El relato de la viuda de Sarepta de Sidón (1 Reyes 17:8-24), ilustra muy bien cómo la iglesia, en su viudez, se relaciona con su Amado en este tiempo. Elías fue enviado por el Señor a una viuda de Sarepta, de Sidón. Era el período más duro de la sequía que azotaba el país.
Elías es aquí el Señor Jesucristo, en tanto la viuda es la iglesia. ¡Qué cuadro más solemne y conmovedor! ¡La iglesia sustentando a su Señor! ¿En qué sentido puede ella sustentarle? A la iglesia le es dado, como columna y baluarte de la verdad, sostener el testimonio del Señor.
Cuando el profeta llegó a Sarepta, encuentra a la viuda recogiendo leña. Pensaba preparar el último pan para ella y para su hijo, y luego se dejaría morir. Estaba al límite de sus fuerzas. Tan extrema era su situación que ni siquiera la sobrevivencia de su hijo lograba motivarla para seguir viviendo.
Al conocer su situación de boca de la mujer, y contra toda lógica, el profeta le pide que le prepare a él primero, y después haría para ella y su hijo. Ese «Hazme a mí primero» no es razonable para la mente natural. Tal parece que ni siquiera considera una mínima actitud de cortesía hacia la pobre mujer. Sin embargo, nosotros sabemos que esto es espiritual, y debe entenderse espiritualmente.
El Señor estaba ofreciendo las condiciones para operar un milagro que la viuda no olvidaría, que salvaría su vida y que a todos nosotros nos traería una profunda lección. Tal como el profeta a la viuda, el Señor nos pide que le demos a él todo lo que tenemos, arriesgándonos a morir si nos abandonara. La viuda debe olvidarse de ella (su amor propio) y de su hijo (sus afectos humanos) por amor al Señor. ¡Qué demanda!
Pero, junto con la demanda, Elías le hace una promesa de parte del Señor – porque las demandas del Señor siempre van acompañadas de promesas, para que la fe encuentre un firme asidero. La mujer cree y obedece. Y esta obediencia hace posible el milagro de Dios, pues: «La harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías» (17:16).
Luego, otra prueba aún mayor habría de venir sobre la mujer: su hijo, su único, muere. Pero ya Dios estaba involucrado en la suerte de la mujer, así que al primer milagro sucedió el segundo. La mujer había abierto su hogar al Señor, y había creído en su Palabra, de modo que nada era imposible para ella. El niño es devuelto a la vida. Así, cuando la iglesia da el primer lugar al Señor, entonces su sustento está asegurado. Y todo lo demás, la paz, y el cuidado de los que ama.
Pero hay un punto crucial en que se prueba el corazón de ella, y que gatilla todo lo demás. Es el momento del despojamiento de lo suyo para que Cristo tenga la preeminencia. Si ella es capaz de dar ese paso de fe, la recompensa es abundante y gloriosa. Así pues, la viuda y el profeta nos muestran la forma correcta de relacionarse la iglesia –hoy, aquí– con Cristo.
119