El Señor Jesús reprendió severamente a los judíos por pedir señales. Ellos querían que Jesús les convenciera mediante milagros y hechos portentosos que él era el Cristo. Sin embargo, el Señor no aceptó concederles tal cosa.
Es que las señales no producen fe en el corazón, solo satisfacen la curiosidad de la carne. Cuando, en la historia relatada por el Señor, el rico pide a Abraham que envíe algún profeta resucitado de entre los muertos para que su familia se arrepienta, Abraham contesta: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos» (Luc. 16:31). Ni siquiera la resurrección de un hombre podría producir arrepentimiento para vida, porque eso solo lo produce el oír y creer la palabra de Dios.
Los que piden señales se mueven en la esfera de la carne, de las cosas exteriores. Sin embargo, Dios busca el corazón del hombre, en ese rincón donde solo Dios ve y puede entrar.
Corazín, Betsaida, Capernaum son ciudades galileas que pasaron a la historia como escenarios donde el Señor hizo muchos milagros, y a las cuales el Señor reprendió por no arrepentirse. «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y ceniza» (Mat. 11:21). A Capernaum le dice: «Si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy». Pocas palabras son tan severas como las que el Señor dirige a las ciudades y los hombres buscadores de milagros.
En otra ocasión, cuando los escribas y fariseos le dijeron al Señor: «Maestro, deseamos ver de ti señal», él les contestó: «La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no les será dada, sino la señal del profeta Jonás». Y esta señal no tenía que ver con hechos portentosos que satisficieran la curiosidad de la gente, sino que apuntaba a Su propia muerte y resurrección.
En seguida, él compara a esa generación con un hombre del cual ha salido un espíritu inmundo. El espíritu inmundo regresa otra vez y toma posesión de aquel hombre, provocándole un daño mayor. De la misma manera, esa generación que fue objeto de la gracia y el poder de Dios, se vería posteriormente zarandeada por Satanás, y su postrer estado sería peor que el primero.
Los que piden señales se exponen a un mal fin. Ellos no tienen un corazón para oír al Señor y creer a su palabra. El corazón malvado busca siempre una excusa para no arrepentirse. Pablo, hablando a los corintios, dice: «Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura» (1 Cor. 1:22-23). Ni los judíos pidiendo señales, ni los griegos buscando sabiduría, agradan a Dios. Solo los que se glorían en Cristo crucificado satisfacen su corazón.
La cruz de Cristo es la señal del profeta Jonás, la única que Dios da al hombre como testimonio acerca de su Hijo. A Cristo no se le conoce verdaderamente a través de las señales, sino en la cruz. Allí realizó él la obra más portentosa y de más vastos alcances.
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