Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos».
– Rom. 11:32.
Explicar por qué Dios permitió que Israel llegara a ser un pueblo de esclavos, y que Moisés llegara a ser un homicida prófugo de la justicia, tiene que ver con la forma como Dios nos obtiene.
Obtener para sí un pueblo de príncipes no era cosa fácil para Dios (si podemos hablar así); de la misma manera, obtener para sí un hombre encumbrado en lo más alto de la gloria humana, tampoco. Pero sí Dios podía obtener un pueblo de esclavos y un homicida. «Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos». No empujarlos a la desobediencia, sino permitir su desobediencia.
No debemos pensar que hubo un despropósito en Dios. Al contrario, lo que Dios hizo fue solo ofrecer las condiciones para que tanto su pueblo como Moisés, pudieran conocerse a sí mismos, y no presumieran delante de Dios. Dios tenía los más altos designios para ellos, pero a Dios no le sirve un pueblo presumido ni un siervo engreído. Por tanto, es un acto de misericordia de Dios el que haya permitido a Israel caer en la esclavitud y a Moisés llegar al homicidio, para que de esa manera quedase en evidencia su naturaleza esencial.
Todos los hombres son pecadores, esclavos del pecado. Como tipo de la iglesia, Israel tenía que comenzar su historia como pueblo en la esclavitud, para que de ahí lo rescatara el Señor, como ejemplo y figura de todos aquellos a los cuales Dios rescataría después.
Nuestra historia comienza en la esclavitud, porque todo el que peca es esclavo del pecado (Jn. 8:34). Con Israel tenía que escribirse desde allí su historia, para que después pudiese decirse de nosotros también: «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia» (Rom. 6:17-18).
Del mismo modo ocurrió con Moisés. Él fue un homicida, al igual que todos nosotros lo somos. La Escritura dice: «Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida permanente en él» (1 Juan 3:15). Nadie con un mínimo grado de honestidad puede negar que alguna vez haya aborrecido a su hermano. Tal vez alguien lo esté haciendo ahora mismo, por lo cual es, a los ojos de Dios, un homicida.
Decirle a alguien que es un homicida puede resultar altamente ofensivo, y será motivo suficiente para su más enconada defensa. Sin embargo, cuando llegamos a ese abismo de degradación, no tenemos argumentos que esgrimir. Antes de llegar a ser esclavo, el pueblo de Israel pudo haber jurado que jamás lo sería. Antes de su caída, Moisés también pudo haber tenido mucha seguridad en la limpieza de sus manos. Pero después no hubo razones.
Cuando Dios nos deja caer, toda degradación tiene su nido y toda maldad aflora por nuestra carne caída. Entonces Dios introduce su misericordia, nos perdona a todos, y nos puede usar. Desde entonces no habrá presunción alguna.
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