En su libro «Santiago: Prueba, Madurez y Reino», el escritor brasileño Delcio Meireles aborda el tema de la salvación del alma, y el papel que tienen en ella las pruebas. Meireles explica que la salvación tiene tres aspectos, una pasada, una presente y una futura. La pasada, afecta a nuestro espíritu, que fue salvo en la regeneración; la presente, afecta a nuestra alma, que está siendo salvada; y la futura, que afectará a nuestro cuerpo. La salvación del espíritu es lo que se conoce como la justificación, la salvación del alma es la santificación, y la salvación del cuerpo es la redención.
Entender la «salvación del alma» como una actividad presente, inconclusa aún, no es fácil. Acostumbramos a creer que nuestra alma ya fue salvada por haber creído en el Señor Jesucristo. Esa dificultad se debe, en parte, a la traducción de la palabra griega psiqué por vida, en las versiones modernas de la Biblia. Por ejemplo, en Mateo 16, el Señor dice a los discípulos –no a los incrédulos– las siguientes palabras: «Porque todo el que quiera salvar su vida (alma), la perderá; y todo el que pierda su vida (alma) por causa de mí, la hallará». Cuando el Señor habla aquí sobre la necesidad de «perder el alma», se refiere a negarse a sí mismo, a la vida del yo.
En este contexto, se entiende la finalidad de las pruebas en la vida del creyente. «La prueba –dice Meireles– nos da la oportunidad de negarnos a nosotros mismos, con miras a la salvación de nuestras almas; la prueba de nuestra fe produce perseverancia que, a su vez, tiene que ser constante y direccionada, a fin de alcanzar la madurez, ser completos, sin deficiencia.
En otras palabras, el carácter del Señor Jesús será formado en nosotros, seremos moldeados en la misma imagen del Hijo primogénito (Rom. 8:28-30; Gál. 4:19). Esa es la meta que el Señor tiene para cada uno de sus hijos y su propósito eterno solo podrá ser cumplido cuando esta meta sea alcanzada. Todo aquel que coopera con el Espíritu Santo en la realización de esta tarea celestial, es considerado bienaventurado, porque soportó la prueba y cuando «haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a lo que le aman» (Stgo. 1:12)».
Esto queda claro también en la experiencia de Job, quien no sufrió por el pecado, sino porque necesitaba perder su alma en algunos puntos, como quedó claro durante su prueba. Cuando los ojos del Señor, como llama de fuego, penetraron en las partes más ocultas del alma de Job, y sus ojos fueron abiertos para verse a sí mismo, pudo decir:«De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven» (Job 42:5). Así, las pruebas colaboran para la «salvación» de nuestra alma.
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