…el que creyere, no se apresure».
– Isaías 28:16.
Siempre que enfrentamos una situación en este mundo, la propuesta es que apresuradamente tomemos una posición. El mundo no acepta esperar, no soporta el tiempo, está siempre en competición, siempre procurando superar las barreras del tiempo y el espacio, y constantemente nos incita a correr con ellos: «A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan» (1 Ped. 4:4).
El mundo hace oposición a los hijos de Dios, porque vive de lo que es aparente, de lo sensorial, y todo es instantáneo; pero los hijos de Dios, los justos, viven de la fe. La prisa es enemiga de la fe. La fe es un ancla segura y firme; no es un sentimiento, sino la acción de esperar en un firme fundamento, esperar en la palabra de Aquel que no puede mentir: «La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec» (Heb. 6:18-19).
Apresurarse, para el mundo, puede ser una virtud, pero para Dios es incredulidad. La actitud de aquel que cree no es la ansiedad, sino el descanso: «Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre» (Is. 32:17). El alma del cristiano, que aún no está plenamente santificada, necesita de la palabra de Dios. Nosotros, sus hijos, necesitamos oír su enseñanza que dice: «Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón. Sí, espera a Jehová… Guarda silencio ante Jehová, y espera en él… Estad quietos, y conoced que yo soy Dios» (Sal. 27:14, 37:7, 46:10).
El Salmo 131 nos enseña cómo debemos portarnos delante de Dios, esto es, como un niño destetado de su madre. Esto es humildad verdadera, es ser mayor en el reino de los cielos: «Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mat. 18:4). Aquél que cree, no se apresurará. Esto no es una posibilidad, sino una afirmación de Dios. No nos engañemos a nosotros mismos; sea nuestro hablar sí, sí; y no, no. Si nos apresuramos es porque no estamos creyendo.
La incredulidad o la fe también se puede volver algo visible. Ella se torna visible por la prisa o por el descanso. Si hay descanso, entonces hay fe; si hay ansiedad y prisa, es incredulidad. Si estamos agitados, ansiosos, con prisa, no debemos quejarnos, sino volvernos a Jesús, el autor y consumador de esta fe preciosa (Heb. 12:2).
Es necesario volvernos y conocer a Aquel que es manso y humilde de corazón, y en él hallaremos fe, y descanso para nuestras almas: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mat. 11:28-29).
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