Después de la multiplicación de los panes, el Señor les dice a sus discípulos: «Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos» (Mt. 16:6). Los discípulos pensaron que él les decía eso porque no habían traído pan; sin embargo el Señor les aclara que no se refería a eso, sino, como ellos mismos lo entendieron después, a la doctrina de los fariseos y de los saduceos (v. 12).
Ahora bien, en Mateo no se nos dice cuál sea el punto central de la doctrina de los fariseos y saduceos, pero en Lucas 12:1, el Señor dice a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía». ¡De manera que la hipocresía es aquello de lo cual el Señor quiere librar a sus discípulos!
Ahora bien, el hecho de que la hipocresía sea representada aquí con la levadura, es algo que debiéramos considerar. La levadura fermenta la masa, le hace tomar un volumen que no es real, con el fin de que pueda cocerse mejor. El espíritu farisaico, es decir, la hipocresía, era como una levadura porque mostraba una apariencia mayor que la realidad. La bondad de ellos era externa, pública, sin contenido.
Ellos conocían muy bien el arte de la simulación, sabían cómo causar una impresión de piedad, sin poseer esa piedad. Conocían muy bien la diferencia entre lo privado y lo público, y cómo centrarse exclusivamente en lo público. Exigían una conducta intachable de los demás, pero ellos mismos no la tenían. Hacían todas sus obras para ser vistos de los hombres, y amaban el reconocimiento público. Ellos hacían largas oraciones en público; y hermoseaban sus cuerpos por fuera, pero sus corazones estaban llenos de robo y de injusticia. El Señor les comparó con sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia por dentro.
En los tiempos que vivimos, se concede gran importancia al ‘marketing’, a la imagen. Lo que ven los ojos es esencial en las relaciones sociales, y también en los ambientes religiosos. Pero es esa actitud la que favorece la hipocresía. Allí encuentra campo abierto donde correr a sus anchas. No importa tanto lo que las cosas son, sino lo que parecen. No tanto la realidad, como la apariencia.
Sin embargo, la hipocresía tiene sus días contados; no reinará para siempre en el mundo. El Señor añadió, a sus palabras de advertencia: «Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas» (Lc. 12:2-3).
Llegará un día en que toda apariencia será desnudada; toda hipocresía será develada. Entonces, en la balanza del Señor, las cosas pesarán lo que realmente pesan. La hipocresía es como un banco en quiebra, donde no conviene depositar nuestros bienes. Seamos reales, honestos, verdaderos. Aunque eso nos avergüence y nos duela hoy, será lo que nos librará mañana.
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