No me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario».
– Prov. 30:8.
Es verdad que este texto habla de pobreza de dinero y riquezas de la injusticia, como también del pan que nos es necesario para el cuerpo, pero la Palabra viene de un Dios que es espíritu. Toda enseñanza de Dios para nosotros es espiritual; es para el hombre espiritual, nacido del Espíritu.
La pobreza, la riqueza y el pan también pueden estar al nivel del espíritu. «No me des pobreza». La pobreza espiritual es peor que la de los bienes, porque la de los bienes es temporal, mas la espiritual puede traer perjuicios eternos. «Y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego» (1 Cor. 3:12-15).
La pobreza espiritual se da en aquellos que se tornan tardos para oír, despreciando la enseñanza, la exhortación y las pruebas que Dios envía para nuestro enriquecimiento. «Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido» (Heb. 5:12).
La riqueza es el otro lado, pero también puede tornarse en un gran mal espiritual: «Ni riquezas». No es aquella que está en Cristo (que es un tesoro), sino aquella que pensamos tener en nuestra carne. La ciencia o el conocimiento envanecen, pero el amor edifica (1 Cor. 8:1). La iglesia en Laodicea es el testimonio de adónde podemos llegar con esta riqueza, u orgullo espiritual (Ap. 3:17).
Cierta vez un matrimonio me dijo: «Nosotros vivimos tan tranquilos; tenemos todo, Dios nos ha bendecido por todos lados, no sufrimos nada». Yo les dije: «Eso es por poco tiempo, mientras ustedes son niños en Cristo, pero el Padre no les dejará pobres así; el tiempo del enriquecimiento verdadero vendrá». Ellos tal vez no se acuerden de eso, pero desde hace tiempo han sido ejercitados y han recibido enriquecimiento espiritual (Col. 2:2-3).
La riqueza que no debemos desear es aquella que nos torna altivos, que nos hace dependientes de ella y no de Cristo (1 Tim. 6:17-19). Esas son riquezas de injusticia que podemos usar para ganar amigos, porque un día no necesitaremos más de ellas (Luc. 16:9).
Nuestra oración al Señor es que no nos dé pobreza ni riqueza, sino solo el pan que nos es necesario. Ese pan necesario para cada día es Cristo, el pan que descendió del cielo y que sacia a todo hombre (Jn. 6:48, 50, 57). En Cristo está toda nuestra riqueza verdadera, como también la satisfacción de toda nuestra hambre. Cristo nos basta.
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