Pablo llegó bastante tarde al Señor, en comparación con los doce apóstoles. En su currículum había cosas bastante buenas en el plano humano, pero también cosas muy malas en el plano espiritual.
Poseía una cultura amplia, y era un ciudadano de tres mundos: el hebreo, el griego y el romano. Gamaliel le había enseñado los secretos de la Torá y del pueblo elegido; y por sí mismo se había sumergido en los autores griegos clásicos, de lo cual dan alguna cuenta sus epístolas (hay citas de Epiménides en Hechos 17:28 y Tito 1:12; de Arato en Hechos 17:28, y de Menandro en 1 Corintios 15:33). Además, se manejaba muy bien en el conocimiento de la legislación romana, a cuyos privilegios echaba mano bastante a menudo.
Sin embargo, en el plano espiritual había equivocado mucho el camino. Gran parte de sus mejores días los había invertido muy mal, pues «asolaba la iglesia … entrando casa por casa, arrastraba a hombres y mujeres, y los entregaba en la cárcel». Tal vez por eso, cuando llega a la fe, su conversión es tan radical. Su celo por el evangelio llegó a ser tanto o mayor que el que mostraba en el judaísmo. Uno percibe en él un sentido de urgencia por recuperar el tiempo perdido y por resarcir aquello que había herido.
Y se vuelve incansable en su servicio al Señor. «Desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo» pudo decir no mucho tiempo después. Pablo predica, enseña, exhorta, reprende y consuela, sin pausa.
Por eso, él podía exhibir una tan larga lista de méritos. Y así surge, inevitable, la comparación con los Doce. Y entonces Pablo, el incansable, el audaz, aparece en toda su fuerza, y dice: «He trabajado más que todos ellos…» (1 Cor. 15:10). «En nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles…» (2 Cor. 12:11). «En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces…» (2 Cor. 11:23). Estas palabras, si no vinieran de quien vienen, podrían parecer simple jactancia. Y sobre todo, considerando con quiénes se compara. ¿Cómo Pablo podía hacerlo?
Imitando esta osadía de Pablo, algunos siervos de Dios suelen sentirse autorizados para hablar de la misma manera. Ellos también exhiben sus méritos y cuentan sus desvelos. Sin embargo, no siempre acompañan su discurso de las frases que completan las ideas de Pablo: «He trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo», y «En nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy». Estas frases ponen la nota de cordura, y hacen la diferencia entre la vanagloria y la gloria a Dios. Estas frases valen más delante de Dios que todos los méritos que se puedan exhibir.
¡Oh, maravillosa gracia! ¡Cuán eficiente eres! ¡Cuán silenciosamente trabajas, y cuán hermosamente! ¡Pero, ay, tan poco recordada en nuestras listas de méritos y servicios!
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