El tercer elemento que se describe del tabernáculo es el candelero. Los detalles de su construcción, y su simbología, son muy ricos, y exceden la posibilidad de explicarlos aquí. Sin embargo, he aquí los más relevantes.

Lo primero es que es de oro macizo, de una sola pieza, labrado a martillo. Su peso es de un talento, es decir, unos 34 kilos. Hay en él una unidad indivisible, que es la unidad de la iglesia local. En la visión inicial de Apocalipsis, el Señor Jesús está en medio de los siete candeleros de oro, los cuales son las siete iglesias. A diferencia del tabernáculo, que representa la iglesia universal, el candelero tipifica la iglesia local.

Es de oro, porque Dios está en ella – más aun, ella participa de la naturaleza divina. Es de una pieza, porque la iglesia es una en cada localidad – por lo menos así la ve Dios, independientemente de cómo la vemos nosotros en su distorsión. Está ubicado fuera del velo que separa el Lugar Santísimo, pues aunque la iglesia es para Dios, su testimonio es para los hombres.

El candelero tiene seis brazos y una caña central, y en ellos hay siete lamparillas que alumbran el Lugar Santo. La iglesia tiene luz, una luz que no es propia, sino la luz de Cristo por el Espíritu – que es el aceite. Ella irradia esa luz para iluminar el ambiente circundante (Mat. 5:14-16).

En los brazos hay también flores de almendro, con sus copas (corolas), que representan la vida de resurrección (Núm. 17:8). Solo aquello que proviene de la resurrección tiene lugar en la iglesia – la resurrección que es precedida por la cruz de Cristo. La iglesia no es una institución, no es tampoco una agrupación de «gente buena»; es la expresión de lo divino en la tierra, es Cristo en otra forma. Tanto la muerte como la resurrección de Cristo constituyen la experiencia normal de todos los miembros de ella.

El candelero tiene también manzanas en sus brazos. El manzano en la Escritura representa a Cristo (Cant. 2:3-5), y las nueve manzanas del candelero (una en cada brazo y tres en la caña central) son las nueve expresiones del fruto del Espíritu en Gálatas 5:22-23: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estas manzanas son las que mantienen unidos los brazos del candelero, así como el dulce carácter de Cristo es lo que aglutina la iglesia.

Un accesorio importante del candelero eran sus despabiladeras y sus platillos, también de oro. Con ella operaban los sacerdotes para mantener limpias las lamparillas y viva la luz del candelero. Así hace Dios con nosotros, cortando lo que no sirve –el pabilo que echa humo–, y añadiendo aceite para que la luz no se apague. Quitando y agregando, el Señor mantiene encendida nuestra luz. Y lo que no sirve queda en el platillo, no se arroja, pues Dios tiene cuidado incluso de aquello que excede, para no descubrir nuestra desnudez.

Finalmente, diremos que en el templo de Salomón no había un solo candelero, sino diez, pues es la voluntad de Dios que la singular iglesia del principio se multiplique por toda la tierra: diez es el número de la generalidad, de la universalidad. ¡Que Dios tenga efectivamente su testimonio en cada localidad de la tierra!

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