Romanos 11:36 dice: «Porque de él, por él y para él son todas las cosas». Colosenses 1: «Porque en él fueron creadas todas las cosas … todo fue creado por medio de él y para él». Lo que se dice de Dios en Romanos se dice también del Señor Jesucristo en Colosenses, porque, evidentemente, él es Dios. Apocalipsis refuerza lo mismo al decir: «Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor» (1:8). Alfa era la primera letra del alfabeto griego, en tanto la Omega, era la última. Todo tuvo en él su comienzo, y todo tiene en él su final.

Pero eso no es así solo en obra de la creación; lo es también en la obra presente de Dios. Todo ha de tener comienzo en él, para que él lo reconozca como suyo. Asimismo, todo ha de ser para él, para que tenga la motivación correcta. Lo que surge del hombre no procede de aquel que es el Alfa; lo que glorifica al hombre, no tiene como fin aquel que es el Omega.

Hay muchas cosas que hacemos para Dios que se originan en nosotros. Sin duda, ellas no tendrán como fin a Dios. Una de las cosas más difíciles para un siervo de Dios es esperar en Dios sin hacer nada por sí mismo. En esa espera, muchas cosas surgirán en su mente que exigirán su realización. Será necesario, entonces, una firme voluntad para esperar hasta que Dios comience algo, para luego seguirle a él en su obra. Los profetas y maestros de Antioquía no hicieron nada, sino ministrar al Señor. Y esperaron hasta que él tomó la iniciativa; luego ellos pudieron colaborar con Dios en Su obra (Hechos 13).

Aquello que comienza en Dios es seguro; de modo que los siervos de Dios pueden participar de ello con absoluta confianza y certeza. Eso no se desvanecerá con el tiempo, ni será sin fruto. Pero aquello que comienza en Dios no traerá gloria para el hombre. Será «para él».

Pero hay algo más. No solo el comienzo y el fin, sino que también el medio –el modo de hacer– y los recursos para hacer la obra de Dios, han de ser suyos. A la hora de hacer la obra de Dios, también tenemos que negar la fuente natural, los recursos del hombre. Cristo es el origen, el medio y el final de toda obra de Dios. Para reconocer si una obra es de Dios o no, podemos preguntarnos, entonces, cuál fue el origen de tal cosa, cuáles son los recursos utilizados para su realización, y cuál es el fin de aquello, el para qué, o para quién.

Si nuestra obra no resiste este análisis, entonces su procedencia es dudosa, su calidad deleznable, y su fin mezquino. ¡Cómo nos conviene esperar en Dios, hasta que se agote nuestra creatividad y nuestras fuerzas, y hasta que nuestra motivaciones sean purificadas! ¡Todo ha de proceder de él, ser por medio de él y para él!

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