Vida y servicio de Juan Bunyan, el célebre autor de «El Peregrino».
Juan Bunyan nació en Elstow, Inglaterra, el 30 de noviembre de 1628, sin embargo su vida entera estuvo asociada a la ciudad de Bedford, ubicada a unos 80 kilómetros al noroeste de Londres. Bunyan aprendió el oficio de su padre, que era hojalatero. Recibió la educación común de los pobres: leer y escribir. No tuvo educación formal más alta de ningún tipo.
El largo camino hacia la fe
De niño, Bunyan fue muy sensible a las cosas espirituales. Sufría permanentes pesadillas, en que se veía siendo torturado en el infierno, por lo cual solía pasar días encerrado en el abatimiento y la melancolía.
Pero las pruebas más notables de su vida empiezan a los 15 años de edad, cuando mueren su madre y su hermana de 13 años, con un mes de diferencia. Para mayor aflicción, su padre volvió a casarse apenas un mes después. Cuando Bunyan cumplió 16 años, fue arrancado de su hogar para el ejército, donde estuvo dos años.
En ese tiempo, Bunyan no era creyente; su vida era bastante licenciosa. «Pocos me igualaban –dice– sobre todo considerando mis tiernos años, en maldecir, jurar y blasfemar el nombre santo de Dios … Era el cabecilla de mis jóvenes amigos en el camino del vicio y la impiedad». Pensar en Dios le era un asunto muy desagradable, así como oír hablar de libros cristianos.
Sin embargo, él habría de reconocer más tarde que Dios le había buscado todo ese tiempo, y que muchas veces le había enviado, lo que él denominaba, «juicios templados con misericordia». Una vez cayó en una zanja y por poco muere ahogado. Otra vez se hundió en un bote en el río Bedford. Poco después, yendo por el campo con sus amigos, encontró una víbora que se arrastraba por el camino, y le dio con un palo en la cabeza. Cuando la víbora quedó atontada, realizó un acto temerario: la forzó a abrir el hocico con un palo y le sacó el aguijón con los dedos. Cuando era soldado, alguien tomó su puesto en la guardia, para morir al poco rato con una bala en la cabeza.
Muy pronto ocurrió otro hecho providencial en su vida. A la edad de 20 años se casó con una mujer muy especial. No se conoce el nombre de ella, pero sí se sabe que provenía de una familia pobre y muy piadosa. El matrimonio Bunyan tuvo cuatro hijos, María, Isabel, Juan y Tomás. María, la mayor, nació ciega. El único bien material que ella aportó al matrimonio fueron dos libros que le había dejado su padre al morir: «El Camino al cielo para el Hombre sencillo» y «La Práctica de la Piedad».
Bunyan decía: «En estos libros yo leía a veces con ella, donde encontré algunas cosas que me agradaban; pero aún yo no tenía fe». Pero la obra de Dios había empezado en su vida, pues el ejemplo de su esposa y la lectura de esos libros le produjeron deseos de reformarse.
Se lanzó entonces con todas su fuerzas a un ejercicio religioso voluntario y perseverante con el fin de reformarse a sí mismo. Sin embargo, no había nacido de nuevo. La vida religiosa se transformaría muy pronto en una carga pesada y asfixiante. Entonces comenzó a buscar respuestas en la Biblia; pero en vez de hallarlas, le sobrevenían muchas dudas, grandes conflictos espirituales.
Había períodos de gran duda sobre las Escrituras y sobre su propia alma. «En mi espíritu, se derramaba un diluvio de blasfemias contra Dios, Cristo, y las Escrituras, para mi confusión y asombro. ¿Cómo entender, por ejemplo, que los turcos tenían tan buenas escrituras para demostrar que Mahoma era su Salvador, tal como nosotros las tenemos para demostrar a nuestro Jesús? La dureza de mi corazón era tan extrema, que aunque me dieran mil libras por una lágrima, yo no podría verter una sola».
Luego, cuando él pensaba que ya estaba establecido en el evangelio, vino un tiempo de oscuridad aplastante, seguida de una tentación terrible: «Yo sentía mi corazón consintiendo a la tentación de abandonar a Cristo. Oh, la diligencia de Satanás, la desesperanza del corazón del hombre. Temí que mi terrible pecado pudiera ser imperdonable. Nadie conoce mis terrores de esos días. Me era duro trabajo orar a Dios, porque la desesperación estaba devorándome».
Entonces vino lo que parecía ser el momento decisivo. «Un día, mientras paseaba por el campo, esta frase cayó en mi alma: «Tu justicia está en el cielo». Y entonces, vi con los ojos de mi alma a Jesucristo a la diestra de Dios; allí estaba mi justicia. Aun más, también vi que no era la buena intención de mi corazón lo que haría mejorar mi justicia, ni aún mi mala intención lo que empeoraría mi justicia, pues mi justicia era Jesucristo mismo, el mismo ayer, hoy, y para siempre. Ahora mis cadenas cayeron. Fui libertado de mis aflicciones; mis tentaciones también huyeron; así que desde ese tiempo esas Escrituras de Dios sobre el pecado imperdonable dejaron de atormentarme; ahora fui también a casa regocijándome por la gracia y el amor de Dios».
Comienzo de su ministerio
Bunyan comienza a reunirse en la iglesia no conformista de Bedford, donde recibió mucha ayuda del pastor, Mr. Gifford. Otra influencia importante fue el Comentario sobre Gálatas de Martín Lutero. «Tuve mucho placer de que este libro viniera a parar a mis manos, tan antiguo, y cuando lo leí sólo un poquito, hallé que mi propia condición estaba tratada con tanto detalle que parecía que el libro había sido escrito para mí … Con la excepción de la Biblia, prefiero este libro sobre todos los otros que he visto en mi vida».
En 1655, cuando la situación de su alma estaba consolidada, le pidieron a Bunyan que exhortara a la iglesia, y súbitamente se mostró un gran predicador. No fue autorizado como pastor de la iglesia de Bedford hasta 17 años después, pero creció su popularidad como poderoso predicador. De todas partes acudían centenares a oír su palabra. Charles Doe, un fabricante de peines en Londres, diría años más tarde: «El Sr. Bunyan predicó el Nuevo Testamento de tal forma que me hizo asombrarme y llorar de alegría».
A Bunyan le tocó vivir en una época de profundos conflictos políticos entre el Parlamento y la Monarquía, conflictos que incidieron en la vida religiosa de Inglaterra. Como consecuencia de ello, hubo varios períodos de persecución religiosa para aquellos que no pertenecían a la iglesia oficial –como era su caso– seguidos de otros de libertad transitoria.
En los días de tolerancia religiosa, se cuenta que un día se reunieron unas 1.200 personas para oírle, a las 7 de la mañana en un día laboral. Una vez, en la prisión, una congregación entera de 60 personas fue arrestada y traída por la noche. Un testigo nos dice: «Oí al Sr. Bunyan predicar y orar con un poderoso espíritu de fe en la ayuda divina que me hizo estar de pie y maravillarme». El mayor teólogo puritano y contemporáneo de Bunyan, John Owen, cuando el Rey Carlos le preguntó por qué él, un gran erudito, fue a oír predicar a un inculto hojalatero, dijo: «Yo cambiaría de buena gana mi conocimiento por ese poder para conmover los corazones de los hombres».
En 1658, a diez años de su matrimonio, cuando Bunyan tenía 30 años, murió su esposa, dejándolo con cuatro niños menores de diez años. Un año después, se casó con Elizabeth, una mujer notable. A un año de su boda, Bunyan fue arrestado y puesto en prisión; tenía 32 años de edad. Ella estaba embarazada de su primogénito y abortó en la crisis. Entonces Elizabeth se dedicó a cuidar a los niños abnegadamente, sola durante 12 años, y dio a Bunyan dos niños más, Sara y José.
Una esposa valerosa
Ella merece mención aparte por el valor con que enfrentó a las autoridades en 1661, un año después del encarcelamiento de su esposo. Ella ya había ido a Londres con una petición. Esta vez, se encontró con una dura pregunta:
–¿Dejará él de predicar?
–Señor, él no dejará de predicar en tanto pueda hacerlo.
–¿Cuál es la necesidad de hablar?
–Hay necesidad, señor, porque yo tengo cuatro hijos pequeños que mantener, de los cuales uno es ciego, y no tenemos de qué vivir sino de la caridad de la gente buena.
Uno de los jueces, compadecido, le preguntó cómo ella tenía cuatro hijos siendo tan joven.
–Señor, yo soy su madrastra, me he casado sólo hace dos años. De hecho, yo estaba encinta cuando mi marido fue aprehendido primero; pero siendo joven y no acostumbrada a tales cosas, a causa de las noticias, entré en labor de parto durante ocho días, y entonces él fue libertado; pero mi hijo murió».
Los otros jueces se endurecieron y dijeron:
–¡No es más que un calderero!
–Sí, y porque él es un calderero y un hombre pobre, es despreciado y no se le hace justicia.
Un juez se enfureció y dijo que Bunyan predicaría y haría lo que quisiera.
–¡Él no predica nada más que la Palabra de Dios!– dijo ella.
Otro, en un arrebato, gritó:
–¡Él va por todas partes haciendo daño!
–No, señor, no es así; Dios lo ha tomado y ha hecho mucho bien a través de él.
El hombre furioso replicó:
–¡Su doctrina es la doctrina del diablo!
–¡Señor, cuando aparezca el Juez justo, sabrá que su doctrina no es la doctrina del diablo!
Un biógrafo de Bunyan comenta: «Elizabeth Bunyan era simplemente una campesina inglesa; sin embargo, no hubiese hablado con más dignidad si hubiese sido una reina».
Así, durante 12 años Bunyan escogió la prisión. Él pudo tener su libertad cuando quisiera, pero él y Elizabeth estaban hechos del mismo material. Cuando se le exigió retractarse y no predicar, no aceptó violar su fe ni sus principios. No obstante, a veces se atormentaba pensando que no había tomado la decisión correcta en resguardo de su familia. «La separación de mi esposa y mis hijos, especialmente de mi hija ciega, a menudo fue para mí como arrancarme la carne de mis huesos». Pero él permaneció allí. Y allí Juan Bunyan entonó un canto que todavía se escucha, «El Peregrino», su obra más conocida; y no sólo eso, pues el testimonio de su estada allí, de su fidelidad en medio del sufrimiento, han sido una dulce melodía para miles de cristianos en los siglos posteriores.
Pastorado en Bedford
En 1672 él fue libertado gracias a la Declaración de Indulgencia Religiosa. Inmediatamente fue designado pastor de la iglesia en Bedford, donde había estado sirviendo desde el principio, incluso desde la prisión, a través de escritos y visitas periódicas. Se compró un granero, que fue habilitado para las reuniones. Nunca dejó su pequeña parroquia por otras oportunidades mayores en Londres. Se estima que había unos 120 no-conformistas en Bedford en 1676, con otros que no dudaban en venir a oírlo desde los pueblos circundantes.
Hubo un nuevo encarcelamiento en 1675-76. Se cree que en este tiempo fue escrito «El Progreso del Peregrino». Pero aunque él no estuvo de nuevo en prisión durante su ministerio, la tensión de aquellos días era muy grande.
Diez años después de su último encarcelamiento, en mitad de los 1680’s, la persecución se desató de nuevo. Las reuniones fueron prohibidas; los hermanos, apresados. «Con frecuencia, los disidentes cambiaban el lugar de reunión y ponían centinelas; dejaron de cantar himnos en sus servicios, y para mayor seguridad rendían culto al final de la noche. Los ministros eran llevados al púlpito a través de trampas en el suelo o en el techo, o a través de puertas improvisadas en las paredes». Bunyan esperaba ser apresado de nuevo y cedió la propiedad de todos sus bienes a su esposa Elizabeth para que ella no fuera afectada por sus multas o encarcelamiento.
Pero Dios lo salvó. Hasta agosto de 1688, viajó los 80 kilómetros hasta Londres para predicar. Pero después de un viaje a un distrito periférico, volvió a Londres a caballo, bajo un terrible temporal. Cayó enfermo de una fiebre violenta, y el 31 de agosto de 1688, a la edad de 60 años, siguió a su Peregrino desde la ciudad de Destrucción, a través del río, a la Nueva Jerusalén. Su último sermón lo predicó el 19 de agosto en Londres sobre Juan 1:13. Sus palabras finales en el púlpito fueron: «Vivid como hijos de Dios, de modo que podáis mirar al rostro de vuestro Padre con reposo cada día».
Su esposa e hijos probablemente no supieron de la crisis hasta que fue demasiado tarde; así que es posible que él muriese sin el consuelo de su familia, tal como había sucedido en gran parte de su vida. El inventario de sus pertenencias después de su muerte dio un total de 42 libras y 19 chelines. Esto es más de lo que dejaría un hojalatero común, pero sugiere que la mayoría de las ganancias de «El Progreso del Peregrino» habrían ido a los impresores de las ediciones ‘piratas’. Bunyan nació pobre y nunca anheló enriquecerse en esta vida. Fue sepultado en Londres.
Su legado
La vida hermosamente rendida de Juan Bunyan nos deja un precioso legado, que puede desglosarse en tres grandes áreas: su actitud frente a los padecimientos, su amor a la Palabra de Dios y sus escritos.
Su actitud frente a los padecimientos
John Piper, al comentar este aspecto de la vida de Bunyan, dice: «Lo que más me conmueve de Bunyan es su sufrimiento y cómo respondió a él». Y agrega: «Yo leo a Juan Bunyan con un creciente sentido de que el sufrimiento es un elemento normal, útil, esencial y ordenado por Dios en la vida y el ministerio cristiano … Ha habido siempre, también en nuestros días, personas que intentan resolver el problema del sufrimiento negando la soberanía de Dios, la providencia todo gobernante de Dios sobre Satanás, sobre la naturaleza y sobre los corazones y los hechos del hombre. Pero es notable ver cómo aquellos que defienden la soberanía de Dios en relación al padecimiento han sido los que más han sufrido y han encontrado en ella el mayor consuelo y ayuda».
«Bunyan estaba entre ellos. En 1684 él escribió una exposición para su pueblo sufriente basada en 1 Pedro 4:19: «Los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien». El libro se llamaba «Consejos Oportunos: Advertencia a los que sufren». Él toma la frase «según la voluntad de Dios», y despliega allí la soberanía de Dios para el consuelo de su pueblo.
«No es lo que los enemigos quieren, ni a lo que ellos están resueltos, sino lo que Dios quiere, y lo que Dios determina; eso se hará. Ningún enemigo puede traer aflicción a un hombre si la voluntad de Dios es diferente; así también, ningún hombre puede escapar de sus manos cuando Dios lo entrega para Su gloria; así como Jesús mostró a Pedro con qué muerte él glorificaría a Dios. Nosotros sufriremos o no sufriremos, según a él le plazca».
«Dios ha determinado quién sufrirá (Apoc. 6:11, el número completo de los mártires). Dios ha determinado cuándo ellos sufrirán (Hechos 18:9-10, el tiempo de aflicción aún no había llegado para Pablo; así también con Jesús en Juan 7:30). Ha decretado dónde este, aquel u otro hombre bueno sufrirá («no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén» Lucas 13:33; 9:30). Dios ha ordenado qué tipo de padecimientos sufrirá este o aquel santo (Hechos 9:16, «cuán grandes cosas él deberá sufrir»; Juan 21:19 «con qué muerte había de glorificar a Dios»). Nuestras aflicciones, así como la naturaleza de ellas, están todas escritas en el libro de Dios; y sin embargo, esa escritura aparece con caracteres desconocidos para nosotros, aunque Dios la entiende muy bien (Mar. 9:13; Hech. 13:29). Él ha establecido quién de ellos morirá de hambre, quién por la espada, quién irá a cautividad, o quién será comido por las bestias (Jeremías 15:2, 3)».
¿Cuál es el objetivo de Bunyan en esta exposición de la soberanía de Dios acerca del sufrimiento? «En pocas palabras, he escrito esto para mostraros que los sufrimientos son ordenados y dispuestos por él, para que, cuando entréis en dificultades por este nombre, no os desestabilicéis ni os desorientéis, sino permaneced serenos y firmes, y decid: ‘Sea hecha la voluntad del Señor’ (Hech. 21:14)».
Él advierte también contra los sentimientos de venganza. «Aprended a compadeceros y lamentar la condición del enemigo. Nunca tengáis inquina por sus ventajas presentes. ‘No te entremetas con los malignos, ni tengas envidia de los impíos» (Prov. 24:19). No os preocupéis, aunque ellos estropeen vuestro lugar de reposo. Es Dios que les ha permitido hacerlo, para probar vuestra fe y paciencia. No les deseéis mal con lo que ellos han obtenido de vosotros. Bendecid a Dios pues vuestra porción cayó en el otro lado. Cuán amoroso, por consiguiente, es el trato de Dios con nosotros, cuando él escoge afligirnos aunque por poco tiempo, porque con bondad eterna tiene misericordia de nosotros (Is. 54:7-8)».
La clave para sufrir pacientemente es ver en todas las cosas la mano de un Dios misericordioso, bueno y soberano. Hay más de Dios para ser asido en los tiempos de angustia que en cualquier otro tiempo. Hay algo de Dios que puede ser visto en un día tal, y no en otras condiciones.
Bunyan pide a su pueblo que se humille bajo la mano poderosa de Dios y confíen que todo será para su bien. «Os ruego, no desmayéis, ni os airéis con Dios, o con los hombres, si la cruz se os hace pesada. No con Dios, porque él nada hace sin una causa, ni con los hombres, porque ellos son siervos de Dios para vuestro provecho» (Salmo 17:14; Jer. 24:5); por tanto, tomad con gratitud lo que os viene de Dios por medio de ellos».
Su amor a la Palabra de Dios
¿Cuál es la clave para vivir en Dios? La respuesta de Bunyan es: asirse de Cristo a través de la Palabra de Dios, la Biblia. La prisión probó ser para él un lugar bendito de comunión con Dios, porque su dolor le abrió la Palabra y la más profunda comunión con Cristo que él jamás había conocido antes.
«Nunca tuve en toda mi vida tan amplia entrada en la Palabra de Dios como ahora en prisión. Aquellos temas que yo nunca había visto antes fueron escritos en este lugar y empezaron a brillar para mí. Jesucristo mismo nunca fue más real y notorio que ahora. Aquí yo lo he visto y lo he sentido de hecho. En este lugar, he tenido dulces visiones del perdón de mis pecados y de mi estar con Jesús en el otro mundo. Estoy persuadido de que, mientras esté en este mundo, nunca podría expresar lo que he visto aquí».
Sobre todo, él tomó las promesas de Dios como la llave para abrir la puerta del cielo. «Os digo, amigos, hay promesas del Señor que me ayudaron a asirme de Cristo, que yo no obtendría fuera de la Biblia por mucho oro y plata de que dispusiese».
Una de las más grandes escenas en «El Progreso del Peregrino» es cuando Cristiano, en el calabozo del Castillo de la Duda, recuerda que tiene una llave para la puerta. Es muy significativo no sólo lo que la llave es, sino donde está: «¡Qué tonto y necio soy en quedarme en mi calabozo maloliente, cuando tan bien pudiera estar paseándome en libertad! Tengo en mi pecho una llave, llamada Promesa, que estoy persuadido podrá abrir todas y cada una de las cerraduras del castillo de la Duda». «¿De veras?, le dice Esperanza, éstas son buenas noticias, hermano; sácala de tu pecho y probaremos». Cristiano sacó su llave, la aplicó a la puerta del calabozo, y a la media vuelta la cerradura cedió, y la puerta se abrió de par en par y con la mayor facilidad, y Cristiano y Esperanza salieron».
Tres veces Bunyan dice que la llave estaba en el «bolsillo del pecho» de Cristiano o simplemente «su pecho». Tomo esto para significar que Cristiano la había escondido en su corazón por la memorización, y que era ahora accesible en prisión precisamente por esta razón. Es así como las promesas sostuvieron y fortalecieron a Bunyan. Él estaba lleno de la Escritura. Todo lo que escribió está saturado de la Biblia. Escudriñaba su Biblia la mayor parte del tiempo. Por eso él puede decir de sus escritos: «No tengo cosas pescadas en las aguas de otros hombres; mi Biblia y la Concordancia son la única bibliografía en mis escritos».
Spurgeon anota: «Su ser entero estaba saturado con la Escritura; sus escritos continuamente nos hacen sentir y decir: ¡Este hombre es una Biblia viviente! Pínchenlo en cualquier parte y encontrarán que incluso su sangre es ‘biblina’, la verdadera esencia de la Biblia fluye de él. Él no puede hablar sin citar un texto, pues su alma está llena de la Palabra de Dios».
Bunyan reverenciaba la Palabra de Dios y temblaba ante la posibilidad de deshonrarla. «Permíteme morir con los filisteos (Jue. 16:30) antes que tratar corruptamente con la palabra bendita de Dios». Esta, finalmente, es la razón por la cual Bunyan tiene tanta vigencia hoy, en lugar de desaparecer en la niebla de la historia. Él continúa ministrando porque él reverenciaba la Palabra de Dios y se sumergió en ella.
Sus escritos
Los libros habían estimulado su propia búsqueda espiritual y lo habían guiado en ella. Los libros serían su principal legado a la iglesia y al mundo.
Por supuesto, él es famoso por «El Progreso del Peregrino». Junto a la Biblia, es el libro más difundido en el mundo, traducido a más de 200 idiomas. Tuvo éxito inmediatamente con tres ediciones en su primer año de publicación (1678). Fue despreciado al principio por la élite intelectual, pero como señaló Lord Macaulay: «Este es quizás el único libro sobre el cual, después de cien años, la minoría educada ha sobrepasado a la opinión de la gente vulgar».
Pero la mayoría de las personas no sabe que Bunyan fue un escritor prolífico antes y después de «El Progreso del Peregrino». El catálogo de sus escritos registra 58 libros. Es notable su variedad temática: controversia (como los «Cuáqueros y la justificación y el bautismo»), poemas, literatura infantil, y alegoría (como «La Guerra Santa» y «La Vida y Muerte de Mr. Badman»). Pero la gran mayoría son exposiciones doctrinales prácticas de la Escritura, basadas en sermones, para fortalecer, advertir y ayudar a los cristianos peregrinos en el exitoso camino al cielo.
Fue un escritor de principio a fin. Ya había escrito cuatro obras antes de ir a prisión, a la edad de 32 años, y el año en que murió se publicaron cinco libros suyos. Esto es extraordinario para un hombre sin educación formal. No sabía griego ni hebreo y no tenía grado teológico alguno. Por esto le menospreciaban aun en sus propios días, de tal manera que su pastor, John Burton, salió en su defensa, escribiendo un prólogo para su primer libro en 1656, cuando él tenía 28 años: «Este hombre ha sido escogido no de lo terrenal sino de la universidad celestial, la Iglesia de Cristo. Él, a través de la gracia, ha tomado estos tres grados celestiales: la unión con Cristo, la unción del Espíritu, y las experiencias de las tentaciones de Satanás, que hacen más diestro a un hombre para esa obra poderosa de predicar el Evangelio que todos los grados y el aprendizaje universitario que pueda detentar».
Los sufrimientos de Bunyan dejaron su marca en toda su obra escrita. George Whitefield dijo de «El Progreso del Peregrino»: «Huele a prisión. Fue escrito cuando el autor estaba confinado en la cárcel de Bedford. Y los ministros nunca escriben o predican tan bien como cuando están bajo la cruz: el Espíritu y la Gloria de Cristo descansan entonces en ellos».