Cuando el Señor Jesús empezó su ministerio, llamó a sus doce apóstoles. Después, muchos discípulos lo siguieron. Andando con Jesús, ellos empezaron a oír sobre el reino de los cielos y se sintieron superiores, sabiendo que ellos eran los que seguían al Mesías. Habían aprendido desde niños que el Mesías vendría a reinar y a librarlos de las manos de sus opresores.
Todos ellos tenían una expectativa del reino y, siendo sus apóstoles, seguramente tendrían un lugar destacado. Tanto es así que cierta vez los hijos de Zebedeo, le pidieron al Señor que les diese un lugar relevante en su reino, esto es, sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda (Mar. 10:35, 37).
Otra vez suscitaron una discusión para saber quién de entre ellos era el mayor, y Jesús les dijo: «Porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande» (Luc. 9:48). Todos ellos estaban llenos de soberbia, al punto que Juan y Jacobo quisieron consumir a fuego una aldea de samaritanos, porque éstos rechazaron el paso de Jesús cuando él subía a Jerusalén (Luc. 9:51-56).
Fueron enviados a predicar, a curar los enfermos y recibieron poder para abatir toda fuerza del enemigo (Luc. 10:19). Así se encontraban ellos, pero Jesús tenía un propósito para sus siervos después de Su resurrección, y para la edificación de Su iglesia, por la cual él iría a la muerte. Entonces empezó a darles un camino de quebrantamiento.
Primero, muchos de sus seguidores lo abandonaron después de su duro discurso; solo los doce permanecieron antes de su muerte (Juan 6:60-71), y desde entonces, él también daba testimonio de la traición de Judas. En seguida, Pedro lo negó y después todos lo abandonaron.
Cuando Jesús resucitó, reunió nuevamente a los suyos, y por un período de cuarenta días se apareció a muchos, y les habló acerca del reino (1 Cor. 15:6, Hech. 1:3). De éstos, solo ciento veinte estaban en el aposento alto perseverando unánimes en oración esperando el Pentecostés (Hech. 1:14). Mirando este relato, ¿cómo se encontraban ahora estas personas? ¿Pensaban todavía quién era entre ellos el mayor? Seguramente que no.
¿Cómo estaba Pedro en este nuevo llamamiento del Señor para él? Quebrantado. «Id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea» (Mar. 16:7). ¿Y todos los otros a quienes el Señor reprochó su incredulidad? ¿Y su madre y sus hermanos? Todos con certeza, también quebrantados.
Del mismo modo en que todos hubieron de ser quebrantados, conociendo sus propias debilidades, incredulidad e infidelidad para entrar en el ministerio del Señor Jesús (Hech. 1:17), nosotros también necesitamos serlo. Si el Señor pone a cualquiera de nosotros en Su ministerio sin quebrantamiento, con toda certeza nos exaltaremos a nosotros mismos, y anhelaremos la primacía. Si todavía no fuimos quebrantados por el Señor, y aún no conocemos nuestra real situación, no estamos aptos y no tenemos parte aún en Su ministerio.
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