A menudo tenemos la tendencia a mirar lo que está delante de los ojos, lo aparente, y no a lo invisible, por la fe. Para que tengamos una visión correcta, el Señor dio a la iglesia los profetas. Son ellos los que nos abren esta visión por la Palabra: «Sin profecía el pueblo se desenfrena» (Prov. 29:18). Para darnos una visión correcta, el Señor siempre nos hace volver al principio – nos hace mirar a Jesús. Fue así que los antiguos alcanzaron un buen testimonio por la fe (Heb. 11:2).
Hageo fue uno de los profetas levantados por Dios junto con Zacarías en el tiempo de la restauración del templo de Israel. Aunque el Señor habla del templo de Israel en el capítulo 2, la referencia para nosotros no es el templo, sino la iglesia gloriosa. Cuando el Señor manda al pueblo mirar, por la fe, a la gloria postrera de la casa, es claro que él se refiere a nosotros.
Dios estaba hablando de Cristo Jesús y de su Casa que él mismo edificó (Heb. 3:6); por eso podemos hacer una referencia a esta Casa. Haciendo alusión al verso 3 de Hageo capítulo 2 el Señor nos pregunta: ¿Quién vio la gloria de la primera Casa, de la iglesia primitiva? Podemos vislumbrarla por la fe, mirando a las Escrituras, y verla como oro, plata y piedras preciosas (1 Cor. 3:13).
¿En qué estado vemos la Casa ahora? Mirando a la cristiandad en nuestros días, ¿no es como nada a nuestros ojos? Si miramos de esta forma, lloraremos como los judíos por no poder restaurar y vivir aquella gloria. Y nunca la podremos restaurar en su totalidad, viendo que el Señor nos enseña esto por las cuatro iglesias de Apocalipsis que él hallará cuando vuelva: Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
Hoy encontramos a los cristianos en muchas y diversas realidades. Si miramos a esto, seremos confundidos, pero el Señor restaura nuestra visión por la profecía, y nos hace mirar a Jesús y a la gloria postrera de la Casa. El Señor aparta nuestros ojos de lo que es aparente y hace que miremos a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, y en él vemos una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino santa e irreprensible.
Entonces el Señor nos estimula a todos diciendo por el verso 4: «Esfuérzate … y cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra … y trabajad; porque yo estoy con vosotros». En el verso 8, él aun dice: «Mía es la plata, y mío es el oro, dice el Señor». Las operaciones de Dios (oro), los ministerios del Señor (plata) y los dones del Espíritu (piedras preciosas) no nos faltarán. No faltará nada, porque fiel es quien lo dijo, el cual también lo hará (1 Tes. 5:24).
La gloria de esa última Casa será mucho mayor que la primera, dice el Señor. Aunque tengamos muchas diferencias, tenemos que volver nuestros ojos a esta Casa postrera. Sigamos a lo que es perfecto, y el camino es el amor: «Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto» (Col. 3:14).
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