Pues si por la trasgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia».
– Rom. 5:17.
Esta es una palabra que despierta el apetito espiritual del creyente que busca agradar al Señor, y una palabra de aliento para quienes han enfrentado dificultades en su carrera, ya sea por sus propios fracasos, o por haber sido defraudados de otros hombres. Pablo, con la gracia del Señor que le inspira, nos lanza un desafío precioso. ¡Podemos llegar a reinar en esta vida, si tan solo recibimos la abundante gracia que se nos ofrece!
Sabemos que la trasgresión y caída de Adán nos legó todas las consecuencias que vemos a diario en nosotros mismos, y en los males que azotan a la humanidad. La expresión: «…no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago» (Rom. 7:19), resume el drama de la raza humana. No hay ámbito del quehacer humano que no tenga este sello. Por ejemplo, sabemos el daño que causamos cada día al medio ambiente; sin embargo, seguimos contaminándolo; sabemos que ciertos alimentos son dañinos para nuestra salud, pero continuamos consumiéndolos. Y así, podríamos enumerar muchos ejemplos.
El hombre sigue esclavo al principio del bien y del mal: conoce el bien sin poder ponerlo por obra, y reconoce el mal sin poder evitarlo. Es el síndrome de Adán, cuya trasgresión nos heredó la muerte – el dolor, la impotencia, el fracaso en todas sus formas.
En contraste, la expresión «mucho más», tiene la fuerza de darnos esperanza, pues, siendo nosotros testigos de la fatal eficacia del principio ‘adánico’ –vemos muerte por doquier–, lo que ahora se nos ofrece ha de ser mucho más eficaz, pues, indiscutiblemente, Cristo es muchísimo mayor que el trasgresor Adán.
Nuestro Señor Jesucristo nos proveyó un nuevo comienzo; su sangre preciosa lavó todos nuestros pecados (su recuerdo ya no nos produce desazón, otra forma de muerte); su muerte en la cruz ha venido a ser nuestra muerte, pues «con Cristo estamos juntamente crucificados» (Gál. 2:20), y más aun fuimos «resucitados juntamente con él» (Ef. 2:6). ¿Qué es esto sino «la abundancia de su gracia»?
El perdón de los pecados es una experiencia maravillosa para el creyente; sin embargo, si no recibe toda la provisión de Dios en Cristo, si no se ha apropiado de la muerte y la resurrección del Señor, aún está luchando con fuerzas propias. Esto explica el fracaso en muchos cristianos: quienes se conforman solo con la experiencia inicial de recibir el perdón, son presa fácil del desánimo; la muerte reina sobre ellos.
La abundancia de la gracia, que el apóstol nos invita a recibir, incluye la plenitud de la obra y de la persona de nuestro Señor Jesucristo. Apropiémonos, pues, de todo lo que se nos ha dado en Cristo. Recibiendo la abundancia de su gracia, reinaremos en vida, pues habiendo sido sepultados con él (Rom. 6: 4), fuimos también resucitados con él. La poderosa vida de resurrección –que hemos recibido los que somos de Cristo– no puede ser tocada por la muerte en ninguna de sus formas. Por medio de ella, parados firmemente sobre este terreno, en Cristo, resucitados con él, comenzamos a reinar en vida.
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