Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1ª Pedro 5:8).
La Biblia nos dice claramente que en los últimos días, la iglesia de Jesucristo enfrenta la ira de un diablo rabioso. «… ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo» (Apocalipsis 12:12).
El diablo apunta su ira hacia las familias
¿Hacia dónde dirige el diablo su ira? Él está apuntando a familias tanto salvas como inconversas, por todo el mundo. Él esta rugiendo como un león voraz y echándose sobre los hogares para destruirlos. Está decidido a destruir matrimonios, distanciar a los hijos, poniendo a familiares uno contra otro. Y su meta es sencilla: quiere traer ruina y destrucción a cada hogar que pueda.
Jesús hizo referencia a esta obra demoníaca cuando describió a Satanás, diciendo: «Él ha sido homicida desde el principio…» (Juan 8:44). Efectivamente, vemos el plan destructivo del diablo contra la primera familia. Fue el diablo quien entró en Caín y lo convenció para que matase a su hermano, Abel.
Y este homicida aún esta obrando. Los últimos años revelan esto de manera horrenda. Hace cuatro años, el diablo tomó control de dos muchachos en Colorado y los llevó a una rugiente destrucción. Cuando los dos muchachos entraron en la escuela superior de Columbine en una matanza infernal, el mundo quedo atónito. Mataron a una muchacha mientras ella estaba arrodillada orando, una muchacha que ellos conocían y respetaban. ¿Quién sino Satanás mismo pudo haberlos llevado a hacer esto?
Pienso en la ruina que cayó sobre las familias de las víctimas y de los homicidas. Ha habido suicidios, desórdenes mentales, divorcios, hermanos traumatizados. La destrucción de ese incidente aún retumba más allá de lo creíble. Y los padres y amigos de todos los involucrados llorarán toda una vida.
Un año después, Kathleen Hagen, una pionera en la rama de urología, educada en Harvard, entró a la habitación de sus ancianos padres mientras dormían en Chatham, Nueva Jersey, y los asfixió con la almohada. Su padre tenía 92 y su madre 86 años. Luego Hagen vivió en la casa por varios días, ignorando los cuerpos muertos en el aposento. Cuando fue arrestada, su apariencia era confusa y desaliñada. Pero no mostraba remordimientos por lo que había hecho. Los psicólogos no sabían cómo explicar por qué una mujer tan bien educada pudo asfixiar a sus padres y luego seguir su vida como si todo fuera normal.
Piensa en la devastación que nunca fue mencionada en esta horrible historia criminal. El dolor de los miembros de la familia, la angustia de los nietos –qué horrible ruina y destrucción. ¿Quién sino Satanás pudo haber llevado a una mujer respetada a matar a sus padres, por ninguna razón aparente?
Hace varios años atrás, el ‘New York Times’ escribió un reportaje inquietante: «Padres desanimados entregan a sus hijos». El artículo contaba de padres frustrados apareciendo por docenas en el sexto piso de la corte de Manhattan, para entregar a sus hijos a la adopción voluntariamente. Simplemente, ellos no podían controlarlos. Un padre no podía manejar a su hijo adolescente después que la madre murió. Otro padre entregó a su hija adolescente porque estaba viviendo salvajemente, totalmente fuera de control. Los oficiales de la corte que escucharon estos casos estaban desconcertados. Un juez le preguntó a una madre que había llevado a su hija: «¿No la quieres? ¿No te gustaría llevártela a casa?». La madre, cansada, movía la cabeza que no. La jovencita irrumpió en sollozos incontrolables.
El artículo señalaba que las familias se estaban separando a gran velocidad. La Corte Familiar de Nueva York estaba abrumada con los casos. Muchos de los niños puestos en hogares para posible adopción pronto caían en peor condición. Algunos de ellos terminaron huyendo y viviendo en las calles.
Especialmente impresionante fue otra historia en las noticias, contando de una nueva raza de drogadictos. El titular decía: «Niños usando drogas en casa con sus padres». Evidentemente, el 30% de los adictos hoy dicen que se enviciaron en casa con sus padres, quienes los introdujeron a las drogas. ¿Cómo puede suceder tal cosa?
Estos padres usaron drogas en su adolescencia. Entonces más tarde, cuando sus hijos llegaron a la adolescencia, los padres pensaron: «Nosotros usamos drogas, pero sobrevivimos. Y estamos bien hoy. Es mejor para nuestros hijos que usen drogas en casa en vez de las calles. Y es mejor para ellos que aprendan de nosotros a manejar las drogas que de sus amigos inexpertos». Así que enseñaron a sus hijos cómo fumar marihuana, sorber cocaína y usar agujas. De esta manera, razonaron ellos, podían controlar el uso de drogas de sus hijos.
Pero llegó el día de paga. Sus hijos se enviciaron y sus vidas se descontrolaron. Muchos han abandonado el hogar y viven en las calles. Están enojados con sus padres, desilusionados por su horrible consejo. Y están desalentados por la sociedad, sin futuro. Ahora los padres están descorazonados, llenos de culpabilidad, llorando lágrimas que llegan demasiado tarde. Te pregunto: ¿Cómo puede cualquier padre tomar una decisión tan necia? Ellos llevaron ruina sobre su propia familia. ¿Quién sino Satanás pudo cegar sus ojos?
Las tragedias que plagan las familias hoy están más allá de lo creíble. Y los ejemplos que mencioné son sólo aquellos que están sucediendo en Estados Unidos. Por todo el resto del mundo, un diablo rabioso está haciendo estragos. Y no se detendrá hasta que devore cada familia a su paso.
Muchas familias de creyentes han sido sacudidas por caos, tristeza y dolor. Y la devastación demoníaca ha llegado de muchas maneras: a través del divorcio, hijos rebeldes, adicciones de todas clases. Pero el resultado siempre es el mismo: una familia que antes fue feliz es separada y devorada.
Observé esto de primera mano por más de cuarenta años, cómo adictos y alcohólicos venían por ayuda a nuestros centros y fincas para drogadictos y alcohólicos. Era un gozo ver a estos hombres y mujeres devastados, maravillosamente salvados y librados de su atadura. Jesús los cambiaba sobrenaturalmente y los hacía nuevas criaturas.
Una de las señales más seguras de una conversión genuina era cuando un joven o una mujer comenzaban a mirar atrás y ver lo que el diablo les había robado. Sollozaban mientras abrazaban una foto de su cónyuge, de su criatura, o de sus padres. Como adictos, no les había importado perder a su familia; su única preocupación fue el alcohol o las drogas. Pero ahora lloraban grandes lágrimas por lo que habían perdido. Señalaban la foto y decían: «Pastor David, esa es mi esposa. Ella me amaba y yo a ella. Y este es mi hijo. Pero ahora no sé dónde están. Mire lo que perdí…».
Era trágico, devastador. En tales momentos, te das cuenta del poder destructivo de Satanás sobre estas familias. Efectivamente, la tragedia más grande nunca fue por los cuerpos devastados de los adictos, su apariencia demacrada o su expresión vacía. Más bien, era lo que se les había robado: un cónyuge, un hijo, un futuro. Peor aún era lo que fue robado de los hijos de los adictos: una oportunidad de crecer en un hogar santo, conocer el amor de Jesús, ser amado y cuidado por padres amorosos, ser enseñados, por ejemplo, cómo vivir para el Señor.
Afortunadamente, muchos de estos antiguos adictos fueron bendecidos por Dios con sus familias restauradas. O en algunos casos, encontraron una nueva familia en sus compañeros de ministerio. Pero aún gimo con ellos por la destrucción que han visto.
La única esperanza es Jesús
Ahora, permíteme regresar al título de mi mensaje: «Cómo salvar a tu familia de la ruina y la destrucción». Esto es lo que el Espíritu Santo me ha revelado sobre este asunto:
Llega el momento cuando ciertas situaciones de la vida están más allá de cualquier esperanza humana. No hay consejo, ni doctor o medicina, o cualquier otra cosa que pueda ayudar. La situación se hace imposible. Y requiere un milagro; si no, terminará en devastación.
En tales tiempos, la única esperanza es que alguien se allegue a Jesús. Alguien tiene que poner su oído, su atención. No importa quién sea, padre, madre o hijo. Esa persona tiene que tomar la responsabilidad de echar mano de Jesús. Y él tiene que decidir: «No me voy hasta que oiga del Señor. Él tiene que decirme: ‘Está hecho; ahora sigue tu camino’».
En el Evangelio de Juan, encontramos tal crisis familiar: «…Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo» (Juan 4:46). Esta era una familia de distinción, quizás hasta de la realeza. Un espíritu de muerte pendía sobre el hogar, mientras los padres cuidaban a su hijo moribundo. Puede que haya habido otros miembros de la familia en el hogar, quizás tías y tíos, o abuelos, u otros hijos. Y nos dice que toda la casa creyó, incluyendo a los sirvientes: «…Y creyó el (el padre) con toda su casa» (4:53).
Alguien en esa familia en conflicto sabía quién era Jesús y había oído de su poder milagroso. Y de alguna manera, llegó la voz al hogar, que Cristo estaba en Canaán, como a 40 kms de distancia. Desesperado, el padre se encargó de acercarse al Señor. Las Escrituras nos dicen: «Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él…» (4:47).
A través de los años, decenas de madres en nuestra iglesia se nos han acercado llorando por su asolada familia. Quizás el esposo había abandonado la familia, o un hijo estaba en la prisión, o una hija se estaba prostituyendo para mantener su vicio a las drogas. A menudo, la madre es la última esperanza que la familia tiene para acercarse a Jesús. Así que ella toma la responsabilidad para interceder y ella ha decidido orar hasta que el Señor traiga liberación. Ella compromete a otros a orar con ella, diciendo: «Está más allá de toda esperanza. Necesitamos un milagro».
El noble, en Juan 4, tuvo esa clase de determinación y logró acercarse a Jesús. La Biblia dice que él «le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir» (4:47). ¡Qué imagen maravillosa de la intercesión! Este hombre hizo todo a un lado para buscar al Señor para que le diera una palabra.
Mas Cristo le respondió: «Si no viereis señales y prodigios, no creeréis» (4:48) ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Él le estaba diciendo al noble que una liberación milagrosa no era su necesidad más apremiante. En lugar de eso, el asunto número uno era la fe de ese hombre. Piénselo: Cristo pudo haber entrado a la casa de esa familia, puesto sus manos sobre el hijo moribundo y sanarlo. Sin embargo, todo lo que esta familia sabría de Jesús es que él obra milagros.
Cristo deseaba más para este hombre y su familia. Él quería que ellos supieran que él era Dios encarnado. Así que le dijo al noble, en esencia: «¿Crees que es a Dios a quien ruegas por esta necesidad? ¿Crees que soy el Cristo, el Salvador del mundo?». El noble contestó: «Señor, desciende antes que mi hijo muera» (4:49). En ese momento, Jesús vio fe en este hombre. Es como si Jesús dijera: «Él cree que soy Dios encarnado». Porque luego leemos: «Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive…» (4:50).
Tristemente, muchos creyentes siguen su camino antes de escuchar a Jesús. Pero este hombre se alejó en fe. ¿Cuál fue la diferencia? Él recibió una palabra del Señor. Él había rogado a Dios y esperó en él en fe. Y él no se fue hasta que recibió la promesa de vida. «Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue» (4:50).
La iglesia de Jesucristo debe estar ocupada ganando almas, y la mayoría de los cristianos son fieles haciendo esto. Oramos por las naciones perdidas, por avivamiento en nuestras ciudades y por nuestros vecinos inconversos. Doy gracias a Dios que su pueblo está haciendo este vital trabajo.
Pero, déjame preguntarte: ¿Quién esta orando fielmente por tu padre, madre, hermana, hermano, primo/a, abuelos inconversos? La oración por nuestros seres queridos debe ser de mayor importancia en nuestras vidas. Después de todo, la responsabilidad por tal oración descansa sobre aquellos que tienen el oído del Señor, que están lo suficientemente cerca de él para hacer tales pedidos. Ahora, si ese no eres tú, ¿entonces quién? ¿Quién orará fervientemente por la salvación de tu familia, si tú no lo haces?
Quizás piensas: «He testificado a mi familia por años. He vivido mi testimonio ante ellos fielmente. Ellos conocen mis convicciones. Sólo tengo que entregárselos a Jesús ahora». Es cierto que necesitamos entregar a nuestros seres amados al ministerio de convicción del Espíritu Santo, pero confiar en el Espíritu no significa que abandonemos la oración urgente por nuestra familia. Si dejamos de interceder por ellos estamos diciendo, en efecto: «No hay esperanza».
Confiar en el Señor significa hacer lo opuesto. Si realmente creemos en él para su salvación y liberación, rogaremos como hizo el noble: «Por favor, Jesús, ven ahora. Actúa rápidamente, antes que mi ser amado se pierda para siempre». Sólo una oración agresiva y ferviente puede combatir los dardos destructivos de Satanás para arruinar nuestra familia. Oraciones a medias no derribarán las fortalezas. Tenemos que ser sacudidos de nuestras propias preocupaciones y ponernos en serio con la oración. Y tenemos que quedarnos cerca de Jesús hasta que llegue su palabra.
Cuando los hijos se deslizan
Cuando Cristo estaba en las costas de Tiro y Sidón, «…una mujer cananea que había salido…clamaba diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio» (Mateo 15:22). Satanás se había mudado al hogar de esta mujer y tomó posesión de su hija. La palabra para ‘gravemente’ aquí viene de la raíz que significa depravada. En resumen, la muchacha era vil, mala, manejada por Satanás.
Ahora bien, ésta no era una mala madre. Aunque ella era gentil, ella creía. Después de todo, se dirigió a Jesús como «Señor, Hijo de David». En efecto, ella esta diciendo: «Tú eres el Salvador, el Mesías de Dios». En este momento, viene la pregunta: ¿Cómo puede Satanás tener acceso a la hija de un creyente? ¿Cómo puede el tomar posesión de niños que viven en un hogar santo?
Quizás tú eres un padre cristiano. Has criado a tu hijo en la iglesia y has hecho lo mejor para mostrarle el buen camino. Pero ahora, después de años asistiendo a la escuela dominical y escuchando sermones ungidos en la iglesia, se ha puesto frío e indiferente a las cosas de Dios. Le importa un bledo servirle a Jesús. Y te preguntas: «Señor, ¿cómo pudo suceder esto?».
A través de los años, he visto que esto les ha pasado a muchos hijos de ministros. Gran cantidad de estos jóvenes han entrado a nuestros centros de drogas ‘Desafío Juvenil’ después de estar fuera de control con las adicciones. Fueron criados en hogares santos, pero de alguna manera tomaron el mal camino. Sus vidas comenzaron a ser manejadas por poderes demoníacos, y llegaron a ser adictos a drogas, alcohol, pornografía y prostitución.
Mientras lees esto, puedes estar tomando un suspiro de alivio, pensando: «Gracias a Dios, que no es mi hijo o mi hija. Tengo buenos muchachos. Tuve cuidado de criarlos en el temor y conocimiento del Señor. Ellos conocen el camino correcto. Puede que no estén ardiendo por Jesús, pero por lo menos no están usando drogas».
Tales padres tienen derecho a ser agradecidos. Sin embargo, nunca temen que su hijo esté tibio hacia Jesús. Según el Señor mismo, estar tibio es una condición tan terrible como estar oprimido por demonios. Cuando Cristo advirtió: «Te vomitaré de mi boca», él no se estaba dirigiendo a drogadictos. Él estaba hablando a creyentes tibios en su iglesia (ver Apocalipsis 2-3). Jesús sabe que un espíritu de tibieza puede adormecer a cualquier creyente en tentaciones demoníacas infernales.
Tus hijos pueden ser amables, educados, y bien comportados. Ellos pueden alejarse de la mala compañía, respetar a los mayores y ser rectos moralmente. Pero si no son sinceros en su amor por Jesús –si están vagando espiritualmente– están en peligro. Ves, cualquier niño que es criado en un hogar de creyentes ya es el primer blanco de Satanás. El diablo persigue a aquellas familias que son más fervientes en su amor por Jesús. Pero ahora la tibieza del hijo ha facilitado el trabajo del enemigo. Él se deleitará al ver cuán fácil es atrapar a tu hijo o hija en una atadura de pecado.
Hasta los cristianos más devotos –incluyendo a ministros– pueden estar cegados por la trampa que Satanás ha tendido para sus hijos espiritualmente pasivos. El enemigo está buscando constantemente cómo apagar la menor chispa de vida espiritual que hay en ellos. Te ruego, padre cristiano: no permitas que el diablo llegue a tu hijo. Ponte sobre tu rostro diariamente y rodea a tu joven con intercesión. Dios te ha dado el poder para sacudirlo de su estado de tibieza.
Un testimonio personal
Cuando mis hijos eran adolescentes, pensé que simplemente podía amarlos y así hacerlos entrar al reino de Dios. Me dije: «Estaré disponible para mis hijos. Seré un amigo para ellos. Sólo necesito estar disponible para ellos, para que puedan comunicarme sus necesidades».
Entonces un día, mi hijo mayor, Gary, llegó llorando de la escuela. Fue directamente a su habitación y se tiró sobre la cama. Cuando le pregunté qué pasaba, contestó: «Papá, no creo que haya un Dios. Es todo un mito».
Supe entonces que todo el amor del mundo no podía resolver este tipo de ataque satánico. Y simplemente comunicarme con mi hijo no iba a solucionar el problema. No pude decirme a mí mismo: «Esto es sólo una mala etapa; se le pasará. Él es un buen muchacho; y él sabe que lo amo».
No, tuve que afrontar lo que estaba sucediendo ante mí: Satanás estaba tratando de robarle a mi hijo su fe genuina y ferviente. Yo vi a Gary entregarle su vida a Jesús a los cinco años y yo sabía que su fe era preciosa. Ahora el enemigo quería esa fe. Y estaba tratando de usar duda e incredulidad para destruirla. Efectivamente, Satanás estaba apuntando al mismo nervio central de nuestra familia: nuestra confianza en Jesús.
Yo sabía que sólo tenía una opción. Fui a mi cuarto de oración; y cerré la puerta detrás de mí, me puse sobre mi rostro, y me acomodé para la batalla. Determiné: «Satanás, no vas a tener a mi hijo». Desde ese día en adelante, clamaba al Señor a nombre de Gary. Yo rogaba: «Señor, guarda a mi muchacho del maligno».
El cambio que finalmente tomó lugar en Gary no sucedió de la noche a la mañana, o dentro de una semana, ni aun meses. Él siguió luchando con la confusión; pero llegó el momento cuando la confianza de Gary en Jesús fue restaurada. Y si has leído mis mensajes por algún tiempo, sabes que Gary ha servido en el ministerio a tiempo completo desde su adolescencia. Él es un devoto amante de Jesús. Y en este último año, tengo el privilegio de predicar a su lado en reuniones de otros ministros.
Cada uno de mis otros tres hijos tuvo sus propias pruebas de fe. Pero como sucedió con Gary, el Señor ha sido fiel para darles la victoria a Debbie, Bonnie y Greg también. Como su hermano, ellos también llegaron a ser piadosos amantes de Jesús y siervos en el ministerio. Aun así, mi intercesión por mi familia nunca se ha detenido. Ahora mi esposa, Gwen y yo nos unimos en oración a nuestros hijos adultos por nuestros diez nietos.
Una mujer que persistió en pedir
La mujer con la hija enferma persistió en buscar a Jesús. Finalmente, los discípulos le rogaron al maestro: «Señor, despídela, salgamos de ella. No deja de molestarnos». Fíjate cómo responde Jesús a las plegarias de la mujer: «Pero Jesús no le respondió palabra» (Mateo 15:23). Evidentemente, Cristo ignoró toda la situación. ¿Por qué haría esto? Sabemos que nuestro Señor nunca ha hecho oído sordo al clamor de cualquier buscador sincero.
El hecho es que Jesús sabía que la historia de esta mujer le sería contada a cada generación futura. Y él quiso revelar una verdad a todo aquel que la leyera. Así que él probó la tenacidad de la fe de esta mujer. Cuando finalmente le habló, él dijo: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (15:24). Cristo estaba diciendo, en resumen: «Yo vine para salvación de los judíos. ¿Por qué debiera malgastar mi evangelio en un gentil?».
Ahora, esta declaración hubiera alejado a muchos de nosotros. Pero la mujer no se movía; la condición de su hija era un asunto de vida o muerte para ella. Y ella no le iba a dar descanso a Jesús hasta que le diera lo que ella necesitaba.
Te pregunto: ¿Cuántas veces te das por vencido en la oración? ¿Cuántas veces te has cansado y razonaste: «He buscado al Señor. He orado y pedido. ¿Y obtuve resultados?». Bueno, ¿era un asunto de vida o muerte para ti? ¿Realmente buscaste al Señor con todo tu corazón, alma, mente y fuerza, sabiendo que no había otro recurso?
Considera cómo respondió esta mujer. Ella no respondió con una queja, o un dedo acusador, diciendo: «¿Por qué me lo niegas, Jesús?» No, la Escritura dice lo contrario: «Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!» (15:25).
Lo que sigue es difícil de leer. Una vez más, Jesús rechaza a la mujer. Sólo que esta vez su respuesta es aun más severa. Él le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos» (15:26).
Es importante para nosotros entender que los creyentes judíos de ese tiempo consideraban a los gentiles menos que los perros a los ojos de Dios. Por supuesto, Jesús no aceptaba esto; él no lanzaría una difamación racial a ninguna criatura del Padre Creador. Pero él sabía que esa mujer estaba enterada de la actitud de los judíos hacia los gentiles. Y, una vez más, él la estaba probando.
Ahora la madre le contesta: «Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de la migajas que caen de las mesas de sus amos» (15:27). ¡Qué increíble respuesta! Esta mujer decidida no iba a ceder en su persecución de Jesús; y el Señor la elogia por eso. Jesús le dijo a la mujer: «Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieras. Y su hija fue sanada desde aquella hora» (15:28).
Amados, no debemos conformarnos con migajas. Nos han prometido toda la gracia y misericordia que necesitamos para nuestras crisis. Y eso incluye cada crisis que concierne a nuestras familias, salvas o no. Somos invitados para entrar audazmente al trono de Cristo, con confianza. Y debemos presentarle cada necesidad, sea un padre incrédulo o un hijo rebelde. Puede ser que no veamos a cada ser amado ponerse bien con el Señor o cambiar su vida; pero podemos erigir grandes murallas a su alrededor, para detener su carrera al infierno. Podemos pedir convicción sobre ellos y levantar muros de protección alrededor de ellos. También podemos orar por personas en sus vidas que les testifiquen.
Pero, hay una cosa que puedo asegurarte: estas cosas no sucederán si simplemente los entregamos a su suerte. Puede que tratemos de convencernos: «Sólo tengo que tomar el asunto en fe, ahora». Pero eso es una falsa coartada. Todo lo que hace es librarnos de derramar nuestro sudor espiritual y lucha en intercesión por las almas de nuestros seres queridos.
Te insto, haz ésta tu oración: «Señor, si uno de los míos se pierde, no será porque no ore. No será porque tome por sentado la obra del Espíritu en sus vidas. Y no será porque no llore sobre ellos. Pase lo que pase, voy a luchar en intercesión por ellos, hasta que uno de nosotros regrese a casa a estar contigo».
© 2004 World Challenge, Lindale, Texas, USA.