La responsabilidad del marido hacia Cristo y hacia su esposa.
«¿Dónde estás tú?». Esta fue la primera pregunta que hizo Dios al hombre después de la caída. Hasta ese momento todo iba bien, pues la creación se ajustaba armoniosamente a lo ideado por Dios. El hombre y su mujer gozaban de un ambiente grato y tranquilo, especialmente preparado para que el hombre comiera del árbol de la Vida. Pero la tragedia ocurrió. Sin saber cómo, la mujer se vio involucrada en una engañosa conversación con la serpiente, la cual, con su astucia, logró introducir en la mente de la mujer la simiente de la duda, la codicia, la independencia y la incredulidad. Así comieron del árbol del cual se les había mandado abstenerse. En ese momento entró el pecado, y todo, absolutamente todo, fue trastocado. Todo cuanto existía comenzó a recibir un vuelco en su orden; el eslabón principal había sido alterado y todo comenzó a cambiar. ¡Qué pena, qué escena más triste! Con un solo bocado, toda la creación fue sujeta a la más extrema esclavitud (Ro. 8:20,21).
En medio de la confusión, dice la Escritura: “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estas tú?” (Gn. 3:9) ¿Acaso Dios no es omnisciente? ¿No sabía Dios dónde estaba escondido el hombre?… Por cierto que sí. Dios apelaba a la calidad de varón depositada en Adán. ¿Qué quiere decir esto? Que en ese momento Adán no estaba escondido entre los árboles del huerto, sino bajo el gobierno de su mujer. Puesto que posteriormente le dice: “Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del árbol que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa…” (Gn. 3:17). Adán no estaba siendo un verdadero varón.
La doble responsabilidad del varón
En el orden de Dios, el varón ocupa una ubicación de vital importancia. Cuando leemos detenidamente en las Escrituras que “Cristo es cabeza de todo varón y el varón cabeza de la mujer” (1Cor.11:3), nos damos cuenta de que la misma persona que tiene por cabeza a Cristo, es a la vez cabeza de la mujer. Por lo tanto, la trascendencia que esta ubicación tiene, es esencial. Es decir, se ubica entre Cristo y su esposa. No como una función mediadora, puesto que hay un solo mediador entre Dios y los hombres (1Tim.2:5), sino como autoridad.
Así, el varón tiene una doble responsabilidad: primero, hacia su cabeza –Cristo–, y segundo, hacia su mujer, de quien es cabeza. ¡Qué maravilla, qué privilegio! Tener por cabeza a nuestro precioso Señor y ser cabeza de quien más se ama en la tierra.
En relación a la primera responsabilidad, se requiere de una profunda dedicación a inquirir, conocer y obedecer a Cristo, el Señor. En la segunda situación, se requiere un esfuerzo por representar fielmente el deseo de quien es su cabeza. La relación con Cristo es eminentemente espiritual. A Cristo sólo se le ve con los ojos de la fe. Por lo tanto, la condición básica es desarrollar una sensibilidad espiritual para oír al Señor. La relación con la esposa es eminentemente concreta, por lo que se requiere de una capacidad para traducir lo trascendente de la vida de Cristo en elementos palpables y prácticos.
Responsable de lo que acontece en el matrimonio
Ahora, volviendo a la escena del Génesis y a la pregunta de Dios, la carga afectiva que ella conlleva es el anticipo a una desagradable sorpresa. Dios, paseándose en el huerto al aire del día, sabe que algo extraño ha acontecido, mira a su alrededor buscando al hombre y no le halla, pues el Hombre (varón ) y su mujer se habían escondido de la presencia de Jehová (Gn.3.8). Y el relato, al anteponer la figura masculina en este acto de esconderse, nos revela que Adán ya ha perdido parte de su dignidad varonil. Dios llama, y Adán se esconde. Luego responsabiliza a su mujer por lo acontecido. ¡Qué vergonzoso, esconderse culpando a su mujer!
Lo que aconteció en la primera pareja es algo muy habitual, pues tanto el hombre como la mujer tienden a justificar sus actos culpándose mutuamente. Sin embargo, al ser un vínculo matrimonial, éste se ajusta a un tipo de relación circular, donde cada uno es participante de lo que le acontece al otro. Es decir, uno potencia la conducta del otro, y viceversa.
Pero aquí Dios llama al varón, dejando clara evidencia de que el responsable de lo que acontece en el matrimonio es éste, por cuanto es cabeza de su mujer. De nuevo, aquí nos enfrentamos a un tema importante.
Quisiera ilustrarlo con el caso de un matrimonio donde el enseño-reamiento del esposo facilitó que la esposa encontrara comprensión y afecto en otra persona, con quien incurrió en infidelidad. En consecuencia, el matrimonio se quebró y salieron a luz decenas de detalles verdaderamente escandalosos donde las culpabilidades iban y venían. Si se atendía a la mujer –quien evidentemente había pecado–mientras explicaba sus motivos y contaba los pormenores de la relación, quedaba en el ambiente el deseo de justificarla y perdonarla por el mal trato recibido. Sin embargo, ella había pecado voluntariamente. Y, si se escuchaba al marido –quien era obviamente culpable de haber quebrado la relación– se sentía que el pecado de la mujer debía ser condenado públicamente. En este caso, era obvio que ella había pecado y que era responsable ante Dios por su pecado. Pero el marido era tanto o más responsable por causa del abandono afectivo de su mujer. En resumen, él era responsable de su mujer.
En este sentido, la responsabilidad del varón no puede ser eludida. No podemos justificarnos en nuestro esfuerzos y en nuestros razonamientos ¡Somos responsables por nuestras mujeres! El varón es cabeza de la mujer, y es quien responde por su esposa.
La esencia del varón
Cristo es cabeza del varón, y como tal, seguir a Cristo es el camino del varón. Amar a Cristo, obedecer a Cristo, es la esencia del varón. El varón fue creado para Cristo, Él es nuestra cabeza y es nuestra primera dedicación. El Señor dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y a madre, y mujer… no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). La apelación incluye a nuestras esposas. ¿Acaso Dios quiere separarnos de nuestras esposas? No, puesto que el mandamiento para los maridos es: “Amad a vuestras mujeres…” (Ef. 5:25). El punto importante a destacar es: “… como Cristo amó a la iglesia”. De manera que no es cualquier amor, ni de cualquier manera, sino como el de Cristo. Él anduvo en amor y se entregó a sí mismo “por nosotros”, ofrenda y sacrificio “a Dios” en olor fragante. (Ef. 5:2.) ¡Qué impresionante! Se entregó por nosotros a Dios. Cristo, nuestra cabeza, por causa de Dios y teniendo como principal lealtad y amor a su Padre, se entregó y nos amó hasta el fin. Así los maridos, varones de Dios, deben amar también a sus mujeres. Amar a Cristo y a su mujer dignifica al varón, pero amar sólo a su mujer lo deshonra.
Tal parece que Adán amó a su mujer, pero no amó a Cristo. ¿Qué hizo que Adán desobedeciera el mandato de Dios y obedeciera a su mujer? Algunos entendidos postulan que Adán estaba junto a Eva cuando fue engañada, según se puede traducir el versículo de Génesis 3:6. Las Escrituras no nos dicen que Adán fue engañado. Podemos entonces inferir que el suyo fue un acto consciente, es decir, libre del oscurecimiento del engaño como atenuante. Lo que lo hace aún más responsable.
Amar no es consentir
Generalmente, lo que oscurece la conciencia son los sentimientos. Así, lo que hizo a Adán participar del mismo pecado que su mujer fueron sus sentimientos. Esa incapacidad de querer ofenderla, de no provocar una instancia de tensión evitando el conflicto, fue lo que malamente primó en Adán. Él no fue un varón en esto. Así no se ama a la mujer. Él debió haber estorbado el acto de su mujer, como cabeza responsable no sólo de transmitir la palabra de Dios, sino también de –con gracia– acompañar el cumplimiento de ésta.
Hoy muchos varones –buenos y santos varones– no se atreven a confrontar a sus esposas por temor, por “amor” e, incluso, por no estorbar la intimidad sexual del matrimonio. Esto deshonra a nuestra Cabeza, expone a nuestras mujeres al pecado y a la futura vergüenza. Amar no es consentir.
Al hacer un pequeño diagnóstico en las iglesias, podemos llegar a la conclusión de que el problema no son las mujeres insurrectas, calumniadoras, rencillosas, sino la gran deficiencia de verdaderos varones, que amen profundamente a Cristo y amen profundamente a sus mujeres.
Ahora bien, ¿qué hizo que Eva pecara? Al contrario de Adán, fueron sus razonamientos. Pablo dice. “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos 1 (Gr. Pensamientos) sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Cor. 11:3). Eva vio que era “árbol codiciable para alcanzar sabiduría” (Gn. 3:6). Esta idea, desligada de su esposo, divorciada e independizada, hizo que en definitiva su mente se deslizara hacia un abismo fatal. Por esta causa, a nuestras mujeres se les manda sujetarse, armonizar 2 en todo con sus maridos, de la misma manera como el varón lo debe hacer con su Señor. Así, siendo ambos uno en Cristo, se cumple el propósito de Dios para el matrimonio.
“¿Dónde estás tú?”. Esta es la pregunta. Así Dios llamó al varón en el Génesis y lo sigue llamando hasta ahora.
¿Dónde estas tú?
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1 Pensamientos, del griego, “noemata”.
2 En el griego, la palabra “sujetarse” de Ef. 5:22, referida a las mujeres, es “hipotaso”, e implica la idea de “actuar en armonía con” o “armonizar con” su esposo.