Deteniendo o transitando en contra de la flecha del tiempo.
Dentro de los seres vivos que habitan la tierra existen ejemplos notables de longevidad, siendo los vegetales los que presentan los mayores registros. En el sur de nuestro país aún hay alerces que viven desde antes de la era cristiana, bordeando los tres mil años de antigüedad. En el reino animal, existe información de algunas especies de tortugas que pueden llegar a superar los 180 años. Si bien puede resultar asombrosa la gran longevidad de algunos vegetales y animales, más tarde o más temprano, el envejecimiento, la muerte y la posterior descomposición de estos organismos será un proceso inevitable e irreversible, al igual que lo que ocurre con aquellos organismos que tienen menor longevidad.
Lo propio ocurre con las cosas u objetos que nos rodean. Aún las máquinas más sofisticadas y complejas como puede serlo un lujoso automóvil de una prestigiosa marca, o un espectacular reloj suizo, inevitablemente terminarán en algunos años convirtiéndose en un montón de chatarra que sufrirá deterioro y oxidación. Es así como todas las cosas que existen, sean éstas vivas o no vivas, tendrán un ciclo forzoso de nacimiento con más o menos organización, llevados por la flecha del tiempo hacia un fin de desorganización y desorden.
La termodinámica y su final de muerte
Estos procesos que venimos analizando se enmarcan en una rama de la ciencia que se denomina Termodinámica; ciencia físico-química que trata de los cambios de energía entre los sistemas. Los principios y leyes que sustentan a esta ciencia tienen importantes connotaciones teológicas que se desprenden de la primera y segunda ley.
La primera Ley de la Termodinámica establece que la cantidad total de materia y energía en el universo es constante. La segunda Ley, denominada también como principio de la entropía o de la energía del desorden, señala que la materia y la energía siempre tienden a cambiar desde un estado complejo y ordenado a un estado más simple y desordenado en un sistema cerrado. Esto último es lo que establece la dirección inequívoca de todos los sistemas existentes, vivos y no vivos, de ir descendiendo en sus niveles de organización energética hacia niveles muy bajos, lo cual conlleva hacia el desorden y la desorganización.
A partir de estas dos leyes de la Termodinámica se puede inferir que el universo no pudo haberse creado a sí mismo (alguien externo al universo introdujo la materia y la energía), que no ha existido siempre (tuvo un inicio) y que corre en un camino pendiente abajo hacia su muerte y desorganización.
Nuestro planeta al principio, en una primera fase básica de creación, se encontraba en un estado de caos, desorden y oscuridad (Génesis 1:1-2). Fue entonces necesario un ingreso de energía al sistema y lo más importante, un principio ordenador e inteligente (Dios) para organizar y poner los elementos en un estado organizado. La energía, definida principalmente como la capacidad de hacer trabajo, es el motor que hace funcionar a los ecosistemas partiendo desde la energía luminosa que emana del sol y siendo convertida en energía química por los vegetales y luego siendo traspasada a los demás organismos. Esta fue una operación que necesariamente hubo de ir en contra de la segunda ley de la termodinámica, para ordenar donde había desorden, para poner belleza y armonía donde existía el caos (Salmo 136: 5-7).
La muerte térmica del universo
Pero al correr el tiempo, se fue haciendo evidente que los distintos procesos y fenómenos en la naturaleza experimentan esta tendencia de moverse desde un sistema organizado hacia uno desorganizado, aumentando el desorden en el sistema en todas las escalas, desde las bacterias hasta el universo mismo. Por ejemplo, en nuestro sistema solar; el sol está consumiendo su combustible lentamente y los astrónomos calculan que en unos 5.000 millones de años habrá agotado el hidrógeno del que se alimenta. Al apagarse el sol, la gravedad se impondría al calor y el helio acumulado en el centro del Sol se contraería. Esta hipótesis se basa en que el tamaño del Sol se encuentra en un equilibrio sobre la gravedad (que atrae la materia hacia el centro de la estrella) y el calor (que la expulsa hacia fuera). Esta contracción aumentará la temperatura en el centro del Sol y el helio entrará en combustión. Al incendiarse, el calor expulsará hacia fuera las capas externas del Sol y su diámetro alcanzará más allá de la Tierra. Ello significaría la destrucción de nuestra galaxia. Por tanto, la Vía Láctea habrá pasado de un nivel altamente organizado a uno desorganizado. Lo propio ocurrirá en el resto del universo.
A este colosal y catastrófico suceso que ocurriría en el futuro, los astrónomos lo han llamado la muerte térmica del universo. Curiosamente esta hipótesis astronómica del fin del universo físico por medio del calor, coincide (exceptuando los tiempos), con el final de fuego establecido para los cielos y la tierra en 2ª Pedro 3:10.
El físico teórico Stephen Hawking en su mundialmente famoso libro «Historia del tiempo», reconoce este problema ineludible del avance del tiempo junto al aumento del desorden en los sistemas vivos y no vivos y como consecuencia, el desgaste, el deterioro y la muerte. Aunque en todo el desarrollo de su libro Hawking intenta dejar a Dios fuera del origen del universo y darle a éste un origen casual, termina haciéndose, casi con desesperación, una serie de preguntas: ¿Por qué debe existir siquiera la flecha termodinámica del tiempo?, ¿»Por qué debe estar el universo en un estado de orden elevado en un extremo del tiempo?» (Al inicio de la Creación), ¿Por qué no está en un estado de completo desorden en todo momento? Luego entra en otras varias divagaciones, intentando explicar lo que es imposible de explicar sino es a la luz de la que enseña la Biblia («…porque los cielos serán desechos como humo y la tierra se envejecerá como ropa de vestir» – Isaías 51:6).
Entropía o segunda ley de la Termodinámica
La entropía es un concepto difícil de entender, pero a través de un sencillo ejemplo es posible abordarlo. Un caso cotidiano de entropía es la transferencia de calor de un objeto que se encuentra caliente a uno que está frío. Si ponemos un huevo recién cocido en agua fría, notaremos que el agua se entibia y el huevo pierde calor. Finalmente luego de un tiempo tanto la temperatura del agua como la del huevo estarán igualadas en un equilibrio térmico. En cualquier sistema cerrado, la energía se moverá siempre en esa dirección, de un sector de mayor energía a otro de menor energía. Con la transferencia de energía de un cuerpo a otro, ocurrirá pérdida la cual va quedando en el sistema y éste entonces va aumentando su desorden energético al cual se le llama entropía o energía del desorden.
Conviene aclarar que la entropía ha existido desde el inicio de la Creación y no tuvo su inicio como producto del pecado original como se ha señalado en algunas ocasiones, por lo que no formaría parte del juicio de Dios, sino más bien de los principios que por Él fueron establecidos en su proceso de creación del universo. Es posible establecer que este principio de entropía existía antes del pecado original, considerando que el sol calentaba e iluminaba nuestro planeta antes de que Adán y Eva fueran creados. Por tanto, al ser ubicada temporalmente la creación del sol antes que los primeros seres humanos, la Biblia confirma que este proceso natural de entropía existía antes que el pecado hiciera su ingreso al universo.
Principio ordenador
La única forma de revertir este proceso de tendencia natural hacia el desorden en todas las cosas, es que exista un principio ordenador inteligente que organice el sistema, agregándole además energía para su funcionamiento. Por ejemplo, el flujo de energía que mantiene a los distintos organismos animales es la energía química contenida en el alimento que éstos ingieren, el cual es puesto a trabajar dentro del animal para luchar contra la tendencia natural hacia la muerte, el caos y el desorden. Esto ya nos lo decían nuestros abuelos: «enfermo que come, no muere», aún sin saber mucho de termodinámica probablemente. Es el alimento quien pone a trabajar la energía química contenida en él para evitar el desorden biológico, pero por medio de un principio ordenador inteligente, como lo es el cerebro y sus distintos mecanismos de homeostasis, metabolismo, etc., los cuales están reparando tejidos dañados, renovando células, protegiéndolo de microorganismos, manteniendo la temperatura corporal dentro de ciertos rangos, entre otros muchos procesos de orden biológico, los cuales mantienen a raya la entropía. La entropía o energía del desorden gana, cuando el organismo ya no puede ingresar energía dentro de él, y su principio ordenador inteligente (su cerebro y demás sistemas) ya no lo pueden defender. Entonces, el organismo queda en equilibrio termodinámico, esto es el desorden biológico, el caos sistémico, en definitiva, la muerte.
Destellos de incorrupción en el tiempo y espacio
Mucho antes del nacimiento de la ciencia de la termodinámica, la Biblia ya enseñaba que el universo y la naturaleza con sus organismos en la tierra van desde un nivel organizado a uno desorganizado, es decir, nacen a través de la acción de un principio ordenador inteligente, envejecen y mueren (pierden energía y se desorganizan); «Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán, como un vestido los mudarás y serán mudados» (Salmo 102:25-26). Sin embargo, Dios deja en claro que Él está fuera de esta ley de desgaste y muerte presente en nuestra dimensión de espacio y tiempo.
En forma excepcional y admirable, en determinados momentos de la historia en que Dios se relaciona con el hombre, el envejecimiento, deterioro o la corrupción de algunas cosas, de alimentos o de personas, se detuvieron, o al menos experimentó un retardo de tiempo mucho mayor al explicable desde el punto de vista físico o químico. Por ejemplo, los israelitas al salir de Egipto y caminar por 40 años en el desierto, no disponían de tiendas que fabricasen ropa ni sandalias. Sin embargo, el Señor les entregó algunos adelantos de un mundo que funciona distinto al que conocemos, regido por la termodinámica. Leemos en Deuteronomio 8:2-4; «El vestido que llevabas puesto nunca envejeció, ni el pie se te ha hinchado en estos 40 años». Y en Deuteronomio 29:5: «Y yo os he traído cuarenta años en el desierto; vuestros vestidos no se han envejecido sobre vosotros, ni vuestro calzado se ha envejecido sobre vuestro pie». ¿Cuánto puede durar una ropa o calzado que usemos a diario?; a los más cuidadosos tal vez unos cuantos años, pero cuarenta, es muy difícil de mantenerlos en condiciones; y, aunque se lograse, lo inevitable sería su envejecimiento y desgaste, de acuerdo al segundo principio de la termodinámica. Pero el Señor hace énfasis en señalar que ni ropa ni calzado se envejeció, a pesar de su uso por más de un tercio de siglo.
Tampoco disponían de trigo ni menos de amasanderías en pleno desierto, no obstante el pan les caía literalmente desde el cielo (Éxodo 16:14). Pero Dios tenía bajo control la eventual duración de este pan celestial, por cuanto de este modo podía probarles su fe. De este modo, en los días de la semana, debían recoger sólo lo que necesitasen para el día, sin guardar nada para el día siguiente, esperando así sólo en la providencia de Dios. Éxodo 16: 20, nos señala que los hebreos no respondieron a este mandato; «Mas ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crió gusanos y hedió; y se enojó contra ellos Moisés». El delicioso pan recogido y guardado para el próximo día se descomponía en pocas horas.
Pero en el día de reposo, el cual consagraban a Dios, no caía maná del cielo, por tanto sólo el sexto día debían recoger el doble para que les quedase lo suficiente para el séptimo día; «y ellos lo guardaron hasta la mañana, según lo que Moisés había mandado, y no se agusanó ni hedió» (Éxodo 16: 24). A diferencia de lo que ocurría durante la semana, el día previo al reposo podían recoger más de lo necesario y guardar sin temor a que se descompusiese el pan. Dios mostraba de esta forma que tiene el control sobre la materia y también sobre los procesos que influyen en su envejecimiento o descomposición.
El Pan vivo que descendió del cielo
La más grande muestra de control sobre la materia y su tendencia irrevocable hacia la corrupción la realizó Dios a través de su Hijo Jesucristo. Siendo de naturaleza incorruptible y gloriosa y habitando en la dimensión eterna, ingresó a la dimensión del tiempo y espacio, gobernado por las leyes termodinámicas que conducen a la desorganización, y tomó forma humana en un cuerpo biológico que creció y finalmente llegó a la adultez en donde fue fuertemente dañado hasta llegar a morir. El destino de cualquier otro cuerpo fallecido, fiel a las leyes de la termodinámica, habría sido la descomposición, pero no fue éste el caso. Su cuerpo fue preservado y no se produjo descomposición alguna porque quien esperaba la resurrección era nada menos que el Autor de todo lo creado, incluyendo a la materia misma. Este singular hecho había sido profetizado por un Salmo mesiánico alrededor de nueve siglos antes del nacimiento de Cristo (Salmo 16:10), el que señalaba que «su Santo no vería corrupción».
El Señor Jesús dio muestras de total dominio sobre la materia contenida en el tiempo y en el espacio, primero ingresando a ella y luego saliendo de ella al resucitar en un cuerpo incorruptible, luego de su cruenta muerte de cruz.
Dos personas antes de Cristo (Enoc y Elías), fueron también libres de seguir la flecha termodinámica de muerte y corrupción, al ser interrumpido su tiempo sobre la tierra y trasladados a la eternidad con Dios.
Quienes por misericordia hemos gustado de este Pan vivo que descendió del cielo, mostrando un amor sin medida, probablemente (si Cristo no regresa antes) pagaremos tributo a nuestra naturaleza biológica que camina hacia la muerte y la corrupción. Pero la promesa gloriosa de resurrección entregada por el Autor de la vida y triunfador sobre la muerte, no se rendirá ante las leyes que dominan nuestro actual mundo, permitiéndonos también la resurrección en un cuerpo incorruptible e inmortal.
Bibliografía
Hawking S. 1993. Historia del tiempo; Del Big Bang a los agujeros negros. RBA Editores, España.
Reina Valera. 1960. Santa Biblia, revisión 1960. Editorial Caribe.