Dios actúa a espaldas del mundo. Pocas –muy pocas veces– un hecho espiritual ha tenido trascendencia en la política y el gobierno mundial. Tenemos ante nuestra vista una completa cronología histórica. Aquí están las fechas y sucesos más importantes según la historiografía humana. Pero, ¿qué hechos de la fe se consignan aquí? Pocos, muy pocos.

Abraham no se menciona, pese a que con él comienza la recuperación del testimonio de Dios sobre la tierra. José, el hombre que prefiguró mejor que nadie a Cristo, tampoco. Los grandes profetas hebreos no están. Claro, uno debiera preguntarse: ¿A quién podrían interesar las predicciones de Isaías respecto al Cristo, o los lamentos de Jeremías y Ezequiel sobre la apostasía de Israel? En esa época solo caben Grecia y sus sabios.

La vida y ministerio de nuestro Señor apenas son señalados, y su carácter parece absolutamente irrelevante. Preguntamos: ¿cuáles son los documentos históricos que realzan su figura? A fines del primer siglo, la cronología se llena de nombres de emperadores romanos que se suceden unos a otros, pero, por ejemplo, Juan en Patmos, la revelación de Apocalipsis y la muerte del último apóstol no figuran para nada.

Seguimos revisando fechas y nombres. ¿Dónde está el Hermano Lawrence, que ha enseñado a tantos acerca de cómo mantenerse en la presencia de Dios? El año de su nacimiento se publicó la primera parte de El Quijote… ¿Y Juan Bunyan, el autor de «El Peregrino», que tanto ha bendecido al pueblo de Dios? Él nació en 1628, pero ese año solo se registran dos hechos políticos de menor cuantía. ¿Y Madame Guyon? Ella nació el año 1648, pero en su lugar solo se registra el nacimiento de Wateau. El año 1700 nació el conde Von Zinzendorf, el gran precursor de las misiones, pero nada se dice de él. ¿Y el gran Juan Wesley? Su nacimiento no se señala, pero sí el de Benjamín Franklin tres años más tarde. El año 1714 nace Gluck, pero nada se dice de George Whitefield.

¿Quién tendrá mayor relevancia en el reino de los cielos, el nacimiento de Alexis de Tocqueville o el de George Müller? ¿El de Henrik Ibsen o el de Andrew Murray? ¿La muerte de Goethe, o el nacimiento de Hudson Taylor? ¿El nacimiento de José Hernández o el de Charles Spurgeon? ¿La muerte de Mariano José de Larra o el nacimiento de D.L. Moody? ¿El nacimiento de Maurice Chevalier o el de T. Austin-Sparks? ¿El nacimiento de George Orwell o el Watchman Nee?

Por supuesto –dirá usted– es absurdo buscar nombres allí donde obviamente no van a estar. El mundo tiene sus propios intereses, muy distintos de los de Dios. Pues, precisamente, de eso se trata. De ver cuán distantes van sus caminos. Pero llegará el día en que a lo grande se le llamará grande, y a lo pequeño se le llamará pequeño. Porque «lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación» (Luc. 16:15b). Cuando llegue la hora de ver cuánto pesan en la balanza del santuario de Dios los hechos de los hombres, la humanidad se llevará una gran sorpresa.

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