Cuando la palabra de salvación alcanza a un hombre, Dios continúa ese plan a través de su familia.
Cynthia Alvarez
Dios Padre, desde el comienzo, traza un plan de redención sobre su creación caída y apartada de él. Cuando la palabra de salvación alcanza a un hombre, Dios continúa ese plan a través de su familia. Dios no termina su obra con la primera generación, sino que continúa a través de ellas, pues Dios trasciende su plan de generación en generación, hasta el cumplimiento perfecto de su voluntad. De modo que, tanto padres, como hijos y nietos, estamos involucrados en llevar a cabo el sentir de Dios para el tiempo que nos toca vivir. Dios expresó su voluntad en su Hijo.
¿Cuántos de ustedes se sienten separados de la fe de sus padres, o piensan que no tienen nada que realizar en el plan de Dios?
Una joven llamada María
Quiero, a partir de una joven llamada María, contarles lo que Dios hizo, está haciendo y hará con cada hijo de creyentes que se pone en las manos de Dios. En un mundo tan cambiante, él sigue manteniendo incólume su propósito eterno.
En el tiempo antiguo, Dios prometió la venida de un Redentor. Sus profetas lo anunciaron generación tras generación. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios miró desde los cielos y halló una mujer, una mujer en cuyo cuerpo se formó este Redentor tan ansiado y esperado (Gál. 4:4).
En Lucas 1:26 dice que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen, para comunicarle lo que sería el inicio de la salvación del mundo. Le dice: «¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres». Cuando ella lo vio, no entendía nada, y se preguntó: «¿Qué significa este saludo?». El ángel continuó diciendo: «Has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». «¿Cómo será esto?» dice María, «pues no conozco varón». El ángel respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual el Santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios». Entonces María dijo: «He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra».
Desde ese día, María sufrió momentos muy especiales y difíciles. Junto a José tuvo que viajar a Belén para ser censados (Lucas 2); su avanzado embarazo sufrió las inclemencias del viaje pues no contaban con las comodidades que tenemos hoy. Debe haber sido un viaje durísimo, con dolores y molestias típicas de un embarazo, pero lo más probable es que ella se fortalecía en lo dicho por el ángel. «El Santo ser que nacerá será llamado Hijo de Dios», y continuó su viaje. Llegando a Belén no hubo lugar para ellos en el mesón, y, acomodándose en un establo, acogió a su hijo todavía en su vientre con dolores de parto, pensando: «Dentro de mi vientre está el Hijo de Dios».
Otras madres también han concebido hijos para Dios
Así, muchas madres cristianas a través de las generaciones han concebido a sus hijos. Muchas de sus madres les han concebido en esta pasión. En dificultades, escasez y enfermedad, se han fortalecido en la fe, pensando: «Dentro de mí hay un hijo de Dios, que viene a dar cumplimiento a la voluntad de Dios». Ellas han padecido situaciones extremas para que ustedes, los hijos de hoy, sean lo que Dios les ha prometido, y den cumplimiento al propósito por el cual Dios les ha traído.
Tal como el Hijo amado leyó en la sinagoga de Nazaret, diciendo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lc. 4:18)
¿Alguno de ustedes puede tener tanta arrogancia en el corazón, como para pensar: «Yo no tengo nada que ver con la fe de mis padres»? ¿Puede ser tan miope como para no darse cuenta de que Dios ha estado presente transversalmente desde su concepción? Dios tiene un propósito que cumplir contigo en esta generación. Dios necesita sembrar a sus hijos a través de todo el mundo para libertar a esta creación caída que clama por su Redentor.
El Señor no va a mandar ángeles a libertarles; él te necesita a ti. A sus hijos grandes y pequeños, con muchas capacidades o con pocas capacidades, pero sus hijos… sus santos hijos.
Mientras el enemigo dice de este mundo: «Perseguiré, apresaré, repartiré despojos, mi alma se saciará de ellos. Sacaré mi espada, los destruirá mi mano…» (Éx. 15:9), Dios quiere usarte a ti para que escapen de su lazo, al anunciar libertad a los cautivos, el año agradable del Señor… anunciar a Cristo nuestro Señor.
Saetas en mano del Valiente
El Salmo 127:3-5 dice de ustedes: «He aquí, herencia de Jehová son los hijos. Cosa de estima el fruto del vientre. Como saeta en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos. No será avergonzado cuando hable con los enemigos en la puerta».
Este salmo frecuentemente se lee cada vez que se presenta un hijo al Señor. En esta bendita acción de fe, los padres de ustedes les dedicaron al Señor para que se cumpla su propósito en ustedes. Allí se nos dice que ustedes son la herencia de Dios, que la concepción de ustedes es de un precioso valor. Son como saetas en manos del valiente. Es decir, hijos con propósito, hijos con destino en manos de un valiente.
¿Quién es un valiente? ¿El que huye de la batalla? ¿El que va al medio, o al final de los escuadrones? ¿O más bien el que va al frente, el que arriesga, el que lo deja todo, el que entrega su vida. Lo opuesto a un valiente es, sin duda, el cobarde, aquel al que llaman y dice: «No, yo no». El que siempre tiene excusas, buenas excusas.
Gracias a Dios, hubo Uno que fue valiente en extremo y dijo: «Yo, yo iré, Padre; envíame a mí». Tal vez se le dijo: «Te van a escupir, te maldecirán, te escarnecerán, te abandonarán». «No importa, Padre, envíame a mí».
«El Valiente», sin duda, es Jesús. Es Jesucristo el Señor, quien asume las demandas de Dios. Y ahora nosotros somos saetas en manos de Jesús. Ustedes son flechas en manos del Valiente. Él es el Valiente, que en el poder de Dios va adelante en la batalla, con su aljaba llena de hijos, hijos del Padre, buscando el blanco perfecto donde enviar a los suyos.
En Isaías 49:1b-3 dice: «Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria. Y puso mi boca como espada aguda, me cubrió con la sombra de su mano (igual que a María), y me puso por saeta bruñida, me guardó en Su aljaba, y me dijo: Mi siervo eres… porque en ti me glorificaré».
Cristo fue la primera flecha del Padre, concebida por el Espíritu Santo, ungida por Dios para dar buenas nuevas, para predicar el año agradable del Señor. Luego nosotros, en las manos del Valiente –hijos en el Hijo– tenemos la misma unción del Santo, preparados en el carcaj del Padre para dar un blanco certero, para ser enviados a donde el Padre ha puesto su mirada.
Cada uno puede pensar y recordar momentos de su vida cuando ha sido una lanza en Su mano. Yo puedo recordar en forma especial hace algunos años atrás, cuando Dios hizo blanco sobres dos vidas que le reconocieron y le aman, y siguen hasta hoy junto a sus esposos e hijos. Dios anhela que nos pongamos en sus manos como flechas dispuestas a hacer un blanco perfecto sobre otros que están siendo literalmente devorados por el maligno. Deja ya de mirarte, y mira a tu alrededor para ver cuántos hay que Le necesitan. Es Cristo en ti, el que quiere libertar a este mundo de la esclavitud a la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Dios quiere que creas y digas junto a Jesús: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos:a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor … Como saeta en mano del Valiente». ¡Amén!