…la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo».
– Efesios 1:22-23.
En este versículo aparece una más de las paradojas a las cuales Pablo era tan afecto. Si Cristo lo llena todo en todo, ¿cómo es que necesita de la iglesia, al extremo de decirse que ella es la plenitud de él? Si él lo llena todo, ¿cómo necesita de alguien más?
Las paradojas son aparentes contradicciones, no contradicciones reales. Y en este caso, tenemos una paradoja. Juan Calvino lo explica mejor que nosotros: «Es el más alto honor para la iglesia, que el Hijo de Dios se considere a sí mismo en cierto grado imperfecto en tanto que no esté unido a nosotros. Qué consuelo es para nosotros el saber que no será hasta que estemos ante su presencia que él tendrá todos sus elementos constitutivos, o que él desee ser considerado completo».
El punto no es que el Hijo de Dios no sea tan grande que no pueda llenarlo todo –de hecho la Escritura así lo señala: «El que descendió, es el mismo que subió por encima de todos para llenarlo todo», Ef. 4:9– sino que él no se considere a sí mismo de esa manera por amor a nosotros, a su iglesia. Nadie que conozca la Escritura sanamente podría negar su condición de Hijo de Dios, de Verbo encarnado. Esencialmente él es Dios, y como tal, él lo llena todo en todo.
Calvino continúa explicando: «Por supuesto, en lo referente a su esencia divina no es, en sentido alguno, ni dependiente ni posible de ser completado por la iglesia. Pero, como esposo, sí está incompleto sin la esposa; no se puede pensar en él como Vid sin los pámpanos; como Pastor, no le podemos imaginar sin las ovejas; y así también, como Cabeza, halla su total expresión en su cuerpo, la iglesia». Es por ella, por la iglesia, que él se hace a sí mismo como incompleto, como dependiente, para incluirla a ella, y que ella exprese la plenitud de él.
Cuando Cristo se compara a sí mismo con un Esposo, con una Vid, como un Pastor, con una Cabeza, está limitándose a sí mismo y nos hace espacio a su lado para que participemos con él de su gloria. Porque todas esas figuras están incompletas sin su complemento.
Pero el Espíritu Santo, a continuación reafirma la grandeza de Cristo al decir el apóstol: «Aquel que todo lo llena en todo». Esta última frase equilibra la sugerencia de un Cristo incompleto sin la iglesia. No es que sea incompleto, sino que por amor a la iglesia acepta mostrarse así. Es y no es.
No hay gracia mayor que ésta: que el divino Novio haya aceptado tomar esposa para sí de entre los hombres; que el divino Pastor haya buscado ovejas de este redil en el desierto; que la Vid verdadera haya recogido pámpanos de tan baja calaña; que el que es Cabeza de todas las cosas haya escogido cuerpo para sí de hombres y mujeres de la tierra.
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