Resulta increíble pensar que un hombre, en su completa indefensión y su más absoluta debilidad, pueda lograr impactar de tal manera la vida de otro hombre que sea capaz de modificarla por completo; cambiar sus sentimientos, emociones, voluntad, creencias, ¡la vida entera!
Cuando Jesús, nuestro Salvador, iba camino al monte de la Calavera, luego de haber sido golpeado, azotado, escupido por los soldados romanos, y obligado a llevar sobre su cuerpo herido una pesada cruz, aparece en escena un hombre que pasaba por el lugar y, que al igual que la mayoría de los asistentes a ese “espectáculo”, su única intención era curiosear. Este hombre se llamaba Simón de Cirene.
En el relato que los evangelistas nos entregan con respecto a esta escena, no es posible advertir mayores detalles de quién era dicho hombre. Sin embargo, Marcos nos entrega un detalle digno de considerar y que nos otorga luz en torno a la vida de este hombre y su familia. En el pasaje de Marcos no solamente se menciona a Simón, sino que también a sus hijos: Alejandro y Rufo. Este dato es muy significativo, pues, luego, en la carta del apóstol Pablo a la iglesia en Roma, éste hace mención, en sus saludos finales a los hermanos de la iglesia, a un hermano llamado Rufo de quien dice: “escogido en Cristo”. ¿Quién es este Rufo? ¡Es uno de los hijos del hombre que se vio obligado a llevar la cruz del Señor Jesús camino a la crucifixión! ¡Su hijo creyó en aquel hombre indefenso y débil a quien su padre le ayudó a llevar la cruz!
Simón no vio a Jesús siendo ungido por el Espíritu Santo en el río Jordán, tampoco fue testigo de la multiplicación de los panes, ni tampoco estuvo presente en el monte de la transfiguración. Simón no vio a Jesús caminado por las aguas o anulando el poder de la muerte y llamando a la vida a Lázaro. ¡Él vio a Jesús en su debilidad y agonía!
¿Cómo habrá sido ese caminar? ¿Qué habrá visto Simón en Jesús? Lo más probable es que no haya existido ninguna palabra dicha el uno al otro. Pero el caminar al lado de Jesús, cargando la pesada cruz, fue suficiente para Simón. Él vio al Salvador del mundo entregándose por entero, sin reservas ni medidas para que nuestra salvación se efectuase.
Este es el poder de la cruz de Cristo. Es superior al efecto producido por los grandes milagros y evidencias. En la más completa debilidad es capaz de cambiar la vida de un hombre, y más que eso, también a toda una familia.
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