Si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas».

– 1 Pedro 2:20-21.

Sufrimientos… Pruebas… Tentaciones… Disciplina. El caminar de un cristiano no es fácil. Tras su conversión a Cristo, y el gozo de su salvación, se abre ante el creyente un sendero jalonado de aflicciones, pruebas, disciplinas y aun tentaciones. Y se espera de él que salga airoso en cada una de estas circunstancias.

Pareciera ser ésta una expectativa desalentadora. Sin embargo, Dios nos permite pasar a través de todas estas vicisitudes a fin de que seamos aprobados delante de él – aprobados en Cristo. Dios quiere equiparnos para vivir una vida victoriosa, no solo al final de nuestra carrera, sino aquí y ahora – cada día.

Somos salvos por la obra perfecta de nuestro Señor Jesucristo. Nuestra salvación es real, sin duda alguna. El Señor Jesús padeció por nosotros, no solo al morir en la cruz, sino que vivió una vida de negación de sí mismo y de sujeción al Padre durante toda su estadía en la tierra. Se negó siempre a la vida de su alma; por eso Dios el Padre se manifestaba claramente a través de él.

Hoy podemos vencer y ser aprobados por Dios, de la misma forma en que lo fue el Señor Jesús. Para vencer la tentación, vencer al pecado, sobrellevar las pruebas y obtener provecho de la disciplina del Señor, necesitamos participar de la muerte de Cristo.

Vivir una vida aprobada por Dios implica sufrir penalidades. Este es el significado actual de la cruz de Cristo para nosotros. Para ser aprobados, necesitamos experimentar en nosotros todo lo que es de Cristo. Primeramente –e ineludiblemente– su muerte. Tenemos que vivir toda la experiencia de Cristo para vencer al pecado, al mundo, a la muerte, al diablo, antes de llegar a la resurrección. Sin embargo, tenemos esperanza: después de la muerte, hay resurrección. ¡Gloria a Dios por ello!

«Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mat. 5:48). En el sermón del monte, el Señor anuncia las bienaventuranzas, y luego habla sobre la perfección a que debe aspirar un discípulo. Todas las características allí mencionadas apuntan al carácter de Cristo, a las virtudes de Cristo. Seguir las pisadas de Cristo, «no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones» (1 Tes. 2:4).

Por medio de las aflicciones, Dios prueba nuestros corazones. Si Cristo realmente nos habita, él vencerá en nosotros, y se manifestará en nosotros su perfección, en santa y piadosa manera de vivir.

El Señor quiere aprobarnos. No tengamos temor a la prueba, sino encomendémonos al que puede guardarnos. Podemos ser luminares, hombres y mujeres que reflejen a Cristo. Tales siervos aprobados busca Dios para su obra. El Señor nos permita tener la experiencia de Lázaro –experimentar la muerte–, para experimentar Su vida de resurrección hoy.

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