Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras».
– Salmos 103:7.
En la historia del pueblo de Dios encontramos dos clases de personas: las que solo conocen Sus hechos y las que, además de eso, conocen Sus caminos. Los hechos de Dios tienen como objetivo llevarnos a conocer su poder y soberanía, pero sus caminos son medios para revelar sus secretos y conducirnos a su propósito más alto. Conocer apenas sus hechos significa quedar en la periferia de su llamamiento, sin conocer el propósito para el cual fuimos llamados.
El peligro está en querer egoístamente disfrutar de su poder, de sus bendiciones, no buscando conocer sus caminos y cooperar con su propósito. La indignación de Dios se derramó sobre aquellos que «siempre andan vagando en su corazón … y no han conocido mis caminos» (Heb. 3:10). En el desierto cayeron millares de aquellos que insistieron en andar en sus propios caminos, en vez de someterse a la dirección de Dios con miras a la edificación de su testimonio; y todo eso sirvió de ejemplo para nosotros, que estamos llegando al final de los tiempos (1 Cor. 10).
Uno de los mayores ejemplos de desvío de los caminos del Señor es manifestado a través de aquellas conclusivas palabras de Jesús: «Y cuando (Jesús) llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos» (Luc. 19:41-42). A pesar de haber Dios trabajado con su pueblo por cerca de 1600 años, preparándolo para la venida del Mesías, ellos no comprendieron ni Su propósito ni Su manera de actuar. Dios operó entre ellos muchas señales que eran como «bengalas» para ayudarles a andar en Sus caminos; sin embargo, se apegaron a los milagros y no al Señor. Conocieron Sus obras, pero no Sus caminos.
No hay cómo dejar de percibir en el desahogo de Jesús las lágrimas que se escurrían de su corazón lacerado por los golpes de desprecio de su pueblo: «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas…» (Mat. 23:37).
Muchas veces, los milagros no representan la aprobación de Dios, pero sí la última instancia de advertencia, operando en el mundo físico, para llamar la atención a los ciegos hacia las realidades del mundo espiritual.
Las bendiciones de Dios, su protección, la prosperidad material, la multiplicación de los miembros y el éxito religioso casi siempre fueron usados como herramientas en las manos del diablo para manufacturar el velo que separa al pueblo de Dios de la persona de Dios y de Su propósito. El éxito ministerial ciega el entendimiento, cuando la brújula que apunta al camino correcto no es más la primacía del Hijo de Dios y, sí nuestra propia entronización y éxito. Tras los bastidores del engaño, los aplausos de los hombres ciegos son los mensajes de Satanás al ego de los líderes que buscan reconocimiento y gloria humanos.
Jerusalén no reconoció el tiempo de la visitación de Dios. ¿Estamos en condiciones de discernir en qué tiempo estamos viviendo y de qué forma Dios está trabajando? ¿Habrá algún mensajero de la cruz que nos confronte, pregonando el juicio que viene pronto, e invitándonos a volvernos a los caminos de Dios?
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