Siguiendo el orden del libro de Éxodo, en el capítulo 27, hallamos el altar de bronce. Es lo primero que el adorador se encontraba a la entrada del tabernáculo. Se le conocía también como el altar de los sacrificios o del holocausto. Allí eran recibidas e inmoladas las víctimas.
El altar a la entrada del tabernáculo nos habla de la cruz de Cristo, por la cual tenemos acceso a Dios. Ninguna otra dependencia del tabernáculo estaba disponible para el adorador si no había quedado solucionado el problema de los pecados, a la entrada, en el altar. Para nosotros, la vida cristiana está llena de bendiciones y experiencias maravillosas, pero ninguna de ellas sería posible si no hemos pasado por la cruz de nuestro Señor Jesucristo, para recibir el perdón, la limpieza, de todos nuestros pecados.
No solo en el tabernáculo el altar es el comienzo; también lo fue en la vida de Abel, de Noé, de Abraham, y de cada siervo de Dios, sea en el Nuevo como en el Antiguo Testamento. El altar nos recuerda nuestra condición de pecadores, y de que para acercarnos a Dios, los pecados tienen que ser quitados de en medio. El juicio de Dios sobre el pecado debe ser ejecutado; solo que –en la gracia de Dios– la víctima no es el pecador, sino un sustituto, un animal inocente.
Este altar, de madera de acacia y recubierto de bronce, también nos habla del Señor Jesús. La madera nos muestra su humanidad, y el bronce su condición de Cordero de Dios puesto bajo el juicio de Dios, bajo la ira de Dios, por causa de nosotros. Cuando Juan le ve en Apocalipsis 1 dice que sus pies eran semejantes al bronce bruñido (1:15), lo cual indica que había pasado por el juicio de Dios.
El altar era perfectamente cuadrado; tenía cinco codos de longitud y cinco de anchura; es la perfección de la salvación de Dios. El 5 es el número de la gracia, de la redención. Su altura era de 3 codos, que es el número de Dios; es decir, el altar debía satisfacer la justicia de Dios. El altar tenía también cuernos en sus cuatro esquinas. Cuando un pecador estaba en gran aflicción, y necesitaba misericordia, se aferraba a los cuernos del altar para reclamar perdón. Así, el altar satisfacía la justicia de Dios y también la necesidad de misericordia por parte del hombre.
El altar tenía varios utensilios, todos de bronce, necesarios para que los levitas y los sacerdotes cumpliesen su labor. Eran de bronce porque todos participaban de la labor del juicio sobre el pecado. Con los calderos se recogía la ceniza – la ceniza, que es el estado último de la materia, nos indica que todo lo asociado con el pecado debe desaparecer. Los tazones eran usados para recibir la sangre, parte de la cual se derramaba debajo del altar, y parte se introducía en el Lugar Santísimo. Los garfios se usaban para acomodar el animal sobre el altar, y los braseros para mantener el fuego debajo del altar.
Todo esto habla de juicio sobre el pecado, y misericordia para el pecador. El altar tiene, para nosotros, forma de cruz, y ella tiene todos los recursos espirituales necesarios para que todo hombre, no importa cuán pecaminosa sea su condición, quede perfectamente en paz con Dios.
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