Testimonio de Alice Yuan, una de las mujeres olvidadas de la Iglesia sufriente.
Anneke Companjen
El hombre mayor, un poco curvado por los años, nos esperaba en una esquina de Pekín. Usaba una gorra de lana para protegerse del frío congelante. No fue difícil reconocerlo. Habíamos visto su retrato, habíamos oído su historia, habíamos orado por él durante años. Ahora, al fin, habíamos sido invitados para ir a su casa.
Después de un rápido saludo, él nos condujo a través de los coloridos puestos de frutas. Pasamos frente al puesto de policía, junto al templo Lama, a través de un pasaje sinuoso que llevaba a su «casa». No era más que un aposento usado como sala y dormitorio. La pequeña cocina parecía un anexo, probablemente construida después.
Alice, su esposa, nos saludó con un caluroso apretón de manos y una sonrisa radiante, apresurándose a ofrecernos una taza de té. Cuando nos sentamos en un pequeño sofá, yo apenas podía creer que estaba allí. Era casi demasiado bueno para ser verdad. ¡Yo estaba conociendo a Alice Yuan en persona! Más aún, Johan y yo estábamos sentados en su casa.
Adoración con cristianos clandestinos en China
Personas de todo el mundo han visitado al pastor Alan Yuan y su esposa Alice, desde que China reabrió sus fronteras a los turistas. Durante años, los «entregadores» de Biblias siempre fueron bendecidos por las vidas de estos dos queridos ancianos, cuando visitaban su casa. La forma como ellos permanecieron fieles al Señor sirvió como un poderoso ejemplo para todos nosotros.
El pastor Alan, ahora de 84 años, nos entregó un testimonio escrito para nosotros y para otros visitantes que habían llegado. Había sólo una frase dedicada a su esposa Alice, pero valía más que muchos libros: «Durante mis 22 años de prisión, mi esposa sufrió indecibles dificultades para criar los hijos».
Después de leer esas palabras, miré a Alice. Pequeña y curvada por la edad, Alice Yuan todavía era una mujer bonita, su rostro enmarcado por cariñosas sonrisas de bienvenida. Era difícil creer que ella fuese una mujer de la cual se debiese tener pena. Como muchos chinos que han sufrido por causa de su fe, su rostro parecía iluminado por una luz interior, que brillaba a través de sus ojos.
He oído hablar de las dificultades que esa valerosa mujer enfrenta y ahora deseo una oportunidad para sentarme con ella a conversar sobre sus experiencias. Pero estaba demasiado ocupada. Necesitaba ofrecer té, mandarinas y castañas tostadas a los visitantes. Y, como si eso fuera poco, trajo también plátanos. A pesar de su pobreza, los Yuan eran muy hospitalarios.
Mientras observaba la sala, acompañando los movimientos atareados de Alice, mis pensamientos volvieron para Holanda por un momento. En aquel mismo día, la madre de Johan estaba celebrando su cumpleaños, y tenía la misma edad de Alice, 79 años. Pero, cuán diferente era su vida.
Pensando en la casa de reposo donde vive mi suegra, no pude dejar de comparar su vida con la de Alice Yuan. Desde el punto de vista físico, ciertamente era mucho más fácil vivir en la rica Holanda que en China. Pero, en cuanto a una vida plena, pienso que Alice llevaba ventaja. Pese a su edad, ella todavía pasaba noches en la delegación de policía con una cierta regularidad, porque aún eran importunados por las autoridades. Y las comodidades modernas estaban completamente ausentes de su pequeña residencia.
Pero Alice agradecía por el hecho de que ella y su marido todavía estaban siendo usados por el Señor. No tenía tiempo para aburrirse. Sus muchos visitantes y su vida ocupada también le impedían que prestase atención a todos los dolores que siempre acompañan la edad avanzada. La cariñosa sonrisa de su rostro me demostró que el Señor no queda endeudado con nadie. Él tiene sus propios medios de suplir aquello que le ofrecemos a él.
«Oímos hablar que las autoridades lo obligaron a cerrar su iglesia-casa», dijo Johan a Alan, «por eso no esperábamos poder visitarlo de la manera como lo estamos haciendo». «Sí, pero las personas continúan viniendo, por eso necesitamos dejarlas entrar», respondió el anciano, con una sonrisa maliciosa.
Di una mirada alrededor de la sala. Un cuadro de Billy Graham, bien visible, colgaba de la pared, cerca de una cortina, con la cita de Juan 14:6 escrita en caracteres chinos: «Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí». El aposento estaba escasamente amueblado. Una cama matrimonial, un pequeño comedor, un guardarropa y un pequeño sofá, empotrado en la pared para ganar espacio. Muchas sillas plegables estaban puestas unas junto a otras. Cajas llenas de cintas cassettes y algunos libros estaban apilados encima del mueble de cocina.
Un flujo ininterrumpido de jóvenes inundaba todo el tiempo la casa de los Yuan. Cuando yo pensaba que la sala ya estaba abarrotada, aún llegaban más visitantes. «Tía» Alice continuaba trayendo sillas plegables. Muchas jóvenes se sentaban en la cama al lado de Johan. Sus rostros eran muy diferentes. Incluso parecía que habían venido de países diferentes. Algunas parecían chinas auténticas, otras nos recordaban a una tribu que habíamos conocido en Vietnam. Otras mostraban rasgos mongoles.
Yo había oído hablar que un gran número de personas acudían a los cultos en las iglesias que se reúnen en las casas, pero aquello iba más allá de mi imaginación. Si usted está sentado, debe quedarse donde está. No hay cómo salir, a no ser que los que están más cerca de la puerta dejen la sala. «Es bueno que ellos no tengan normas contra incendio aquí», pensé conmigo misma, «en caso contrario la mitad de estas personas no estaría aquí. ¡Y, si hubiese un incendio, no iríamos a ningún lugar!».
Pero todos esos pensamientos desaparecieron cuando comenzó la adoración. Lágrimas brotaron de mis ojos cuando recordé las incontables reuniones de oración a las cuales yo había asistido durante años. Una en particular, en 1971, en nuestro Colegio Bíblico. En esa época, todo lo que los misioneros visitantes de Hong Kong nos podían mostrar de China eran fotografías tomadas desde lo alto de un morro en los Territorios Nuevos. Las puertas de la República Popular China aún estaban cerradas. Todo lo que sabíamos era que había muchos cristianos allá adentro y que eran perseguidos. Por eso aquella noche oramos mucho por nuestros hermanos y hermanas.
Ahora, más de tres décadas después, yo estaba, de hecho, adorando al Señor con aquellos fieles cristianos chinos.
Di una mirada a Johan, y su rostro estaba radiante. No había otro lugar en el mundo donde él prefiriese estar. ¡Qué privilegio para nosotros encontrarnos con aquellos santos, Alice y Alan Yuan!
Alan había mantenido la fe en la prisión casi 22 años sin una Biblia y sin su familia. Incluso ahora, con esta gran reunión en su pequeño apartamento, Alan no parecía en absoluto preocupado por posibles consecuencias. Yo no dejaba de preocuparme por los policías que habíamos visto a sólo unas cuadras de allí.
En cuanto a Alice, yo sabía que valdría la pena esperar para conversar con ella. Cuando la noche fue cayendo, muchos de los jóvenes gentilmente pedían permiso y salían. No pasó mucho hasta que casi todos hubieron salido. El momento que yo había esperado finalmente había llegado. Alice Yuan ahora tenía tiempo para conversar conmigo.
Conducida por el fiel Pastor
«He orado durante años por usted. Tengo muchos deseos de oír sus experiencias», le dije. Alice asintió, sacudiendo la cabeza, y dio unas palmaditas afectuosas en mi mano. «Gracias por haber orado», dijo sonriendo.
Cuando ella comenzó a contar su historia, me di cuenta de que lo que iba a contar no era novedad para mí.
En abril de 1958, Alan, el marido de Alice, y varios otros pastores fueron detenidos y presos. «Usted no lo verá más», le informó fríamente un oficial cuando se llevaron a su marido. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su corazón se enfermó con la súbita pérdida. El futuro se veía muy oscuro. ¿Cómo podría ella vivir sin el amor de su vida? ¿Para qué viviría sin su compañero de ministerio?
Alan y Alice habían servido con entusiasmo juntos al Señor, desde su casamiento en 1937. Primero, ellos fueron a trabajar al interior de la provincia de Hebei. Los cultos evangelísticos que realizaban en diferentes aldeas se extendían a veces por tres o cuatro días. Juntos, los Yuan se habían regocijado al ver muchas personas venir a Cristo durante las reuniones.
Los comunistas habían rodeado su región en 1945, y la tensión había aumentado. En ese tiempo, una carta de Pekín informaba que su madre, aún no convertida, estaba muy enferma. Él y su joven esposa regresaron a prisa para la ciudad, ya que Alan era hijo único. La respuesta a la oración fue maravillosa: creyeron en el Señor Jesucristo no sólo la madre, sino también la abuela.
Para esa época los comunistas habían destruido todas las ferrovías entre las grandes ciudades. Por eso, Alan y Alice tuvieron que quedarse en Pekín. Sin embargo, no permanecieron inactivos. Comenzaron a hacer reuniones al aire libre y no tardaron mucho en establecer una iglesia. Desde entonces, de veinte a cincuenta nuevos creyentes eran bautizados cada año.
Entonces vino la «Liberación», en 1949. Desde que los comunistas maoístas tomaron el control del país y establecieron la República Popular, no fueron permitidas más reuniones al aire libre. Los misioneros occidentales no fueron más recibidos. Las cosas empeoraron a medida que se imponían más y más limitaciones a los cristianos.
Junto a otros once predicadores de unas sesenta congregaciones de Pekín, Alan Yuan rehusó estar de acuerdo con una ley nueva e inaceptable, según la cual todas las iglesias deberían alinearse con el Movimiento Patriótico Triautónomo (MPT). El MPT era presidido por la Agencia de Asuntos Religiosos (AAR), que controlaba todas las actividades religiosas. Los pastores no querían permitir que sus iglesias se tornasen instrumentos del gobierno, dirigidas por al partido comunista ateo y por la AAR. Por eso, uno tras otro, ellos fueron detenidos y encarcelados.
Después que Alan fue encarcelado, Alice enfrentó sola una enorme prueba. Sin tener empleo ni ingreso alguno, debía cuidar de sí y de siete miembros de la familia: seis hijos y la suegra. Debido a que Alan era considerado un antirre-volucionario, ningún pariente, amigo o hermano en la fe se atrevía a visitarlo. Alice estaba sola. El futuro incierto y las inmensas obligaciones le parecían insoportables. ¿Qué podría hacer?
«Fue difícil en el principio», dice Alice, moviendo la cabeza. «Yo sabía que mi marido estaba en prisión por el Señor, mas el peso sobre mis hombros era demasiado para mí. ‘Yo no puedo cargarlo, Señor’, oraba repetidas veces. Durante días terribles, Alice intentó luchar con Dios. Pero cuanto más lloraba y se lamentaba, más peso sentía en su corazón. Su futuro parecía como una nube negra e impenetrable. No había cómo atravesarla o rodearla.
Un día el Señor le habló: «Esto vino de mí». Su voz inconfundible resonó en su corazón. Aquella palabra del Señor irrumpió con vida en el espíritu de Alice. Por fin, ella podía rendirse.
«Si esto vino de ti, entonces yo me callo», oró. «Pero, tú tienes que mantenernos y protegernos. Y, por favor, no permitas que ninguno de nuestros familiares avergüence o insulte tu Nombre por causa de nuestra fragilidad». La carga de Alice se hizo liviana a medida que oraba así, mas su lucha estaba lejos de terminar.
Alan Yuan estuvo preso 21 años y ocho meses. Y para Alice, aquellos años estuvieron marcados por largas horas de arduo trabajo físico, por agonizante soledad y por tiempos de grandes dudas e inseguridad.
Durante los años de separación de su marido, el Salmo 23 fue su fuente de aliento. Ella depositó la confianza de su vida en aquellos amados versos. De hecho, las promesas escritas en el Salmo 23 se convirtieron en su propia historia.
Una prueba de resistencia física
«Cuando me acuerdo de aquellas cosas», dice Alice, «pienso que Dios me dio cuatro pruebas por las cuales él quería que yo pasase.»
La primera fue de sobrevivencia física. El hijo menor de los Yuan tenía seis años de edad y el mayor diecisiete, cuando Alan fue detenido. Un día, la familia quedó completamente sin comida. Cansada y desanimada, Alice dobló sus rodillas antes de dormir. «Señor, si no nos envías algún alimento, todo lo que voy a tener mañana para alimentar a los niños será agua hervida. Y eso, Señor, no es suficiente para llenar sus barrigas».
Vino a su mente la promesa de Jesús, que se encuentra en Mateo 6:26. ¿No había prometido él alimentar a las aves del cielo? Después de eso, se fue a dormir confiada de que, de alguna forma, el Señor habría de proveer.
A la mañana siguiente, bien temprano, mientras se estaba preparando para enfrentar el nuevo día, alguien tocó la puerta. Afuera estaba una señora que Alice no había visto nunca. «¿Usted es la hermana Alice? ¿Y su esposo es el pastor Yuan?». «Sí», murmuró Alice, pensando en quién sería esa mujer y qué podría querer.
Pero, luego que ella respondió afirmativamente, la mujer agregó: «La he buscado desde hace algunos días, pero no he podido localizarla. Yo no sabía que usted se había mudado cuando su marido fue trasladado. Finalmente, consulté su nueva dirección a las autoridades locales. ¡Mire, esto es para usted! Agradezca sólo al Señor».
«Pero, ¿quién es usted?», preguntó Alice, un tanto perpleja. «No puedo decirle», respondió la mujer, «todo lo que puedo decir es que el Espíritu Santo me dijo que viniera a verla». Dicho eso, se volvió rápidamente y se fue antes de que Alice pudiese interrumpirla.
Abrió ansiosamente la caja que la mujer había puesto en sus manos. Adentro había un gran paquete de arroz, un poco de carne, vegetales y un sobre con dinero por el valor de 50 RMB (seis dólares). Una suma enorme en aquellos días. Alice y su familia agradecieron a Dios, profundamente confiados de que Dios sabía cómo cuidar de ellos a pesar de la ausencia de Alan.
Seis meses después de que Alan fuera preso, Alice encontró un trabajo como contadora en una de las unidades de construcción del gobierno. Si ella trabajaba el mes entero, sin faltar un solo día, su salario mensual era de 24 RMB (tres dólares). Su renta no llegaba ni cerca de lo que necesitaba para cubrir los gastos de su familia. Pero, el Espíritu Santo continuó moviendo a los cristianos, hermanos y hermanas que nunca había visto antes, para proveer sus necesidades.
Muchas veces encontró sobres llenos de dinero frente a su puerta. Siempre que ella recibía un cheque, escribía una nota de agradecimiento para la persona cuyos datos estaban impresos en el cheque. Sus cartas siempre eran devueltas con la nota: «Persona desconocida en esa dirección».
Enfrentando pruebas políticas
«Mi segunda prueba», continuó Alice, «fue la presión política, y, tal vez, haya sido la más difícil».
En el trabajo, Alice soportó discriminación y humillación sin fin. Su unidad –en realidad toda la fuerza de trabajo allí– sabía que ella era de una familia «anti-revolucionaria». Sus colegas le despreciaban, tratándola de lo peor. Ella no era invitada para participar de ninguna actividad social ni podía expresar su opinión en las reuniones de los trabajadores. Y mientras otros recibían varios beneficios, reconocimientos y premios, Alice siempre era ubicada junto a ellos, frente a los demás, sólo para ser intencionalmente ignorada.
Se sintió muy herida y humillada la primera vez que eso sucedió. Pero entonces, inesperadamente, una vez más oyó la voz del Señor: «Yo voy a escribir tu nombre en el Libro de la Vida y voy a recompensarte en el cielo». Alice sintió una cálida sensación de bienestar. Una recompensa celestial era una promesa maravillosa. Pero, por encima de todo, le había sido dicha porque el Señor la amaba. Y ese amor era lo que más necesitaba.
Lamentablemente, Alice no fue la única en perder los derechos y privilegios: sus hijos sufrieron también. Y, como muchas madres lo habrán experimentado, eso fue lo peor de todo. «Eso era más duro de soportar que mi propio dolor».
Cuando uno de sus hijos tuvo edad suficiente para trabajar, fue contratado por una fábrica local. Esa empresa daba todos los años una compensación especial a sus trabajadores, por ser una de las mejores de la región. Pero, debido a la situación de su padre, el hijo nunca recibió ningún reconocimiento. Tal como Alice, él era postergado.
Otro hijo, después de terminar la secundaria, no consiguió empleo en Pekín. Todos sus compañeros de estudio fueron designados por el gobierno para diferentes unidades de trabajo dentro de la ciudad, pero él no. Al contrario, fue enviado a trabajar en la Provincia de Ning Xiah, en una región lejana. Eso, de nuevo, porque su padre era considerado «antirrevolucionario».
Sin embargo, sus hijos habían trabajado de manera esforzada, diligente y fiel. «¡No es justo!», reclamó ella al Señor varias veces, al verlos heridos y rechazados. Y, varias veces, el Señor le recordó los sufrimientos de su único Hijo.
Alice era presionada por todos lados. Pero, cuanto más presionada era, más gracia parecía recibir. Fue obligada a soportar la injuria de uno de los más conocidos grupos políticos de «autocrítica». Durante seis meses, los inquisidores querían que ella renunciase a la fe y se divorciase del marido.
«¡Usted sabe que él nunca va a volver!», le decían todo el tiempo. «¿Se da cuenta que él fue condenado a cadena perpetua?». «Sí, lo entiendo», respondía ella educadamente. «Pero yo no puedo y no me voy a divorciar de él».
Eso enfurecía al grupo, que también la acusaba de corrupción. «Nosotros no entendemos cómo usted puede alimentar a su familia de ocho personas con el poco dinero que gana. ¡Claro que debe estar ocultándonos algo!». El grupo intentaba intimidar a Alice al acusarla así, pero ella permanecía firme.
«Y el Señor me fortaleció», dice ella, «con las palabras de Proverbios 24:10: «Si eres débil en día de angustia, tu fuerza es limitada». (Biblia de las Américas). Además de eso, nadie podía encontrar ninguna prueba de sus acusaciones contra mí».
La crítica pública, los análisis y juicios continuaron durante años. Alice nunca vio un rostro sonriente. Todos estaban decididos a liquidarla. Y otros fueron, de hecho, liquidados. Un hombre, que la conocía, fue puesto en un hospital para enfermos mentales debido a la presión insoportable que sus perseguidores ejercían sobre él. Ella sólo podía agradecer al Señor por darle la fuerza para resistir.
Fuerza para resistir la prueba
«Mi tercera prueba», continuó Alice, «fue la carga más pesada que tuve que cargar. En el principio, fui a trabajar a una empresa de la construcción, como contadora. Después de tres días en el empleo, el jefe confió tanto en mí, que me dio la responsabilidad sobre todo el movimiento de caja y de la contabilidad. El Señor me dio sabiduría para hacer ese trabajo durante ocho años».
Entonces comenzó la Revolución Cultural de 1966. Las esquinas se llenaron de jóvenes revolucionarios, verificando listas que contenían nombres de personas que pertenecían a familias «antirrevolucionarias». Aquellos jóvenes, comunistas entusiastas, exigían que cualquiera que pudiera ser aun remotamente cuestionable fuese removido de su empleo y obligado a trabajar en el campo.
Era una época de gran terror y derramamiento de sangre. Las familias eran separadas y el miedo imperaba en el país. Alice no estaba inmune a las terribles aprensiones que acometía a todos en aquellos días de anarquía. Ella quedó sorprendida cuando su supervisor le dijo que debería ser transferida a una fábrica de ladrillos para hacer trabajo manual.
Nunca había hecho trabajo pesado en su vida y, en su debilidad física, tenía que confiar en la fuerza del Señor. El primer día, se le ordenó que llenase y vaciase 150 ladrillos de un carrito de mano, que debía empujar de un lugar a otro de la fábrica. Ella disponía de sólo 15 minutos por viaje y todos los días tenía que cumplir su tarea. Desesperada y afligida, ella sólo podía orar. Y, de alguna manera, ella concluía la tarea de cada día.
Durante los días de enero y febrero, los meses más fríos del año, Alice y sus compañeros de trabajo fueron enviados a la construcción de una piscina al lado de un río congelado. Tenían que transportar pesados materiales de construcción, atravesando con sus carritos el lecho del río congelado. El viento era de un frío penetrante y el dolor de las manos y los pies era aun más agobiante que el cansancio de los miembros. Apenas se podía mover.
Algunos no cristianos dejaban caer sus carritos, se sentaban en la superficie del río congelado y lloraban. Muchos de los trabajadores no lograban cumplir con la cuota. Pero, la pequeña Alice recibía tanta fuerza del Señor, que conseguía, no solamente completar su meta, sino excederla. Muchos de sus colegas y líderes quedaban atónitos. «¿Dónde consigue ella su energía?», se preguntaban unos a otros.
Sólo Alice sabía.
Votos de casamiento puestos a prueba
La última prueba de Alice fue la tentación de volver a casarse. Ella sufrió contra la deprimente soledad. Sentía una añoranza terrible del cálido abrazo y de las palabras alentadoras de su amado esposo. Tenía sólo treinta años cuando él fue llevado. Y ella casi no se atrevía a soñar con su regreso, temiendo que ese día nunca llegase.
Fue entonces que la tentación entró en escena. Viendo su interminable tristeza, las personas procuraban presentarle posibles enamorados.
Alice no estaba sólo inconsolablemente sola, sino que además estaba en seria desventaja debido al estigma antirrevolucionario de su familia. Ella sabía muy bien que la única forma de remover ese estigma sería divorciarse de Alan y casarse con otra persona. Un hombre muy bueno le ofreció su amor y su apoyo. Debió luchar, tanto espiritual como emocionalmente, para no dejarse influir por su amable propuesta. En otras ocasiones, siendo ella bonita y elegante, recibió ofrecimientos de ropa, de dinero y de toda clase de presentes de pretendientes interesados.
Un caballero llegó a preparar los documentos de divorcio, diciéndole que todo lo que tenía que hacer era avisarle. «Cuando usted esté libre de él, puede mudarse a un departamento mejor. Usted va a tener una vida mejor y sus hijos no van a tener que preocuparse más por la comida», le dijo con una amable sonrisa.
Viéndola hoy tan contenta con su marido, estas historias no parecen especialmente significativas. Pero, para ella, en aquella época, la tentación fue fuerte. Casi todos le decían que Alan no regresaría. A veces, ella era tentada a creer en ellos. Aun así, a pesar del alivio que un divorcio pudiera traerle, rehusaba firmar los documentos.
«Vencí la tentación por la confianza en el Señor», dijo ella, reflejando ligeramente en su rostro el dolor que había sufrido. «Cuando me casé, hice un voto y un pacto delante del Señor, que tanto en la salud como en la enfermedad, en la alegría y en la tristeza, yo acompañaría a mi marido hasta ver a nuestro Señor».
Y así, a uno tras otro de sus pretendientes, les decía que estaba casada con Alan y quedaría casada con él hasta el día de su liberación o hasta que supiese con seguridad que él había muerto.
Una oración por el futuro
Pero Alan Yuan no murió. Después de 21 años y ocho meses, volvió a su esposa amorosa. Y el reencuentro, para ambos, fue nada menos que un milagro.
«Cuando él volvió a nuestra casa, los hijos ya eran todos adultos y tenían sus propias familias», dice ella con una sonrisa. «Por tanto, él era sólo mío».
Orgullosamente, Alice me mostró el más reciente retrato de familia, tomado en el sexagésimo aniversario de matrimonio. Seis hijos y diez nietos rodeaban a la sonriente y anciana pareja.
«Alice, ¿todos ellos siguen al Señor?», pregunté. «Algunos más que otros», respondió ella encogiendo los hombros con una sonrisa triste. «No es diferente de nuestras familias del mundo libre», pensé con una cierta ironía.
Finalmente, mi marido y yo teníamos una pregunta final que hacerle: «¿Cómo podemos orar por ustedes?». La respuesta de los Yuan no nos sorprendió. No fue una petición por salud física o bienes materiales. No fue una solicitud por seguridad y protección contra las autoridades, a pesar de que Alan y Alice continuaban enfrentando fuerte oposición del gobierno chino. No, después de una vida de servicio al Señor, Alice y Yuan pidieron oración por la carga más importante de sus corazones: «Por favor, oren para que más personas en nuestro país vengan a Cristo. Eso es mucho más importante, ustedes saben, ¡porque Jesús vendrá en breve!».
Adaptado del libro «Lágrimas e sorrisos» (Traducción del portugués).