Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico; con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.
Lecturas: Éxodo 13:17-18; 15:22-27.
El camino de la prueba
Tenemos aquí un cuadro del camino por el cual Dios guió a su antiguo pueblo inmediatamente después de su rescate. Naturalmente, es simbólico del camino de nuestro propio peregrinaje, así como su redención lo es de nuestra redención de la esclavitud del pecado y la miseria.
El Señor les guió no por el camino de los filisteos, que estaba más cerca, sino por el camino del desierto del Mar Rojo. Cuando Dios nos llama a él, no siempre nos guía por el camino más expedito.
Este es el tipo de las pruebas de la vida cristiana. Se nos da la razón: «Para que el pueblo no se arrepintiese cuando era perseguido y se volviera a Egipto». Dios no podía confiar en su pueblo y dejarles el camino fácil, sino que los llevó por un camino más largo, con el fin de disciplinarlos.
Muchas cosas en relación con aquel camino se aplican a nosotros. Lo primero es el que los tuviera apartados para sí, a fin de prepararlos para el futuro. Dios tiene que tomar a todos sus hijos aparte, para enseñarlos. Nuestro amado Señor tuvo que estar solo en el desierto durante cuarenta días, antes de iniciar su ministerio. No nos extrañemos, pues, si nosotros compartimos su vida.
Moisés permaneció cuarenta años en un lugar remoto antes que Dios pudiera usarlo. Y Pablo estuvo tres años en Arabia, separado de Dios, y luego salió de allí para hacer la obra de su Señor.
Cuando los jardineros preparan un terreno para sus flores, primero se procuran tierra fértil, y luego pueden plantar en ella lo que desean.
Así también, cuando Dios quiere obtener una cosecha espiritual, dice: «Voy a llevármelos al desierto, y les diré palabras de consuelo. Y les daré viñas» (Jer. 31:5), esto es, el suelo que viene de la experiencia del desierto.
Amado, si tú tuvieras un camino fácil, te volverías cobarde y echarías a correr cada vez que vieras un filisteo. Aquellos que no han sido probados y disciplinados son así, débiles y cobardes. Y aquel a quien Dios quiere fortalecer para resistir el viaje a Canaán, tiene que ser capacitado por medio de la disciplina y el ejercicio, llevado por el camino difícil, entrenado como soldado para luchar las batallas de la vida, pasando ahora por las mismas cosas que vendrán después.
Otra razón por la cual los llevó al desierto fue para mostrarles su escaso valor. En Deuteronomio 8 lo dice claramente: «Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos».
Si ellos hubieran ido por una vía corta, habrían ido con la idea de que eran un pueblo de héroes triunfantes; pero cuando Dios los llevó por este otro camino, pronto se conocieron a sí mismos. Lo habrían descubierto más tarde, al llegar a Canaán, y habrían sido derrotados por ello. Pero Dios se los mostró por el camino de la prueba, antes que tomaran posesión de su heredad.
Dios nos lleva por el desierto para mostrarnos lo que somos.
Hay personas que pueden resistir bien una marcha larga, pero cuando tienen que afrontar pequeñas dificultades, se desaniman y fracasan. Pueden resistir un dolor severo, o llevar a cabo un servicio loable en alguna empresa; pueden seguir la marcha durante un tiempo, si todo va bien. Pero si vienen contratiempos y las cosas se vuelven agrias, desconfían, son desagradecidos. Si pudieran regresarían a Egipto y, como no pueden, culpan a Moisés que les había sacado de Egipto, rechazando así a Dios mismo.
Es maravilloso ver que Dios no trata de mostrarte lo mucho que eres ahora, sino lo poco bueno que hay en ti.
El descubrimiento más extraordinario en mi vida cristiana lo hice cuando al fin comprendí que lo que el Señor quería de mí era que tuviera una gran cantidad de fracasos y quedara totalmente deshecho y me rindiera, y entonces él pudiera hacer su obra en mí. Entonces dejé de intentar hacer las cosas por mi cuenta. Había estado buscándole para que me ayudara de vez en cuando, pero él quería que yo dependiera de él en todo momento y en todo.
Dios te conduce por el desierto para ponerte a prueba y ver si guardarás o no sus mandamientos.
Otro propósito divino es mostrarnos cuán poco puede proporcionar el mundo para nuestra alma inmortal, y cómo Dios puede ser el proveedor de tu alma. Él los llevó al desierto en que no había nada con qué sostener a tres millones de personas para un solo día; y durante todos aquellos años los sostuvo en las arenas de Arabia, poniéndoles mesa cada día y haciendo que manara agua de las rocas, contestando con bendición sus quejas y murmuraciones.
Ellos no tomaron el sustento del desierto; allí no había agua ni pan. Los escépticos modernos tratan de explicar cómo ocurrió aquello. Sin embargo, hay pocas plantas, no hay grano suficiente bajo los tamarindos, y es ridículo tratar de entender la Biblia de esta manera. La provisión ilimitada y permanente tenía que venir de la mano de Dios. Esto tenía por objeto mostrar que Dios puede suplir toda nuestra necesidad.
Dios les sustentó con el maná, que no es un producto de la tierra, para mostrarles que él era suficiente para sostenerles.
Dios nos lleva por lugares angostos para que todo nos falle, y para que comprobemos que él puede hacerlo por nosotros. Dios lleva a algunos de los suyos por entre esta clase de sufrimientos, para que puedan encarar al diablo y decirle: «Dios me trajo a este lugar, y no hay nada que tú puedas hacer que sea más duro que el camino por el cual él me condujo».
Dios puso a Pablo en una situación en que era el espectáculo y el hazmerreír de los demás, para mostrarle que su gracia era suficiente. Cuando el desierto no nos da comida y el yermo desolado nos circunda por todas partes, el Señor los hará florecer.
Ahora, si Dios te conduce por lugares de prueba, no digas: «Dios quiere destruirme». Es para mostrarte lo que él puede hacer por ti. Él puede darte más de lo que necesitas. ¿Quieres aprender estas lecciones? Tú no puedes confiar en tus propias resoluciones, pero él es suficiente en todas tus pruebas y dificultades.
Demos ahora una mirada breve a sus tribulaciones y a la forma maravillosa en que Dios las satisfizo. Primero, no tenían agua; segundo, el agua era amarga; tercero, esto les amenazaba de enfermedad. No se nos dice que la hubiera, pero el que se hable de sanidad lo sugiere.
Dios los llevó al desierto de Shur, y el hambre los amenazaba. Luego llegaron a una fuente en el desierto, un oasis. Iban a beber, pero se retiraron desanimados; era agua amarga y contaminada. En su desengaño, se volvieron contra Moisés y contra Dios, y se quejaron de que se les hubiera llevado a aquel viaje.
Nosotros llegamos a este tipo de situaciones, en que todo parece cerrado y sin escapatoria. Si ese es tu caso ahora, Dios quiere enseñarte que los métodos que usabas antes ya no sirven; él quiere que confíes en él y no en los recursos terrenales.
Ellos llegaron al agua y dijeron: «Por fin tenemos agua». Pero era amarga. ¿No has pasado por algo así?
Cuando has intentado confiar en un antiguo amigo y apoyarte en su brazo, has visto que era diferente de antes, que ahora él no te entiende. Y las cosas que antes te daban placer y satisfacción ahora son vanas y desabridas. Quizá lo que buscabas se ha vuelto lo contrario de lo que creías.
Aquello que crees que va a salvarte pasa a ser la prueba más amarga de tu vida. Dios lo ha permitido. Dios la ha transformado aquella fuente antigua en hiel, para mostrarte que la verdadera ayuda no viene de allí, sino de él.
Y entonces viene la enfermedad o la amenaza de ella. Cómo afectan a Dios las cargas de los hombres. Cristo llora por los ancianos, por los enfermos, los afligidos. Doy gracias a Dios cuando veo que él puede aliviar estas cargas del cuerpo y del alma. Y a éstos, Cristo, mirándolos como ovejas sin pastor y sanándolos, les dice: «Venid a mí todos los que estéis fatigados y cargados, y yo os haré descansar».
El árbol que cura
Veamos ahora las provisiones de Su gracia para los israelitas. Primero, tenemos el agua amarga. Dios les dejó probar la amargura, pero luego la convirtió en agua dulce. Las aguas amargas no fueron quitadas, sino que su sabor fue neutralizado y pasaron a ser una fuente saludable.
Esto es lo que Dios hace; él deja que venga primero lo amargo. Cuando lo comemos, el librito se vuelve amargo en nuestra boca, pero en el interior es más dulce que la miel.
Hay disciplinas que parecen duras y amargas, pero después dan fruto apacible de justicia. Y luego, hallas que las cosas que habías creído eran las puertas de la muerte, son las puertas del cielo. Aquello que creías iba a partir tu corazón, lo llena de cánticos de gozo, y se abren caminos que nunca habrían estado abiertos de no haber sido por este sacrificio de ti mismo a la voluntad de Dios.
¿Cómo nos llega esta dulzura? Echando el árbol de sanidad a las aguas. Aquel árbol estaba a la mano; crecía junto a la fuente. Siempre se halla cerca de la prueba, y puedes echar mano de él para transformar tu aflicción en gozo.
A veces, es algún versículo que no habíamos visto nunca, y que nos ha hecho levantar victoriosos; o bien, cuando estabas a punto de hundirte, hallaste una bendita promesa o una visión de Su victoria, y con ella ha cesado la batalla.
Puedes ir a Londres y leer allí en la torre y en otras mazmorras, palabras escritas por mártires y presos; puedes ir a Roma y ver, en las antiguas catacumbas, promesas que capacitaban a los creyentes para declarar que los tormentos de sus verdugos carecían de aguijón, porque el Señor Jesús había hecho real su Palabra en ellos, y había transformado su sufrimiento en triunfo.
Querido amigo, ¿has aprendido el uso del árbol que crece junto a tu puerta, y que transforma las lágrimas en gozo?
El pacto de sanidad
Pero no solo tenemos este árbol de curación, sino el pacto de sanidad. «Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyes atentamente la voz de Jehová tu Dios, y haces lo recto delante de sus ojos, y das oído a sus mandamientos, y guardas todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador».
No solo hubo provisión para las tribulaciones del desierto, sino para las enfermedades físicas.
Aquí vemos, primero, que esta curación divina ha de ser solamente de él. «Yo lo haré». Ha de ser algo continuo. «Yo soy Jehová tu sanador». Está en tiempo presente. Día tras día, él declara: «Yo seré la fuerza de vuestros cuerpos».
Luego ha de ser por la obediencia. «Si guardas todos sus estatutos». Es necesario oír y obedecer.
Gran parte de nuestras enfermedades vienen porque, aunque nosotros no lo hagamos a propósito, no entendemos a Dios; entramos en el camino prohibido y vuelven nuestras enfermedades. Así que él nos manda que hagamos, no solo que oigamos.
Además, ha de haber una distinción entre tú y el mundo. El Señor quiere que traces una línea divisoria.
«Ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti». Este era un pacto y una ordenanza para ellos. Así que esto es equivalente a una designación de Dios como redención. Si no la aceptas, te privarás en la vida de uno de sus apoyos más dulces.
Cuarenta años más tarde, Dios renovó la misma promesa y el mismo pacto, con palabras más fuertes: «No pondrá sobre ti ninguna de las enfermedades de Egipto… pero las pondrá sobre todos aquellos que te aborrecen».
Luego notamos otras palabras en esta antigua ordenanza de sanidad. «Y allí los probó». Parece que ésta ha de ser una clase de prueba en nuestras vidas cristianas, para ver si confiamos en Dios o en el hombre.
Dios quiere comprobar si tenemos una confianza real en él o si es solo porque las cosas en que de verdad confiamos están lejos.
He visto que, cuando viene la enfermedad y el sufrimiento, y experimentamos si tenemos o no un Dios vivo que escudriña nuestra alma, y como resultado echamos mano de él, hacemos a Dios intensamente práctico después en nuestra vida.
Nadie piense que este principio de la curación de Dios debe ser forzado en todos, o que has de entrar en él poniendo en servidumbre tu conciencia. Dios quiere que estés plenamente persuadido en tu mente.
Pero si quieres tomar este texto de la Escritura y seguirlo por toda la Biblia, hallarás una misma enseñanza: que Dios aporta su suficiencia total a su pueblo en todas sus pruebas, y que él ha emprendido la tarea de ser para sus cuerpos lo que había sido para sus almas – el Dios que no cambia.
Considera esto en tu vida. Si estás luchando con la enfermedad, ¡cuánto necesitas que Cristo aliente su fuerza en ti en todo momento! No hay palabras para decir cuán cerca hará sentir el Salvador en tu vida que cada respiración que das es una parte de su ser vital. ¡Cuánto nos santifica esta idea, cómo nos hace andar con él en constante obediencia, y hasta qué punto parece multiplicar nuestras fuerzas!
La fuerza sobrenatural que obtenemos de Cristo es deliciosa. No es humana, es suya. Las cosas que hacemos en esta fuerza física divina van más lejos; llegan hasta los corazones de los hombres, y Dios parece que las hace durar por la eternidad. Este es un estatuto, una ley divina. Acéptala con la certeza de que es tan sólida como la Roca de los siglos. Si la tomas, te guardará hasta que hayas terminado tu camino.
Los pozos y las palmeras de Elim
Hay un cuadro más aquí: los pozos y las palmeras de Elim, después de las aguas de Mara. «Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas».
Esta es una dulce interrupción en la monotonía del cuadro: un oasis en medio de la desolación. Parece poner delante de nosotros suave verdor y sosiego.
Elim nos habla de descanso. Es el tipo de los tiempos de refrigerio que Dios nos envía después de temporadas de pruebas y sufrimientos. Los pozos nos hablan de provisión de agua, y las palmeras, de frescor en medio de la sequedad.
Hay doce pozos y setenta palmeras. Me gusta pensar que los doce pozos corresponden uno a cada mes, enseñándonos que Dios tiene alguna nueva revelación de sí mismo, alguna nueva provisión de gracia en cada temporada de la vida. Y las setenta palmeras nos hablan de una bendición para cada año. Los años promedio de la existencia humana son alrededor de setenta.
Hay un pozo para cada mes y un árbol para cada año. Nos dicen que toda nuestra vida puede ser fructífera, y que hay fruto a llevar en la juventud y también en la vejezDios tiene algo para cada uno de nosotros al comienzo y algo para el final.
Amados, bebamos de estos pozos. Como el jardín de Dios tiene doce clases de frutos, también nosotros tenemos estas doce fuentes de bendición. Estas son sus provisiones de gracia. Algunos, por otra parte, aplican esto a las doce tribus; es bueno pensar que hubiera un pozo para cada una.
Las setenta palmeras nos hablan de muchos frutos. El mismo hecho que la palmera crezca en el desierto muestra que el cristiano puede crecer en todo lugar. Ella necesita el sol del desierto; no crece en un suelo rico; quiere el desierto, porque allí no falta espacio para crecer; hunde sus raíces en la arena y alza sus hojas al cielo para absorber cualquier traza de humedad.
Como palmeras, nosotros hemos de crecer en el suelo más árido y encontrar lo que necesitamos en él. Si tienes a Cristo en tu corazón, puedes crecer en cualquier parte, puedes ser un cristiano feliz en la sociedad, en el hogar o donde quiera que te encuentres.
No es verdad que el ambiente, si es malo, tenga que echarnos a perder. Si tienes las raíces y las hojas que deberías tener, puedes hacer del desierto un jardín, y las personas acamparán a tu alrededor.
De la palmera se puede obtener abundante provisión. Ella da un centenar de productos, además de los dátiles. De sus raíces se extraen artículos variados y deliciosos. Su savia proporciona deliciosos zumos. Así, pues, si tú eres una palmera, darás sombra a las personas que estén a tu alrededor y serás útil a otros.
Además, como este antiguo árbol de Elim, seguirás creciendo y multiplicándote año tras año, y en la juventud y en la vejez habrás cumplido todo el ministerio de una vida hermosa y consecuente, y habrás sido no una, sino setenta palmeras.
El Señor te ayude para que lleves vida a esta región desértica. Síguele, y tendrás el desierto y las aguas amargas; pero tendrás un árbol que las hará dulces.
Luego llegarás a Elim, no solo con palmeras, sino con el árbol de vida en medio del huerto, y el río claro como el cristal, que fluye del trono de Dios y del Cordero, y el tabernáculo de Dios con los hombres, donde no se arrancarán nunca las estacas de las tiendas para emprender la marcha y cambiar de campamento, pues el desierto habrá dejado de serlo. Día feliz. ¡Así sea, amén!