Hay una segunda gran expresión del dolor del corazón de Dios. Esta vez es por sus amados, cuando sufren. Los dolores que sufren los hijos de Dios suelen aumentar cuando perciben que nadie los comprende, que están sufriendo solos. El dolor es así aumentado por la soledad y la incomprensión. Sin embargo, un hijo de Dios nunca está solo con su dolor. La Biblia dice: «En toda angustia de ellos él fue angustiado» (Is. 63:9).
¿Qué significan estas palabras? Significan que nuestros dolores encuentran eco en el corazón de Dios. Una muestra clara de esto es aquella escena en Betania, a causa de la muerte de Lázaro. Lázaro había muerto, y sus hermanas lo lloraban. El dolor de ellas era mayor a causa de la ausencia del Señor Jesús. Le dice Marta: «Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto». Ese «si hubieses estado aquí» delata la necesidad de compañía cuando estamos atravesando por en medio del sufrimiento.
Cuando el Señor llega, ellas lloran de nuevo; sin embargo, su llanto tiene esperanza. El Señor le dice a Marta: «Tu hermano resucitará». Y entonces, por en medio del dolor y la desesperanza, surge una certeza. Lázaro viviría de nuevo. Las dos hermanas pudieron comprobar en seguida la delicadeza del corazón de Jesús. Pues, al ver a María llorando «y a los judíos que la acompañaban, también llorando, (Jesús) se estremeció en espíritu y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró» (Jn. 11:33-35).
Cuando Jesús lloró mostró el sentir del corazón de Dios, porque Jesús nos mostró cómo es Dios. Él dijo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn.14:9). Y Juan dice de él: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Jn. 1:18). El dolor del hombre no le es indiferente, sino que es también su dolor.
El apóstol Pablo habla en Colosenses de «las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (1:24). Esas aflicciones pueden deberse sin duda, a la tozudez nuestra, y a nuestras muchas defecciones, pero también se deben seguramente a los dolores nuestros.
Ayer él se unió al llanto de sus amigas de Betania, hoy se une a tu llanto y al mío. El profeta decía: «En toda angustia de ellos él fue angustiado». Nosotros podemos decir, con confianza: «En todas nuestras lágrimas él mezcla las suyas». Por eso el apóstol, interesado siempre en llevarnos a la semejanza con Cristo, nos dice: «Llorad con los que lloran» (Rom. 12:15). Porque él no permanece indiferente ante nuestras lágrimas, quiere que nosotros compartamos las de nuestros hermanos.
El dolor del corazón de Dios tiene muchas expresiones: juicio hacia aquellos que persisten en pecar y no quieren escuchar las advertencias de Dios, y consuelo hacia sus hijos en sus sufrimientos. ¿En qué lado está usted?
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