Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres … Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres».
– Juan 8:31-32, 36.
Las palabras del Señor en este pasaje de Juan están dirigidas a los judíos que habían creído en él. No están dirigidas a los incrédulos. Es una palabra para los judíos creyentes, y también para los gentiles creyentes. Aquí está señalada una clave para el crecimiento, para la madurez espiritual.
No basta con creer en Cristo, sino que hay que permanecer en su palabra para ser verdaderamente sus discípulos. Creer es el primer paso, pero permanecer es una cosa sostenida en el tiempo. Al permanecer en su palabra, se conocerá la verdad (no solo se creerá en la verdad), y la verdad nos hará libres. Creer y conocer son cosas distintas. Pedro percibe esta diferencia al decir: «Nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Jn. 6:69).
La verdad hace libre al hombre, pues va dejando al descubierto las mentiras, engaños y falsedades del corazón, y va permitiendo que Cristo ocupe el lugar central en él. En el versículo 36 se dice que el que liberta es el Hijo. De manera que ‘verdad’ e ‘Hijo’ son equivalentes. Conocer la verdad es conocer al Hijo, porque Cristo es la verdad.
En este pasaje de Juan se habla de la libertad como de la libertad del pecado. De aquí se infiere que el conocimiento de la verdad trae como consecuencia la libertad del pecado. Es preciso, pues, establecer una clara distinción entre ‘creer’ y ‘conocer’. ‘Creer’ es el paso inicial, pero ‘conocer’ es un proceso que se produce por permanecer en la Palabra.
Pablo, en varios lugares de sus epístolas, ora por los hermanos para que conozcan más. Ellos ya han creído, pero necesitan conocer más. Así ocurre en Colosenses 1:9-10 y también en Filipenses 1:9-10. La palabra griega utilizada en estos dos pasajes es epignosis, que se puede traducir mejor como «conocimiento pleno». No es un simple conocimiento mental, sino un conocimiento espiritual. Este es el conocimiento que hace libre.
El profeta Oseas dice: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento» (4:6). Y más adelante dice: «Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová» (6:3). Aquí el conocimiento es el conocimiento de Dios. Si no se tiene este conocimiento no hay progreso espiritual; peor aún, no hay nada. Lo mismo que en Juan, es el conocimiento de la verdad (Cristo) lo que liberta.
Sea ayer, sea hoy, el conocimiento verdadero, el conocimiento por excelencia, es este conocimiento de Dios, por medio de su palabra. Si los hijos de Dios comprendieran esta maravillosa verdad, valorarían mucho más la palabra de Dios. Por sucesivos actos de revelación de la Palabra, las cadenas de los pecados son rotas, y el alma es libertada. Verdaderamente, si el Hijo de Dios nos liberta, somos verdaderamente libres.
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