Tres veces en las Escrituras se registra la expresión «desde temprano y sin cesar», dicha por Dios a través del profeta Jeremías (26:5; 35:14; 44:4). El contexto de ellas tiene que ver con las palabras de advertencia que una y otra vez Dios había enviado a su pueblo, para se apartaran de su mal camino y se volvieran a él.

Dios había enviado «desde temprano y sin cesar» su palabra a través de sus profetas, pero Israel no había atendido a ellas. Ahora, a través de Jeremías, ya no hay mucho que decir, porque ya la suerte está echada. Ahora viene el tiempo de recibir el justo castigo por la desobediencia.

«Desde temprano». Esto significa que Dios no demoró su palabra, sino que la envió oportunamente, antes que el corazón del pueblo se hubiera engrosado de modo irreversible. Sin embargo, Israel no fue capaz de oír y de obedecer. «Sin cesar». Su voz se hizo oír continuamente, hasta el cansancio, y con diferentes matices. La voz de Dios tuvo la nota magnífica de un Isaías, la pincelada delicada de un Oseas, la voz ruda de un Amós, el destello fulgurante de un Ezequiel, y ahora, la endecha dramática de un Jeremías. De todas formas y tonos habló el Señor a su pueblo, pero éste no escuchó.

Los profetas de Dios siempre hacen oír su voz antes que las cosas sucedan, para que cuando ocurran, nadie tenga excusa, ni nadie tenga argumentos para acusar a Dios. «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7).

Hoy, al igual que ayer, Dios tiene sus profetas en el mundo. Los verdaderos profetas no se autoproclaman como tales ni buscan hacerse un nombre entre los hombres. Ellos solo desean una sola cosa, y es hablar lo que Dios desea decir, aunque ello les cueste la vida. Los profetas de Dios son los que han estado en el secreto de Dios, donde reciben la carga que luego comunican al mundo. Ellos no se mueven por los dictados de los hombres ni buscan complacer a las multitudes, excepto a Dios.

Los profetas de Dios han hablado «desde temprano y sin cesar», para que nadie tenga excusa en aquel día. Una generación adúltera como ésta, una generación ambiciosa de ganancias deshonestas, un pueblo de Dios contaminado con el mundo y sin fuerzas espirituales, eso es lo que Dios ve, y es lo que los profetas denuncian; un pueblo de Dios que busca el aplauso del mundo y que busca imitar sus logros como si con eso se dignificara el evangelio.

Los verdaderos profetas de Dios han venido advirtiendo «desde temprano y sin cesar» acerca de los peligros de un evangelio sin Cristo y sin cruz, diseñado solo para halagar los sentidos, un evangelio a la medida del hombre, creado para los medios de comunicación como un espectáculo.

Los profetas ven las motivaciones impuras de muchos llamados ‘ministros’ de Dios, que sólo buscan medrar con la palabra de Dios. Pero la palabra de ellos no tiene tribuna; su voz se ahoga en las gargantas santas; sus ojos destilan llanto. Son los actuales Jeremías, los que viven el tiempo de la desesperanza y el cautiverio. Los días de la noche más oscura, justo antes del amanecer.

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