¿Cuál es la firme base sobre la cual Dios levanta su obra? Hay tres episodios en el Nuevo Testamento, asociados con el apóstol Pedro, que responden estas preguntas.
La confesión de Cesarea. En Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a sus discípulos quién dicen los hombres que es él. Ellos le dicen que todos le asocian con alguno de los profetas. Entonces él les pregunta a ellos lo mismo. Pedro declara: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». El Señor replica: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mat. 16:16-17). Jesús es el Ungido de Dios, en quien el Padre ha querido reunir todas las cosas. También es el Hijo Unigénito de Dios. Y la única manera como puede ser conocido es por revelación del Padre.
El fundamento de toda la obra de Dios no es un conocimiento bíblico de Cristo, sino la revelación interior, que es el punto de partida de una relación vital con el Señor. Esta revelación es absolutamente personal. Juan dice que el evangelio fue escrito «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:31). Esta es la razón de ser de toda la Escritura: que los hombres crean correctamente, para que creyendo, tengan vida en el nombre de Jesús.
La interrupción en el monte. El Señor lleva a Pedro, Juan y Jacobo al monte, y allí se transfigura delante de ellos. Y aparecen junto a él Moisés y Elías. Entonces Pedro propone hacer tres enramadas: una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. En ese momento, una voz desde la nube dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a él oíd» (Mat. 17:5). El Padre interviene desde el cielo para hacer callar a Pedro, y poner las cosas en su lugar. Moisés (la ley) y Elías (los profetas) estuvieron vigentes hasta Juan (Luc. 16:16), pero desde entonces, solo una voz debe oírse: la voz del Hijo de Dios.
Creer que Jesús es un profeta, no es suficiente; es preciso creer lo que él es en su preciosa persona: el Cristo de Dios, y el Hijo de Dios. Estas cosas, que han sido escondidas de los sabios y de los entendidos, han sido reveladas a los niños (Mt. 11:25).
El testimonio ante el concilio. Luego de la sanidad del cojo en el pórtico La Hermosa, Pedro es llevado ante el concilio. Allí, él da testimonio, diciendo: «Jesucristo de Nazaret … a quien Dios resucitó de los muertos … es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo» (Hech. 4:10-11).
Pedro testifica de la resurrección de Cristo. ¿Cómo podría ser Jesús el fundamento de la obra de Dios si hubiese sido vencido por la muerte? Luego, él da testimonio acerca de Jesús como la piedra del ángulo, reprobada por los edificadores. Los hombres le han rechazado, ¡pero Dios le ha aprobado! La roca no es Pedro, sino Cristo. Y no es solo Cristo exaltado a la diestra del Padre, sino Cristo dado a conocer por el Padre en la tierra. La obra de Dios solo tiene una base sólida en Jesús, el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
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