán levantados de entre los muertos y, junto con los que estén vivos en la tierra, serán arrebatados hacia los aires, para encontrarse allí con el Señor
En esa ocasión habrá el tribunal de Cristo. Todos aquellos que pertenecen a la familia de Dios se reunirán en torno al Señor y serán juzgados como una familia. Sus obras serán examinadas, y aquellos cuyas obras sean oro, plata y piedras preciosas, serán recompensados. En cambio, aquellos cuyas obras sean madero, heno y hojarasca, verán sus obras destruidas, aunque ellos mismos serán salvos como por fuego.
Esta es la primera parte de la parusía, conforme se nos muestra en 1ª Tesalonicenses. Sin embargo, tenemos la impresión de que Pablo omitió la segunda parte, aquella que se refiere a la venida del Señor desde los aires a la tierra. En verdad, él menciona este asunto, pero será tratado especialmente en la segunda carta.
La primera carta se refiere a la primera fase de la parusía, que está especialmente relacionada con la iglesia. Es la venida del Señor para sus santos, y el arrebatamiento está incluido en este periodo. La segunda carta trata en especial la segunda fase de la parusía, y se relaciona principalmente con el mundo. Es la manifestación de su parusía, el esplendor de su presencia. Es la venida del Señor con sus santos, relacionada principalmente con la cuestión del juicio. Es importante tener presente esto al avanzar en este estudio.
La iglesia en Tesalónica tenía un nuevo problema, y no sabemos con certeza cómo surgió. Sin embargo, tenemos una indicación importante, pues en el capítulo 2 de la segunda carta, dice: «…no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera…».
Es probable que, durante aquel corto período de tiempo entre la primera y la segunda carta, alguien profetizó y dijo que el día del Señor había llegado. Quizás haya sido una palabra, o tal vez alguien haya falsificado una carta, como si fuese del apóstol Pablo. Cuando los creyentes oyeron estas cosas, quedaron sumamente perturbados.
En la 1ª a los Tesalonicenses, el problema de ellos estaba relacionado con aquellos que habían partido con el Señor. Ahora su problema era con respecto a los vivos. Si, en efecto, el día del Señor había llegado, esto era algo terrible, porque el día del Señor es el día de la ira y del juicio, y ellos estarían presenciando ese día.
Tal vez sea importante que tengamos claridad en esta cuestión. En su primera carta, Pablo mencionó el día del Señor: «…Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán» (1ª Tes. 5:2-3).
De alguna manera el enemigo intentó introducir un poco de mentira en la verdad. Es verdad, Pablo había mencionado algo con respecto al día del Señor. Él dijo: «…el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche». Será algo súbito, repentino, inesperado. «…cuando digan: Paz y seguridad…», como si todo estuviere en paz y seguridad, súbitamente, vendrá la destrucción. El día del Señor es destrucción, «…vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán».
Alguien, entonces, dijo que el día del Señor había llegado. ¿No están ustedes enfrentando tantos problemas? ¿No están sufriendo tantas persecuciones? ¿No están pasando por tantos sufrimientos? ¡Bueno, eso es evidencia de que el día del Señor llegó, y ustedes están viviendo ese día! Mas, si esto fuese verdadero, ¿cuál sería la esperanza de ellos?
En verdad, cuando Pablo escribió la primera carta, él intentó alentarlos con la esperanza de la venida del Señor (cap. 4). Él dijo: El Señor está viniendo en breve, y cuando él venga, «…los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire».
Ahora necesitamos recordar que, en el capítulo 4, Pablo está hablando con respecto a ‘nosotros’, es decir, Pablo y los cristianos tesalonicenses. En el capítulo 5, él dijo: «Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá…».
Nuevamente, Pablo está escribiendo a los hermanos tesalonicenses, pues él dice ‘vosotros’. Pero en el versículo 3, cuando Pablo dijo: «…cuando digan … vendrá sobre ellos…». En otras palabras, después que Pablo habló con los cristianos de Tesalónica respecto de la primera etapa de la parusía, entonces él pasa a tratar sobre la segunda etapa. Él dijo: Vendrá el día del Señor, pero eso no se refiere a ustedes; ese día es para ‘ellos’. ¿Y quiénes son ‘ellos’? ‘Ellos’ se refiere al mundo. El mundo va a decir ‘paz y seguridad’, y entonces vendrá sobre ellos la destrucción repentina, y no tendrán escapatoria.
Mas, en cuanto a ustedes, hermanos, oigan: «Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios» (1ª Tes. 5:4-6).
De esta manera, las palabras ‘el día del Señor’ están relacionadas con el mundo, y no con la iglesia. Con respecto a la iglesia, se dice que son hijos de la luz, y el día del Señor no vendrá sobre ellos como un ladrón. Pero, de alguna forma, los cristianos tesalonicenses no lo entendieron. Ellos confundieron todo. Pensaron que el día del Señor ya había llegado y, en consecuencia, no había más esperanza para ellos; habían perdido la oportunidad, y estaban, por tanto, viviendo el día del juicio.
Entonces, Pablo intentó una vez más corregir sus conceptos y comprensión de estos acontecimientos, y les habló: No, no; el día del Señor no vendrá sin que antes acontezcan dos cosas. Primero, la apostasía, y luego, la revelación del hombre de pecado, el hijo de perdición.
Podríamos pensar que el problema de los tesalonicenses residía en el hecho de que ellos estaban esperando demasiado temprano la venida del Señor, y por eso Pablo les estuviese tratando de explicar que el Señor no vendría tan pronto, porque debían acontecer algunas cosas antes de su venida. No, ese no era el problema. El problema real es que ellos confundieron las dos etapas de la parusía. Ellos confundieron los dos días.
En la Biblia es mencionado ‘el día de Cristo’ y ‘el día del Señor’. Sin embargo, esas dos expresiones no son la misma cosa. Lamentablemente, en algunas versiones de la Biblia, los traductores usaron una misma expresión tanto para ‘el día del Señor’ como para ‘el día de Cristo’. Por esta razón, muchas personas confunden ambos días.
Pero, al leer con cuidado el Nuevo Testamento, se descubre que ‘el día del Señor’ y ‘el día de Cristo’ son dos días diferentes. El ‘día de Cristo’ se refiere a la primera etapa de la parusía, y está relacionada con la iglesia. El ‘día del Señor’, por otro lado, se refiere a la segunda parte de la parusía, y está relacionada con el mundo, con el juicio.
A fin de comprender bien esa diferencia, vamos a estudiar esto un poco más en detalle.
El día de Cristo
«…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Flp. 1:6). Aquella buena obra que Dios comenzó en ti, él la completará hasta el día de Jesucristo.
«…para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Flp. 1:10-11). O sea, si, por la gracia de Dios, nosotros somos capaces de discernir las cosas excelentes, nosotros podremos ser puros e irreprensibles en el día de Cristo. Cuando el día de Cristo venga, estaremos puros y sin culpa alguna.
«…asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado» (Flp. 2:16). Él dijo a los creyentes que ellos deberían ser luz en el mundo, y de esa forma, Pablo podría enorgullecerse de ellos en el día de Cristo. Pablo se gloriaría en ellos en el día de Cristo. (Ver también 1ª Cor. 1:8).
De esta manera, se descubre que el día de Cristo, el día de Jesucristo, está relacionado con la iglesia. Cuando llegue el día de Cristo, todos nosotros compareceremos delante de él. Nosotros le veremos, y nuestras obras serán recompensadas. Es el día que nosotros, como creyentes, estamos aguardando con gran expectación.
Nosotros deberíamos vivir diariamente a la luz de aquel día, sabiendo que un día veremos al Señor y, por eso, queremos agradarle en todas las cosas. El apóstol Pablo vivía diariamente a la luz del día de Cristo. Él trabajaba, sufría, se fatigaba y tenía dolores de parto porque sabía que un día él sería recompensado. Amados hermanos, esta es nuestra bendita esperanza – el día de Cristo.
El día del Señor
Sabemos que hay otro día, al cual llamamos ‘el día del Señor’. La expresión ‘el día del Señor’ se originó en el Antiguo Testamento, y fue usado posteriormente en el Nuevo.
En el Nuevo Testamento, se encuentra esa expresión en 1ª Tesalonicenses 5:2-3: «Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche … entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina». Y en 2ª Tesalonicenses 2:2: «…que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca».
Sin embargo, originalmente, la expresión ‘el día del Señor’ viene del Antiguo Testamento, y es un término empleado por los profetas. Encontramos esta expresión en los siguientes pasajes: Isaías 2:12; 13:6, 9; 34:8. Jeremías 46:10. Lamentaciones 2:22. Ezequiel 13:5; 30:3. Joel 1:15; 2:1. Amós 5:18. Abdías 15. Sofonías 1:7-8; 18:2-3. Zacarías 14:1. Malaquías 4:5.
En el Antiguo Testamento, el día del Señor es día de juicio, de ira, de venganza, de aflicciones. Dios envió ese día a la nación de Israel por causa de sus pecados. Dios envió ese día a Egipto, a Edom y a Babilonia también por causa de sus pecados, y en los últimos días, Dios enviará ese día a todo el mundo – el juicio de las naciones por causa de Sion.
Los creyentes de Tesalónica estaban en dificultades. Ellos habían sido engañados por espíritu, por palabras, por falsas cartas diciendo que el día del Señor había llegado. Es lógico que eso se transformara en un problema para ellos, pues, si todo eso era verdad, ¿qué esperanza había para ellos? Lo habían perdido todo. Pero Pablo les dice: «No, no; el día del Señor no vendrá sin que ciertas cosas acontezcan primero».
Es importante aclarar aún una cosa más: hoy es día de misericordia. En el día de misericordia sucede algo muy interesante: los creyentes sufren. Los creyentes tesalonicenses creían en el Señor Jesús; ellos tenían fe y amor. Su fe crecía y su amor era abundante; pero aún así, sus padecimientos no disminuían. Era como si el mundo tuviese plena libertad para perseguir a los cristianos, y nada le ocurriese al mundo.
¿No es extraño esto? ¿Dónde está el justo juicio del Señor? ¿Por qué motivo el justo sufre y el impío prospera? El apóstol Pablo va a dar una explicación muy interesante. «…tanto, que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis. Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios» (2ª Tes. 1:4-5). Observen la afirmación de Pablo diciendo que ellos estaban soportando aflicciones y que el hecho de que ellos estuviesen sufriendo es prueba clara del justo juicio de Dios.
¿No les parece interesante esta explicación? Pero en los versículos siguientes, él continúa: «…para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis. Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (2ª Tes. 1:5-8).
Nosotros estamos viviendo en el día de misericordia y, en este día, parece que Dios permite que el justo sufra, permite que el atormentador agobie al justo. Pablo dijo: «Esto es señal evidente del justo juicio de Dios». ¿Cómo se explica esto? La explicación es la siguiente: Dios usa el sufrimiento para perfeccionarnos. El sufrimiento es por causa de la gloria a la cual estamos por entrar. Es por causa del reino de Dios, para que seamos considerados dignos del reino de Dios.
El mismo Señor Jesús sufrió primeramente, y después entró en la gloria. Por lo tanto, nosotros debemos sufrir a fin de madurar, ser perfeccionados, considerados dignos de la gloria que estamos por recibir. En otras palabras, Dios está utilizando a nuestros enemigos para perfeccionarnos. Este es el justo juicio de Dios.
¿Permitirá el Dios justo que una cosa como esa continúe para siempre? ¡No! Vendrá el día en que él juzgará al que nos atormenta, y nosotros hallaremos descanso en Él. Este es el día del Señor, la revelación del Señor Jesús, el Apocalipsis.
Un día, el Señor vendrá desde los aires a la tierra, y vendrá con millares de ángeles. Él vendrá con sus ejércitos celestiales y con los vencedores de la iglesia. Él descenderá sobre esta tierra, y habrá una última batalla, la batalla de Armagedón. Es la lucha de Cristo y su ejército contra Satanás y sus seguidores; y Cristo destruirá al enemigo con el soplo de su boca. Satanás será apresado y lanzado al abismo; el falso profeta y el anticristo serán arrojados en el lago de fuego y aquellos que siguen a la bestia serán muertos.
El juicio vendrá sobre esta tierra, y Cristo reinará sobre la tierra durante mil años. La justicia reinará sobre la tierra. No pienses que el mundo escapará del juicio. Dios sólo está esperando. Un día vendrá el juicio sobre este mundo y todo el mal será destruido. La justicia gobernará sobre la tierra. Cristo reinará para siempre y aquellos que están con Cristo reinarán con él. Este es el día del Señor.
La apostasía
Entretanto, antes de llegar este día, deben acontecer dos cosas: la apostasía y la manifestación del hombre de pecado. Pero, recuerden, esto está relacionado con la segunda etapa de la parusía, y no con la primera. Por lo tanto, no es algo que nosotros estemos esperando. Nosotros estamos esperando a Cristo, no al anticristo, pues es el mundo quien debe sufrir en sus manos.
En primer lugar, habrá la apostasía. La palabra apostasía significa abandonar, salir, apartarse de algo. Significa abandonar la fe, apartarse de la fe. Nuestro Señor Jesús dijo: «En los últimos días, ¿habrá fe sobre la tierra?». Nosotros sabemos que el espíritu de iniquidad ya está sobre la tierra. Pienso que no hay duda sobre eso.
El espíritu de iniquidad ya está sobre esta tierra, pero creemos que habrá una apostasía, un apartarse, un abandono general de la fe. No sólo el mundo se apartará más y más de la verdad, de la ley y del orden, sino que aun entre el pueblo de Dios habrá un apartarse y un abandono de la fe.
El apartarse y el abandono de la fe se está transformando en un fenómeno generalizado. Las personas no creen en la verdad. Creen en aquello que no es verdad, creen en las mentiras. No hay más modelos, no hay más absolutos; todo está siguiendo el error. Si esto está aconteciendo, significa que el camino para la manifestación del hombre de pecado está siendo preparado.
El hombre de pecado
El hombre de pecado es la personificación del pecado, de la misma manera que Cristo es la personificación de la justicia. Él es el Justo, pero el hombre de pecado es exactamente lo opuesto. Él es el hombre de perdición, así como Cristo es el hombre de Vida, la vida eterna, el Padre eterno. Cristo es el Cordero, mas el hombre de pecado es una bestia.
Un día, el anticristo va a aparecer sobre esta tierra y él se hará a sí mismo un dios. Destruirá toda religión. Él querrá que todas las personas lo adoren como si él fuese Dios. Él hará milagros y otras cosas, mas el Señor aparecerá y lo destruirá con el soplo de su boca.
Aquel que ahora lo detiene
Pablo, sin embargo, dice que eso aún no ha sucedido. El espíritu de iniquidad ya está aquí, pero el inicuo todavía no aparece, porque hay uno que aún lo detiene. Antes que aquel que lo detiene sea removido, ese inicuo no aparecerá.
¿Quién es este que lo detiene? En la cristiandad hay muchas explicaciones diferentes, pero no podemos hablar aquí de todas ellas, porque es un asunto muy amplio. Mencionaré sólo aquellas interpretaciones que me parecen más satisfactorias. Si ustedes no concuerdan con ellas, pueden hacer sus propias indagaciones.
Creo que aquel que lo detiene se refiere a aquel hijo varón mencionado en Apocalipsis 12. La iglesia sobre la tierra es la luz del mundo y la sal de la tierra. Esto es lo que ella debería ser. Nosotros debemos resplandecer de modo que las tinieblas no prevalezcan. Cuando la luz viene, las tinieblas retroceden.
Nosotros somos sal de la tierra porque, cuando hay sal, la corrupción no puede continuar, no puede extenderse. Cuando el Señor dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra … vosotros sois la luz del mundo», estaba hablando eso a sus discípulos, a aquellos que lo siguen (ver Mateo 5).
Hermanos, esto es lo que la iglesia debería ser. La iglesia debería ser aquel vaso apartado, santificado, lleno de Cristo. Por lo tanto, es un testimonio para el mundo. Es un poder que detiene las corrupciones malignas del mundo.
Lamentablemente, la iglesia hoy está tan mezclada con el mundo, que es difícil distinguir lo que es la iglesia y lo que es el mundo. Por eso, no hay testimonio, no hay luz, no hay poder que detenga, no hay sal. Sin embargo, gracias a Dios, en la iglesia aún hay aquellos que son fieles al Señor; ellos son los vencedores de la iglesia. Ellos vencieron al enemigo por medio de la sangre del Cordero. Esto no significa que ellos sean perfectos, sino que ellos confían en la sangre del Cordero por la palabra de su testimonio. Su testimonio es real. Jesús es el Señor de ellos, el Señor de sus vidas, y ellos no aman la vida de sus almas. Ellos están dispuestos a dar su vida del alma por amor del reino de Dios.
Amados hermanos, agradecemos al Señor, porque nuestro Señor es justo. Él es justo al permitir que hoy suframos por amor de su nombre, para que seamos completos, para que lleguemos a ser dignos de su reino. Porque él es justo, un día él retornará como Rey de reyes y Señor de señores; todos sus enemigos serán destruidos y su reino jamás tendrá fin. ¡Alabado sea el Señor!
Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.