Dios es Dios de pactos, y él cumple sus promesas y sus pactos. Y no solo los cumple, sino que exige que su pueblo también cumpla los suyos.
Quebrantar un pacto es un asunto grave para Dios. Cuando ordena a Abraham que se circuncide él y circuncide su descendencia, él advierte: «Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto» (Gén. 17:14). Más adelante, cuando entrega la ley en Sinaí, él también advierte acerca de los castigos que seguirían al rompimiento del pacto por parte de Israel. El pueblo cayó, y efectivamente Dios cumplió su palabra.
Cuando Israel entra en Canaán y toman la primera ciudad, Jericó, Acán pecó a causa del anatema. El castigo de Dios no se hizo esperar. Israel es derrotado en la batalla siguiente, en condiciones vergonzosas. El pecado de Acán no fue menor. Dios lo interpreta como una violación de su pacto. «Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé» (Jos. 7:11).
En ese mismo tiempo, Dios advierte acerca de realizar pactos con los pueblos paganos, porque eso equivaldría a invalidar su pacto. Para Dios, los pactos son algo de la mayor seriedad. La Biblia declara bienaventurados a los que guardan su pacto. Ellos tendrán sendas llenas de misericordia y verdad (Sal. 25:10). Pero Dios va aun más allá. No solo exige que su pueblo cumpla sus pactos con él, y no solo castiga la invalidación de ellos, sino que además exige que cumpla sus pactos con otros hombres.
Hay al menos dos ejemplos muy ejemplarizadores de esto. Uno es el pacto que Israel hizo con Nabucodonosor en días del rey Sedequías. Había comprometido su obediencia y lealtad; sin embargo, se rebeló contra él y procuró ayuda de Egipto (2 Cr. 36:13; Ez. 17:15). Se podría pensar erróneamente que como se trataba de un pacto hecho con un enemigo, Dios podría aceptar que Israel lo quebrantara impunemente. Pero para Dios no hay pacto que se pueda romper, ni siquiera contra Nabucodonosor. Todo el capítulo 17 de Ezequiel es un reclamo de Dios a Israel por invalidar este pacto.
Hay otro caso muy significativo. En días de Malaquías, posteriores al cautiverio babilónico, el pueblo había caído en una nueva forma de transgresión de sus pactos. Esta vez se trataba del repudio de las esposas. El Señor dice a través del profeta: «Jehová ha atestiguado contra ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto» (Mal. 2:14). Y el Señor reclama a su pueblo por la liviandad de su conducta matrimonial. Las esposas habían regado el altar con sus lágrimas, y habían sido vistas por Dios. El pacto matrimonial había sido roto.
Las palabras de nuestros pactos han de ser más firmes que si fueran firmadas con sello real. Porque somos el pueblo del Dios de pactos.
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