Similitudes y diferencias entre seres humanos y animales irracionales a la luz de la Palabra de Dios y de evidencias científicas.
Desde muy antiguo el hombre ha reflexionado sobre las características de animalidad que hay en el ser humano, siendo además consciente que hay algo en él que lo diferencia de los animales irracionales o bestias.
Salomón, mucho antes de nuestra era, reflexionó sobre las diferencias y similitudes entre humanos y bestias, preguntándose si el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba y si el espíritu del animal desciende abajo a la tierra (Eclesiastés 3:21). Previamente, al considerar lo corporal o biológico concluye: «Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo» (Ecl. 3:19-20).
Posteriormente ya en el siglo XVIII, se profundiza más el interés por la animalidad humana, llegando a forjarse la idea de parentesco entre el hombre y animales aparentemente similares en forma, como los monos. Nace en aquel tiempo una enorme curiosidad por los «eslabones perdidos», luego que hiciese su aparición en la escena filosófica la teoría evolutiva darviniana. Falsas bestias humanas eran exhibidas entonces en los circos europeos, avivando el fuego de la pasión filosófica y científica de la época. Dos siglos después cabe preguntarse cuánto se ha avanzado en este ámbito.
¿Qué diferencia existe entre el hombre y una bestia?
Siguiendo el razonamiento que ha utilizado la ciencia de la Zoología, los simios compartirían con el hombre patrones de comportamiento complejo, el que revelaría un mayor desarrollo cerebral de ambos grupos, aunque el cerebro del hombre, al ser más grande, le daría ese valor agregado como especie, con una mayor inteligencia, memoria, etc. Por ello se ha postulado al tamaño del cerebro como un aspecto diferenciador entre simios y humanos. Sin embargo esto ha probado no ser adecuado, por cuanto se han encontrado fósiles de un homínido que habría vivido hace unos veinte mil años, denominado Homo floresiensis, el que pese a tener un cerebro pequeño como el de un chimpancé, tenía funciones cognitivas avanzadas, algunas de ellas similares a las del Homo sapiens (Este Homo floresiensis, como veremos, podría haber correspondido a una raza pequeña de la especie humana, como los pigmeos).
Se ha dicho también que el genoma humano sería similar hasta en un 98% al del chimpancé, lo que avalaría su relación parental. Sin embargo, este argumento es más bien especulativo por cuanto los estudios realizados, han demostrado enormes variaciones respecto al número de genes de la especies humana. En un trabajo publicado el 2004 en la prestigiosa revista científica Nature (I.H.G.S.C., 2004), se redujo el número de genes de entre 20.000 a 25.000, en contraste con un trabajo publicado en 2001 donde se señalaba que tendría hasta 40.000 genes. Un año antes, en 2000, se publicaba que el número de genes humanos estaba entre 60.000 y 100.000. Es decir, en sólo 4 años, se rebajó de 100.000 a 20.000 el número de genes humanos. Con esta enorme variabilidad de datos, no es posible hacer comparaciones serias entre especies.
Siguiendo este razonamiento de similitud entre especies a nivel molecular, bien se podría también afirmar que nuestro antepasado directo no es un mono sino las plantas verdes, porque compartimos moléculas altamente complejas y similares entre animales y vegetales, de una utilidad biológica tal que ni unos ni otros podrían vivir sin ellas. Los vegetales tienen un tipo de moléculas denominadas genéricamente como clorofila, con distintas variedades, pero básicamente, tienen la grandiosa propiedad de convertir energía luminosa en energía química, es decir, son máquinas que fabrican alimento, el cual sostiene finalmente a casi todos los seres vivientes del planeta. ¿Tenemos clorofila los humanos y animales? No, pero sería extraordinario si así fuese porque ya no tendríamos que ir al supermercado a comprar alimento, dado que lo fabricaríamos a partir de la luz solar. Sin embargo tenemos una molécula casi igual a la clorofila (II) y se denomina hemoglobina, ubicada dentro de los glóbulos rojos. Es la que le da el color rojo a nuestra sangre y tiene la vital tarea de transportar el oxígeno desde los pulmones a todas las células del cuerpo y traer de vuelta el dióxido de carbono para ser eliminado en la respiración.
Si se analiza la estructura básica de una molécula de Clorofila II, se descubre que se trata de una porfirina, compuesta de 136 átomos de hidrógeno, carbono, oxígeno y nitrógeno, perfectamente ordenados en una exacta y compleja relación, alrededor de un anillo central. En el centro de esta intrincada estructura, existe un único átomo de magnesio. Si este átomo de magnesio es reemplazado por un átomo de hierro, ubicándolo en el mismo lugar, entonces se tiene una molécula ya no de clorofila II sino de hemoglobina (Annie Dillard 1974). Esta es la única diferencia esencial entre la clorofila II y la hemoglobina. En porcentaje, diríamos que son similares en un 99%, pero su función es radicalmente diferente y en organismos altamente disímiles (vegetales y animales). ¿Prueba esto necesariamente que los animales están muy emparentados con los vegetales o que la similitud de ADN entre humanos y chimpancés hace que unos desciendan de otros? No, no lo prueba.
Lo evidente es que los seres vivos están hechos bajo un patrón estructural y funcional similar, diseñados para vivir alimentarse y reproducirse en un mundo con variables que actúan de manera similar para todos; gravedad, luz, oscuridad, oxígeno atmosférico, dióxido de carbono, agua en estado líquido, etc. Por ello es que los organismos clasificados por la zoología como vertebrados, compartimos un esqueleto óseo para resistir a la fuerza de gravedad, pulmones que intercambian oxígeno y dióxido de carbono, un sistema sanguíneo que transporta estos gases a todas las células del cuerpo, sistema nervioso y endocrino que responde a ciclos diarios de luz y oscuridad, y que integran funciones corporales, etc.
El diseño estructural y funcional de los seres vivos es básicamente el mismo, pero pequeñas diferencias moleculares pueden llegar a producir grandes diferencias en forma y función en los seres vivos. Dos por ciento sería la diferencia del ADN entre humanos y chimpancé, sin embargo estos simios y los demás primates tienen 24 pares de cromosomas en sus células, mientras que los humanos tenemos sólo 23 pares. Por tanto es un cromosoma completo de diferencia, además del supuesto dos por ciento. A pesar de ello, cierto porcentaje de científicos insiste en el origen humano a partir de monos, teniendo como base filosófica el evolucionismo. ¿Qué hay de verdad en el árbol genealógico evolutivo de los primates, que pone al hombre como especie ubicada en la copa de ese árbol?
En busca de nuestros ‘antepasados’
Los antropólogos paleontólogos y genéticos moleculares se encuentran trenzados en un debate acerca de la evolución humana (Investigación y ciencia 1993). A partir de registros fósiles, en algunos casos con esqueletos más o menos completos y en otros sólo contando con un hueso, se nominan especies antecesoras humanas, habiéndose postulado ya más de una decena de ellas. Pero ¿qué criterios se usan para nombrar una especie nueva?
Uno de los problemas en la ciencia de la biología es su ambigüedad respecto a ciertas definiciones fundamentales y su posterior aplicación. En este caso, nos topamos con el concepto de especie. ¿Qué se entiende por especie en biología? Existen varias definiciones, pero la que más resultado ha dado es el concepto biológico de especie. Este concepto establece que una especie está conformada por individuos similares entre sí, que se pueden reproducir, y que su descendencia sea viable, es decir, que las generaciones descendientes se puedan continuar reproduciendo. Veámoslo con un ejemplo. Los caballos y los asnos son similares entre sí, se pueden llegar a reproducir, pero la descendencia resultante (la mula) ya no se puede reproducir, es inviable reproductivamente. Por tanto los caballos y los asnos forman dos especies distintas.
Otro concepto de especie, menos preciso, es el concepto morfológico o tipológico, es decir, si la forma o tipo de dos especies es muy distinta entre sí, entonces se estaría en presencia de dos especies. Este concepto de especie ha sido desechado por la mayoría de los biólogos, no obstante se ha seguido utilizando a conveniencia. La incongruencia de esta definición es que a organismos similares morfológicamente, se les puede considerar de la misma especie no siéndolo (caso de caballos y asnos), y organismos morfológicamente distintos entre sí (un perro de raza San Bernardo y otro de raza chihuahua, por ejemplo) se les debiera clasificar como pertenecientes a dos especies (dado que son tan diferentes), cuando en verdad se trata de una sola.
Este no es un problema menor en Zoología por cuanto existen muchos ejemplos de especies clasificadas como distintas, pero en realidad debieran ser solo una, si se le aplica el concepto biológico de especie. Es el caso del perro doméstico, el lobo y el dingo australiano. Desde el punto de vista Zoológico están clasificadas como tres especies distintas, sin embargo son una sola especie. Existen variados antecedentes de cruza de dingos con perros comunes en Australia, cuya descendencia ha sido viable y lo mismo ha ocurrido en el apareamiento y posterior descendencia viable entre lobos y perros. Esto ocurre en otros animales también y existe un extraordinario ejemplo de apareamiento entre felinos ocurrido hace poco tiempo en un circo chileno. Se trata de una cruza entre león y tigre en que resultaron cachorros con mezcla de ambos tipos biológicos y posteriormente éstos han podido reproducirse, lo cual los constituye como razas, variedades o subespecies, pero dentro de una sola especie, si se tiene en cuenta el concepto biológico de especie, que es más exigente que el concepto morfológico o tipológico de especie.
Si este difícil problema, el definir qué es una especie aún estando con los organismos a la vista, lo trasladamos a la paleoantropología (ciencia que estudia los fósiles humanos), la que debe definir especies eventualmente antecesoras de humanos, a partir de un solo hueso, o de un puñado de ellos, el problema se multiplica varias veces.
De acuerdo a la teoría evolutiva gradualista darviniana, los seres humanos descenderíamos de animales similares a los monos, o habría un antepasado común entre monos y humanos (tesis mantenida, a pesar que al presente no existen evidencias concretas que demuestren una relación de ascendencia cierta entre humanos y simios). Ello explica el gran empeño que se ha puesto en descubrir en el registro fósil algunos huesos que estén en un camino intermedio entre hombres y monos. Ha habido interpretaciones de fósiles mal intencionadas, manipulación de información y hasta intentos fraudulentos, como el llamado hombre de Piltdown, en donde unos «hábiles» seudo científicos combinaron una mandíbula de orangután con un cráneo humano para persuadir a la comunidad científica que se trataba de un cráneo de transición entre monos y humanos. Así todo, a pesar que aún no hay evidencias claras de los eventuales antepasados del hombre, existe un gran número de «especies antecesoras del humano moderno» que la ciencia ha ido aceptando. Pero ¿cómo opera este nombramiento de especies?
Nominando especies
En un ejercicio imaginativo, supongamos que en algunos miles de años más, algunos antropólogos seguidores de la teoría evolutiva darviniana siguen empeñados en reconstruir la línea filogenética humana. En uno de sus hallazgos podrían encontrarse con los esqueletos de los cinco hermanos kurdos o los tres hermanos chilenos de San Vicente, que actualmente sufren el síndrome de Uner Tan; personas con deficiencia mental que caminan con las manos (Algunos están rápidamente interpretando estos casos como un cierto tipo de evolución humana, retroalimentando a la teoría de especulación una vez más). Esta marcha cuadrúpeda en personas que llevan alrededor de 50 años en esa posición, les ha deformado la columna vertebral y parte del esqueleto de sus manos y brazos. La hipótesis de nuestros investigadores del futuro bien pudiera ser que se trata de osamentas que se asemejan bastante a un humano, pero que a juzgar por la disposición de los huesos de su columna y manos, debieran corresponder a una especie antecesora de los humanos bípedos, dado que aquellos, a todas luces, caminaban de manera cuadrúpeda.
Un probable nombre científico para esta «nueva especie» pudiera ser Homo cuadrupedus, dado su similitud con el humano moderno, exceptuando el tipo de desplazamiento. Supongamos que no contento con ello, estos antropólogos del futuro viajan al polo norte, y al excavar hallan calaveras similares a las humanas (las que corresponderían a la actual raza de esquimales). Pero los huesos malares y las mandíbulas de estas calaveras son demasiado grandes, además, algunas de ellas presentan una cresta ósea en la zona frontal superior. Concluyen que las características de estas calaveras son morfológicamente más similares a la de los gorilas, con grandes mandíbulas y también con una cresta ósea en la zona frontal. Debiera tratarse, por tanto, de un eslabón intermedio entre gorilas y humanos, por lo que habría de ser considerada como una nueva especie en la línea evolutiva de los homínidos. Su nombre científico, cuidando las reglas de nomenclatura taxonómica, sería algo así como: Homo goriliensis.
En ambos casos hipotéticos, se usó el concepto morfológico de especie (el menos adecuado) para establecer las relaciones de parentesco y la posterior clasificación. Sin embargo el lector podrá respirar tranquilo, concluyendo que nuestros imaginativos y eventuales parientes antecesores de la especie humana (Homo cuadrupedus y Homo goriliensis) son sólo parte de un caso ficticio. No obstante, este tipo de clasificación zoológica es la que se ha hecho y la que se sigue haciendo, cada vez que aparece un nuevo hueso antiguo, con características similares a las de un esqueleto humano.
Retomando el caso de la similitud craneana entre humanos y gorilas, desde hace muchas décadas se sabe que la mayoría de los cambios esqueléticos y musculares del cráneo son producto de hábitos alimentarios (Wallis 1931). Los esquimales son un grupo de humanos que han vivido en condiciones bastante extremas y primitivas. Suelen alimentarse de carne sin cocinar, y por lo tanto con elevado grado de dureza, usando generalmente los dientes para extraerla del hueso. Esta masticación vigorosa fortalece los músculos faciales, los cuales requieren reforzar su anclaje en los huesos del rostro, produciendo tensiones que inevitablemente deformarán el cráneo, sobre todo si este tipo de alimentación comienza a edad temprana. Las anchas y fuertes mandíbulas, junto a la cresta ósea (debido al fuerte anclaje de los músculos de la mandíbula) es parte del proceso de cambio, en una sola generación.
Dentro de los fósiles elevados a la categoría de especie (usando el impreciso concepto morfológico de especie), que habrían sido «ancestros» de los humanos modernos y por tanto clasificados en el Género Homo, se encuentran en orden temporal al menos seis: H. erectus, H. antecesor, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis, H. floresiensis y H. sapiens. Considerando la forma inadecuada en que se han nominado estas especies, unida a la gran variabilidad que puede presentar en vida la estructura esquelética de un organismo, es perfectamente factible concluir que todas estas «especies», ubicadas taxonómicamente en el Género Homo, podrían corresponder perfectamente a variedades o razas dentro de la misma especie humana, y «las diferencias entre ellas no son mayores que las que podemos encontrar entre razas humanas actuales» (Leakey, 1981). Por tanto, estas 6 especies, debieran corresponder a una sola.
Anterior al Género Homo, habría existido el Género Australopithecus, a la que correspondería «Lucy», el fósil homínido más antiguo encontrado. Sin embargo, existen varias investigaciones científicas (Oxnard, 1975; Spoor et al. 1994; Gilbert, 2004), las cuales señalan lo equivocados que están quienes han considerado como ancestros humanos a Australopithecus y Homo habilis, porque estas especies corresponderían a fósiles de simios, altamente similares a los actuales. Los fósiles de Australopithecus presentan dedos pulgares de los pies oponibles, estrechez de tórax y costillas macizas, al igual que chimpancés y orangutanes, lo que implica una vida arborícola y no una locomoción terrestre bípeda. En el caso de Homo habilis, estos estudios concluyen que considerando los rasgos morfológicos de los restos óseos encontrados, habría mezclas de huesos, en donde algunos se corresponden con el esqueleto humano actual, mientras que otros se corresponden con el Género de rasgos simiescos, el Australopithecus. Las evidencias apuntan a que debieran ser eliminados como eventuales especies antecesoras del Género Homo. Además, habría antecedentes que tanto el Australopithecus, como el confuso Homo habilis y el Homo erectus habrían existido contemporáneamente (Gish 1995). En consecuencia, no pudo haber sido uno antepasado del otro, pues la propia teoría evolutiva apela a grandes espacios de tiempo para que una especie origine a otra. Por otro lado, los artefactos construidos por el hombre suelen ser encontrados en un nivel estratigráfico más bajo que estas osamentas y, por lo tanto, serían más antiguos que estos supuestos antepasados humanos (una incongruencia convenientemente no considerada).
Que el ser humano corresponde a una creación distinta y no es producto de evolución alguna, ya lo sabemos largamente por Génesis 1:26, «Entonces dijo Dios, hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza….».
La esencia de la especie humana
Luego de lo revisado previamente, se hace evidente que en tanto seres biológicos, creados bajo un plan estructural y funcional similar, los seres humanos compartimos en mayor o menor grado características con otros seres vivos, como ya se dio cuenta Salomón en la antigüedad. ¿Dónde está entonces la diferencia entre humanos y bestias? La verdadera esencia de la especie humana no la hemos de buscar en similitudes biológicas con otros animales, porque de hecho las hay, sino en aquello que nos distancia definitivamente de los animales y que no es biológico.
Existe un caso extraordinario en la Biblia que nos da luces sobre ello, en donde un hombre fue trastornado en una bestia y luego volvió a ser un hombre. Se trata de Nabucodonosor, quien fuera una persona con habilidades y capacidades altas, que lo facultaron para llegar a ser rey en Babilonia, pero su soberbia conspiró en su contra, haciendo que Dios le castigase, dejando de ser humano, y fuera degradado a bestia (posiblemente por 7 años). Lo que cambió en Nabucodonosor lo encontramos en la sentencia dada por Dios en Daniel 4:16; «Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos». Es en el corazón en donde está la esencia de la especie humana. No en el órgano cardiaco propiamente tal, sino en lo que éste representa; el asiento de las emociones, de los sentimientos, de la capacidad de razonar, de la conciencia, la que nos lleva a reflexionar sobre lo bueno y lo malo, es lo que corresponde en definitiva al alma del hombre, distinta al alma de los animales, que no poseen las cualidades descritas. Constantemente en la Escritura Bíblica se confirma esto y es respaldado por el Señor a sus discípulos, cuando les señala que no se les turbe el corazón (Juan 14:1), que del corazón del hombre proceden los malos pensamientos y toda forma de maldad (Marcos 7:21), y el apóstol Pablo le escribe a los romanos que la aceptación del evangelio tiene que ser en el corazón (Romanos 10:9). Los hombres llevan el sello de Dios en el alma, ateos o creyentes, sienten la necesidad de Dios, aunque expresada de distintas formas. Esto no está en ningún animal. Sólo en el hombre existe el sentido de trascendencia, el anhelo de eternidad, porque Dios lo puso en el corazón del hombre (Eclesiastés 3:11).
Por tanto, no es en la biología humana donde hay que buscar la diferencia, porque ésta es corruptible, y los huesos, la musculatura, las células, el ADN, y todo lo que comprende el cuerpo biológico animal se degradará a sustancias inorgánicas, agua y sales minerales, siendo éstas últimas las que permanecen por más tiempo (Génesis 3:19). El hombre fue creado para tener una relación especial con Dios en tanto fue hecho a su imagen, privilegio no otorgado a ninguna otra especie animal. Lo que importa en definitiva no es mirar hacia atrás tratando de buscar qué relación tiene el hombre con el resto de las criaturas, porque esta pregunta no la podremos responder en su totalidad, dado que se inserta en un acto único de Creación Divina. Lo que realmente importa es mirar hacia arriba y reflexionar respecto a qué relación podemos establecer con nuestro Creador, en tanto personas hechas a imagen de Dios, y lo que podemos llegar a ser, si tomamos como modelo al Hombre perfecto, como lo es la persona de Jesús glorificado, que se encuentra a la diestra de Dios.
Bibliografía
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