Inmediatamente antes de que la gloria de Dios abandonase el templo de Jerusalén, y antes de que los verdugos comenzasen a destruir a los culpables, Dios llevó al profeta Ezequiel, en visión, para que fuese testigo de las abominaciones que se cometían en ese santo lugar (Ezequiel capítulos 8 y 9). Era preciso que alguien viese aquello y diese testimonio de por qué Dios procedería de esa manera tan drástica con su pueblo.

El profeta es llevado al templo mismo, donde ve una imagen –probablemente de alguna deidad cananea– puesta junto a la puerta del altar. Luego, ve tres grupos sucesivos de personas, cada uno cometiendo hechos más reprobables que el anterior. Debemos hacer notar que el templo era el lugar santo de la ciudad santa, en la nación santa. Era como el Lugar Santísimo de todo Israel.

El primer grupo lo constituían setenta ancianos que adoraban figuras abominables pintadas en las paredes. El segundo lo conformaban mujeres llorando a Tamuz, un ídolo babilónico. El tercero eran veinticinco varones (probablemente sacerdotes) que adoraban al sol, de espaldas al templo, postrados hacia al oriente. Ellos habían dicho: «No nos ve Jehová; Jehová ha abandonado la tierra».

Una vez que Ezequiel ha tomado conocimiento de estas cosas, Dios retira su gloria del Lugar Santísimo. Un varón vestido de lino marca a los inocentes para librarlos de la muerte, y luego da la orden a los verdugos para que hagan su tarea. La ira de Dios se desata desde el santuario mismo, que es el lugar adonde ha llegado a su colmo la maldad de Israel.

Ahora, ¿qué relación tiene esto con nosotros? El verdadero Israel –la iglesia– está viviendo días muy similares. La gloria de Dios está abandonando su Casa. Los que tienen el servicio más íntimo en medio de ella son los primeros culpables. Pocos son los que gimen por las abominaciones que se cometen – y aparte de gemir, no es mucho lo que pueden hacer. Es preciso que el juicio comience por la casa de Dios.

¿Cuáles son las modernas imágenes pintadas en la pared a las cuales los cristianos adoran hoy? ¿Quién es Tamuz, aquel ídolo abominable, al cual las mujeres cristianas lloran? ¿Cuál es el sol de oriente ante el cual los ministros de Dios se postran hoy?

Dios nos conceda, en su gracia, tener los ojos ungidos para ver las abominaciones que se cometen, y para escapar de ellas y de los juicios que vendrán. Que no seamos contados entre los culpables que caen bajo la ira de los verdugos, sino entre los inocentes marcados por la tinta del varón vestido de lino.

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