Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos … Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos … Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a angustiarse en gran manera».
– Mateo 17:1-2, 9; 26:36-37.
El Señor Jesucristo es, simultáneamente, Dios y hombre. Como hombre, su vida fue perfecta a los ojos del Padre. No mucho tiempo antes de su crucifixión, agradó a Dios que tres discípulos vieran al Señor en su gloria, gloria como del unigénito del Padre. Seguramente esa visión impactó para siempre la vida de aquellos tres discípulos. Es natural que todos los que le aman también deseen recibir una visión como aquélla.
Sin embargo, no olvidemos que el seguidor de Cristo no debe permanecer en el monte alto. Muy cerca se encuentra el valle y, más allá aún (…) está la oscura sombra de los olivos en el Getsemaní. Para todo aquello, la transfiguración es una preparación; es un proceso divino de entrenamiento y es lleno de gracia. El valle y Getsemaní están más allá del monte santo. Dios nunca nos lleva a ellos, sino por el camino del monte. El monte siempre se encuentra (…) antes de las tinieblas más oscuras de la prueba más severa.
También es verdad que la revelación es concedida de acuerdo con la capacidad. Hay personas a las cuales Dios no puede revelar algunos de sus métodos de gobierno. Pedro, Jacobo y Juan fueron llevados al monte, pero otros ocho no vieron la gloria de la transfiguración. No pida la visión del monte. Él llevará allí a quienes él desea llevar. La luz de la transfiguración produce nueva responsabilidad. Los hombres que vieron esa luz también fueron llevados a contemplar la agonía del Getsemaní. No pidamos visiones.
Después de pasadas la transfiguración, y el huerto, y la cruz, y la resurrección y la ascensión, el Maestro no concederá sus recompensas de acuerdo con el número de visiones, sino de acuerdo con la fidelidad a las oportunidades que él crea. ¿No hay visión? Entonces que no falte fidelidad, y puede ser que esa sea la vida más heroica. Al hombre a quien Dios concede una visión debería parecerle fácil ser heroico después de recibirla. Para la mayoría de los apóstoles y discípulos no hay visión. Ellos, con paciencia, le siguen «hasta que apunte el día y huyan las sombras» (Cant. 2:17). No pidas ninguna visión, oh alma mía, para que no ocurra que con ella llegue también la prueba que Dios no había planeado para ti. Recibe lo que él concede y sigue en sus huellas. (G. Campbell Morgan).
204