Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios».
– Rom. 8:14.
En el original griego encontramos dos palabras para definir un hijo de Dios: teknós y huiós. Los teknós son todos los hijos recién nacidos, los bebés o niños en Cristo, y los huiós son los hijos maduros.
Cuando nacemos de nuevo ya tenemos el Espíritu, pero aún no aprendemos a ser guiados por el Espíritu. Nuestras facultades aún no están ejercitadas. En el comienzo, muchas veces somos guiados por la carne, acarreándonos muchos problemas a nosotros mismos y a los demás: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía» (1 Cor. 3:1-2).
El propósito del Señor es que crezcamos espiritualmente, y no nos quedemos como niños inconstantes. Para esto, él proveyó para sus hijos toda la suficiencia a través del Espíritu, mediante el ministerio de la Palabra y de los santos maduros (Ef. 4:11-14).
Para entender esto, tenemos que ir al libro de Hechos, donde el Espíritu destaca a dos de ellos: Esteban y Felipe. Esos dos hermanos fueron escogidos junto con otros cinco para que se encargasen de servir a las mesas. Estos eran huiós, hombres de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría; hombres que servían a la iglesia, pero no solo esto: eran guiados por el Espíritu Santo.
Esteban fue el primer mártir de la iglesia. Él hacía grandes señales y prodigios entre el pueblo, cuando algunos judíos lo apresaron y lo llevaron al sanedrín para después apedrearlo (Hechos 7). El capítulo 8 habla de Felipe predicando la palabra en Samaria y yendo después a Gaza para encontrarse con un eunuco etíope, predicándole a Cristo.
Ellos eran hombres llenos del Espíritu. Todo hijo maduro es guiado por el Espíritu, y no se inclina a las cosas de la carne, sino a las cosas del Espíritu (Rom. 8:5). Todo hijo maduro se vuelve útil, tanto para con la iglesia como para el Señor, tanto para los hombres como para Dios.
Por eso un hijo huiós no puede ser establecido ni controlado por hombres. La iglesia tiene una cabeza, Cristo, y todo proviene de Él. Los hijos huiós son guiados por el Espíritu; por eso, obedecen al Espíritu, y a Aquel que es la cabeza. Pero esto no los torna negligentes para con los hombres. Ellos ayudan a que los hijos teknós crezcan para ser también guiados por el Espíritu, y así sirvan, como Jesús, delante de Dios y delante de los hombres.
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