Mensaje a las hermanas sobre el lugar de la mujer en el orden de Dios, su servicio práctico en la iglesia local, y el cubrirse la cabeza.
Ellen Wu
Quiero decirles que no soy una maestra. Sólo deseo compartir con ustedes acerca del ministerio de las hermanas en la iglesia, algo que hemos aprendido y aún estamos aprendiendo, para animarles a vivir gratamente ante el Señor.
El lugar de la mujer
Hay un versículo importante en la Escritura para entender lo que está en el corazón de Dios, el lugar especial que él tiene para las hermanas. Es 1ª Corintios 11:3. Pablo empieza diciendo: «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo». Este es un versículo clave para comprender el orden divino de Dios para el hombre y la mujer, en relación con Cristo y Dios mismo.
Pablo lo dividió en tres partes: Primero, Cristo es la cabeza de cada hombre, y nosotras podemos decir «amén» a eso, porque Cristo es Señor y Salvador de todos los creyentes, comprados por su sangre preciosa; así que él debe tener el lugar de la Cabeza.
Luego, dice que el hombre es cabeza de la mujer. A primera vista, podríamos pensar que para Dios la mujer es una ciudadana de segunda clase. La gente del mundo dice eso. Pero nosotras sabemos que Dios hace todo según el designio de su corazón. En su infinita sabiduría, él conoce el lugar de las mujeres en relación a su propósito eterno. Para cumplir ese propósito, él asignó al hombre una función y a las mujeres otra, pero esto no significa que Dios hizo a la mujer desigual al hombre.
Podemos ver esto en la creación, con Adán y Eva, en el Génesis. Después de crear a Adán, Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él». Así que, para cumplir esa función de ayuda, Eva tiene que permitirle a Adán tener la primacía y ser la cabeza. Aquí Dios nos da una indicación de su pensamiento acerca del hombre y la mujer. Ellos se complementaban entre sí, trabajaban juntos, no altercando sobre quién es la cabeza y quién tiene el papel de auxiliador.
Si consideramos la tercera parte, entendemos un poco mejor, pues dice que Dios es la cabeza de Cristo. Eso no significa que Cristo sea inferior a Dios. Pablo en Filipenses 2:5 dijo: «Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse». Vemos claramente que Cristo es igual a Dios. Pero él no se aferró a esta igualdad. Versículo 7: «…se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo» –no sólo siervo, sino esclavo– «y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».
Así que vemos que nuestro Señor Jesús, aunque era igual con Dios, para cumplir el propósito de Dios, se despojó y tomó un lugar más bajo. Y no sólo eso, sino que aun se humilló hasta la muerte, y todo ello por su amor a nosotros. Aquel que era sin pecado fue hecho pecado y murió por nosotros en una cruz. No hay un lugar más bajo que el que nuestro Señor tomó siendo Dios, humillándose hasta la muerte en una cruz, y consumando de esta manera la salvación para todos.
El Hijo de Dios vino a ser el Hijo del Hombre. En el evangelio de Juan, él dijo una y otra vez: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo». Nuestro Señor Jesús era un hombre perfecto, de tal manera que todo lo que él pudiera hacer o hablar sería perfecto. Sin embargo, para cumplir la voluntad de Dios, tomó un lugar más bajo, y permitió al Padre ser su cabeza, sometiéndose a él en todo. Así también, Dios nos dio un lugar especial, para manifestar esta sumisión del Señor Jesús a nuestro marido en nuestro hogar y a los hermanos responsables en la iglesia, para que la voluntad de Dios pueda cumplirse. Con esta comprensión, podemos considerar lo que son los roles de las hermanas y su ministerio en la iglesia.
El servicio de las hermanas
Dios creó a la mujer con una sensibilidad y una habilidad para prestar atención a los detalles. Hay muchas cosas en que los hermanos no son lo bastante sensibles para percibirlas, pero las hermanas sí; de modo que ellas pueden ayudar. La Escritura dice que hay un don de ayudar. Las hermanas pueden abrir sus casas, así como ustedes han hecho con nosotros, para ofrecer el don celestial de la hospitalidad. Las hermanas tienen un corazón más tierno para los niños, así que ellas pueden atender a los hijos que el Señor ha dado a los hermanos y hermanas.
Nosotras podemos tener un papel en la escuela dominical: un servicio de ayuda a los padres en la educación espiritual de sus niños. Cuando nos reunimos, enseñamos a los niños desde Génesis al Apocalipsis, tomando las partes importantes de cada libro y adecuándolas al nivel de ellos. Así los niños tendrán un buen fundamento en la Palabra de Dios. Gradualmente, a medida que crecen y oyen el ministerio de los hermanos que pueden estar hablando sobre el retorno de Esdras a Jerusalén, por ejemplo, tendrán una idea sobre lo que allí sucedió. Así que realmente se les está dando algo muy básico, enseñando el ABC de las Escrituras. A una edad muy temprana podemos ayudar a poner el fundamento para la Palabra de Dios.
Hay otro ministerio muy importante que los hermanos y hermanas pueden asumir, que es la oración. El hermano Stephen Kaung nos compartió sobre la hermana Margaret Barber y su sobrina, cuando ambas oraron a Dios para que levantara un instrumento para él en China. Como consecuencia de sus oraciones y las de otras hermanas en Dinamarca, Dios levantó al hermano Watchman Nee en China. A través del compañerismo con sus co-obreros, el evangelio se extendió a través de toda China aun cuando los comunistas tomaron el poder.
No hay un ministerio mayor, en términos de importancia para el Señor, que el de la oración. A menudo, nosotras somos más sensibles para ver las dificultades en la asamblea de la iglesia, o en las familias de los hermanos y hermanas, o con nuestros jóvenes atraídos por el mundo. Si el Señor nos permite ver todas estas cosas, es para que nosotras oremos por ellas.
Cierta vez, en una reunión de hermanas, una hermana mayor compartió sobre este punto, y usó un versículo de Isaías 58:12: «…y serás llamado reparador de portillos». Un portillo, una brecha, puede aparecer en la pared de separación entre la iglesia y el mundo. Un agujero puede ser el punto donde el enemigo hace su entrada para dañar el testimonio de la iglesia; así que nosotras podemos presentar estas cosas al Señor en oración.
Nosotros asistimos a un encuentro en Filipinas una vez al año, y realmente fui conmovida cuando ellas se dividieron en grupos pequeños para orar. Cuando yo participé en un grupo, ellas siempre estaban orando por los hermanos en responsabilidad, para que el Señor les diera discernimiento espiritual, sabiduría y revelación en el ministerio de la Palabra, y para atender los asuntos de la iglesia.
Muy a menudo es más fácil orar por los enfermos o por alguien en dificultades, pero si comprendemos que nuestros hermanos en responsabilidad están de pie en la línea de fuego, nosotras como hermanas debemos apoyarlos en oración y fortalecer su espíritu, alma y cuerpo para su ministerio en nombre del Señor.
Permítanme darles una ilustración. Hay una hermana en nuestra congregación que es realmente una guerrera de oración. Había una familia con siete niños. Cuando ellos eran pequeños, imagínense en la mañana del Día de Señor, el tratar de hallar un par de zapatos para cada uno puede ser usado por el enemigo para distraer el corazón del padre. Así que esta hermana oraba cada mañana del Día del Señor, diciendo: «Señor, ayuda a que los niños encuentren sus zapatos, para que toda la familia esté en paz y reposo antes de venir a tu mesa».
Aunque parece una cosa pequeña, esta es un área donde nosotras podemos ayudar. Todo lo que el Señor pone en su corazón, tráigalo al Señor en oración para que por su Espíritu él pueda ministrar su gracia a muchos tipos de necesidades. Ello detendrá la obra destructora del enemigo, para que el Señor tenga una vía libre en nuestro corazón cuando nos reunimos en su presencia. Esta es una ilustración del servicio de las hermanas en la iglesia.
Cualquier cosa que el Señor ponga en su corazón, hágala sinceramente para él. Pero primero debemos ir ante el Señor y permitirle darnos la carga; permitirle revelarnos qué área podemos traer ante él en oración. Sólo entonces se cumplirá la voluntad del Señor y su nombre será glorificado.
Sobre el cubrirse la cabeza
Cuando estuvimos en Santiago de Chile, alguien planteó también la pregunta sobre el cubrirse la cabeza. Pensé que debo compartir sobre eso. Veo aquí a muchas hermanas que tienen su cabeza cubierta. No es una costumbre; las mujeres necesitan entender su realidad o importancia, y si el Señor pone esto en su corazón para que usted pueda someterse a la enseñanza de la Escritura, hay entonces una gran importancia espiritual en ello.
Pablo nos dice en 1 Corintios 11:10: «Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles». Este no es un símbolo de la autoridad de la mujer, sino para mostrar que ella está bajo autoridad, por causa de los ángeles.
Nosotros sabemos lo que pasó al principio. Antes de crear al hombre, Dios creó los ángeles, que son siervos ministradores del Señor. De acuerdo a Isaías 14, el arcángel Lucifer fue creado perfecto y lleno de belleza. Pero a él no le gustó oír hablar del lugar preeminente que Dios dio a Su Hijo. Él quería ese lugar, así que el ángel caído se volvió enemigo de Dios.
A causa de esa rebelión, cuando Dios creó a Adán y Eva y los puso en el jardín de Edén, Satanás vino y tentó a Eva; puso un signo de interrogación en la mente de ella, diciéndole: «¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?». Si Eva hubiera comprendido el orden de Dios, habría dicho a Adán: «¿Qué dijo Dios?». Sin embargo, no lo hizo, sino que respondió: «Dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis…». Vemos que agregó algo que no está en la Escritura; Dios nunca dijo que ellos no podían tocarlo. Pero ella asumió como cabeza y tomó la decisión. Ella vio que el fruto era agradable y bueno para comer y para hacer sabio en el discernimiento del bien y del mal. Ya no tendrían que depender de que Dios se los dijera. Entonces tomó el fruto, comió, lo dio a Adán y él también comió. Y a través de ese acto de desobediencia, el pecado entró en el mundo.
Sabemos cuán horrible consecuencia trajo al mundo ese acto. Pero gracias al Señor, que vino a morir por nuestros pecados, para que podamos ser restaurados. Y no sólo eso, sino también nos dio un privilegio especial: que habiendo caído de la obediencia y la sumisión, ahora podamos decir: «Nosotros queremos someternos al orden divino del Señor».
Por esta razón, nosotras deseamos someternos a los varones, sea a nuestros maridos en nuestro hogar o a los hermanos en la iglesia, para que Dios pueda recuperar su derecho como la cabeza suprema que Satanás quiso usurpar aún antes de que el hombre fuera creado. El hombre caído y pecador se puso de parte de Satanás, y todavía rechaza y resiste a la autoridad de Cristo y su Padre.
Entonces, cuando nosotras nos cubrimos la cabeza, estamos diciendo que queremos someternos al orden de Dios. Y cuando los hermanos en la iglesia ven a las hermanas con cabezas cubiertas, les recuerdan que aunque ellos tienen la autoridad delegada del Señor, no obstante, ellos también están bajo la autoridad de Cristo. De esta manera, los hermanos y hermanas juntos muestran que la iglesia es el cuerpo de Cristo.
En el pasaje que leímos de Filipenses, Pablo dice: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús». Este se refiere a la sumisión de Cristo. Cuán privilegiadas somos de poder ser ejemplo a los ángeles caídos, así como a los ángeles buenos, queriendo someternos como Cristo se sometió a su Padre.
Sin embargo, aun cuando nosotras tenemos este buen deseo en nuestros corazones, pensamos que no es fácil someterse; pues por naturaleza, desde Adán, somos rebeldes. Aun cuado deseemos tener nuestras cabezas cubiertas, el hacerlo no está en nosotras. Pienso que Hebreos 12:2 nos da el secreto acerca de cómo podemos ser sumisas: «…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe». El secreto es mirar a nuestro Señor Jesús. Él no sólo es nuestro ejemplo: su vida de sumisión también está en nosotras.
Quiero darles un testimonio personal. A menudo, el hermano Hoseah y yo teníamos malentendidos. Así que empezábamos a discutir. Yo sentía que él no me comprendía, así que yo trataba de argumentar o explicar por qué dije lo que yo dije, pero ello no ayudaba. Cuanto más usted explica, más argumenta. ¿Es eso lo correcto?
Un día el Señor me mostró que yo puedo creer que tengo la razón, que no soy comprendida; pero cuando miro al Señor Jesús, perfecto, siempre justo, y sin embargo, ¿qué experimentó él cuando estuvo aquí?: «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron». Él fue rechazado, los fariseos lo acusaron de ser un blasfemo. Sin embargo, ¿se defendió? No, no lo hizo. «Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca» (Is. 53:7).
En ese momento pensé: «¿Cómo puedo defenderme a mí misma a la luz de lo que nuestro Señor sufrió?». Al instante, la paz entró en mi corazón. En lugar de continuar argumentando, no dije nada más. La paz fue restaurada entre nosotros. Así que la única vía es mirar al Señor Jesús, y permitir que su vida de sumisión se manifieste en nosotros. Entonces podemos decir como Pablo en Gálatas 2:20: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». No es que nosotros seamos capaces; es por su gracia, y la inspiración del Espíritu Santo para mirar al Señor Jesús.
Entonces habrá sumisión y obediencia a Dios; entonces, como dice el hermano Sparks, Dios obtiene la gloria moral, porque nosotras –como dicen las Escrituras, como Jesús, «hecho un poco menor que los ángeles»– podemos ser instrumentos para avergonzar a los ángeles caídos y obedecer a Dios, sometiéndonos a su orden divino; todo por su gracia y por su obra. Entonces Dios recibe toda la gloria.
Piensen ustedes cuán maravilloso es que Dios nos haya dado este privilegio especial como hermanas de llevar su testimonio de lo que la vida de Cristo puede hacer a través de personas tan rebeldes como nosotras. El entender cuán grande es el amor de Dios hacia nosotras en esta área en particular nos dará voluntad para decirle: «Señor, haz que quiera someterme a ti, para que tú puedas tener toda la gloria». A través de la sumisión de la iglesia, el Señor Jesús recuperará todo este universo, la creación entera que fue sujeta a vanidad a causa de nuestro pecado, para que Cristo sea todo y en todos.
Nosotras tenemos un rol que jugar en esto: aprender a someternos ahora a nuestro Señor, para que cuando él mire a la iglesia, se regocije porque ella se somete a él como la verdadera Cabeza. El Señor quiere perfeccionarnos a todos en esta área, a fin de que la iglesia crezca para ser la novia perfecta de Cristo, para ser su ayuda eterna en las edades venideras.
Gracias al Señor por la manera maravillosa en que él nos trata a las hermanas, y nos da este privilegio de aprender la sumisión así como él aprendió cuando era el Hijo del Hombre en la tierra. Esta es una verdadera bendición de nuestro Señor.