Cuatro milagros hizo el Señor en día sábado: Sanó al hombre de la mano seca, a la mujer encorvada, al paralítico de Betesda y al ciego de nacimiento. Aparte de eso, él tuvo una fuerte disputa con los fariseos a causa de que los discípulos recogían espigas en sábado.
Cada vez que hizo un milagro en sábado hubo de enfrentar la ira de los judíos, que consideraban esto una transgresión de las peores. Tan grande era su molestia, que un par de veces que él sanó en sábado, pensaron en cómo darle muerte.
Sin embargo, toda la oposición recibida no alteró su ánimo, ni impidió que lo siguiera haciendo cada vez que lo creía necesario. No que haya buscado contrariar a los judíos; sino, más bien, era el ejercicio de su libertad para hacerlo cuando quisiera. El Señor no temía las consecuencias de hacer el bien.
Pero no solo eso, el Señor sanó en sábado para poner también en su justo lugar aquella observancia transformada en un frío rito; para deshacer toda aquella maraña endiosadora que habían tejido en torno a esa ordenanza, despojándole del verdadero significado espiritual que había tenido.
¿No había sido, en el principio el «sabath», la ocasión para admirar la perfección de la obra de Dios en la creación? ¿No significa el sábado que Dios invita en él al hombre a descansar de sus obras como Él descansó de las suyas? ¿No significa que el hombre es alcanzado por los hechos consumados de Dios, para entrar en Su reposo? No, nada de eso significaba ya el sábado para los judíos, antes bien, había sido reducido a una caricatura grotesca, plagada de prohibiciones absurdas.
El Señor sanó en sábado, no para molestar a los judíos, sino para quitar de su trono una observancia exterior, y poner en él al Señor del sábado, quien tiene la preeminencia sobre todas las cosas. En sábado, el Señor del sábado trajo libertad y descanso a cuatro almas agobiadas por el pecado, y por sus consecuencias. Introdujo en el deslucido mundo de los hombres, un destello de luz de su vida celestial.
Como siempre, Jesús el galileo, en su humildad, fue despreciado por los hombres, y desdeñado para seguir a cambio una sombra inútil. Ellos no pudieron verlo; solo vieron que uno de sus juguetes religiosos recibía amenaza de extinción. Dios nos libre del legalismo presente, y de nuestra propensión a sabatizarnos, para nunca confundir la mera sombra con la Realidad.
048