El conocimiento de Dios sin el de nuestra miseria provoca a orgullo. El conocimiento de nuestra miseria sin el de Jesucristo provoca a la desesperación. Pero el conocimiento de Jesucristo nos salva del orgullo y de la desesperación, porque en él encontramos a la vez a Dios, a nuestra miseria, y el camino para repararla.
Nosotros podemos conocer a Dios sin conocer nuestras miserias, y nuestras miserias sin conocer a Dios; y hasta conocer a Dios y nuestras miserias sin conocer el medio de salvarnos de las miserias que nos abruman. Pero no podemos conocer a Jesucristo sin conocer a la vez a Dios y a nuestras miserias, y el remedio de nuestras miserias, porque Jesucristo no es sólo Dios, sino el Dios reparador de nuestras miserias.
Así, todos los que buscan a Dios fuera de Jesucristo, y que se detienen en la Naturaleza, o no encuentran ninguna luz que les satisfaga, o bien llegan a formarse un medio de conocer a Dios y de servirle sin mediador, con lo cual caen en el deísmo o en el ateísmo, que son dos cosas que la religión cristiana aborrece casi igualmente.
Debe, pues, tenderse únicamente a conocer a Jesucristo, puesto que él solo puede permitirnos conocer a Dios de una manera que nos sea útil.
Es él el verdadero Dios de los hombres, es decir, de los miserables y pecadores. Él es el centro y el objeto de todo; y quien no le conoce, no conoce nada en el orden del mundo ni en sí mismo. Porque no solamente no conocemos a Dios sino a través de Jesucristo, sino que tampoco nos conocemos a nosotros mismos sino a través de Jesucristo.
Sin Jesucristo el hombre vive necesariamente en el vicio y en la miseria; con Jesucristo, el hombre está exento del vicio y de la miseria. En él residen todas nuestras virtudes y toda nuestra felicidad. Fuera de él no hay más que vicio, miseria, tinieblas, desesperación, y no vemos más que oscuridad y confusión, en la naturaleza de Dios y en nuestra propia naturaleza.
Blas Pascal