Y pondrás en el pectoral del juicio Urim y Tumim…».
– Éxodo 28:30.
Cada detalle acerca del tabernáculo y aun de las vestiduras sacerdotales, nos revela a Cristo. Nunca podemos separar algo de las Escrituras de la persona de Cristo; de lo contrario, estaríamos entre los falsos edificadores (Mat. 21:42). El Padre quería ver en el tabernáculo a su Hijo, quería mirar al sumo sacerdote con sus vestiduras y ver a Aquél en quien estaba toda su delicia. Ellos eran figuras y sombras de las cosas celestiales (Heb. 8:5).
Son muchos los detalles y revelaciones que el Señor nos da por las vestiduras sacerdotales, pero esta vez queremos destacar el Urim y el Tumim, que eran dos piedras puestas en el «pectoral del juicio», utilizadas para revelar la voluntad de Dios.
El pectoral del juicio era para equilibrar las cosas de Dios delante de los hombres pecadores, para mostrar que Dios era bondadoso, misericordioso y lleno de gracia, pero también justo. Que su bondad no estaba desligada de su severidad. Y en el pectoral del juicio, sobre el corazón del sacerdote, iban el Urim y el Tumim, que significan Luces y Perfección. Él entraba en el Lugar Santísimo para hacer expiación por el pueblo, pero en su corazón anhelaba Justicia y Verdad, Revelación y Santidad.
Hoy, esto trae la figura de algo muy bendito para el pueblo de Dios. Jesús, como sumo sacerdote, entró por nosotros en el cielo mismo, pero antes fue sacrificado fuera de la puerta, como el Cordero de Dios. Para que él se volviese nuestra paz, antes tuvo que haber juicio. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados; su corazón anhelaba justicia, verdad y santidad: «Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Cor. 1:30).
El Señor no cambia, y mucho menos su corazón. En su corazón están el Urim y el Tumim, esto es, las luces, la revelación, la verdad y la perfección, la santidad para su pueblo (1 Tes. 4:7-8). El pectoral del juicio nos hace siempre recordar que gozamos de su gracia y de su misericordia, pero nunca podemos olvidarnos de su justicia:«Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado» (Rom. 11:22).
El Urim y el Tumim nos revelan que la voluntad de Dios es que, este pueblo redimido, aún sea purificado y santificado: «…para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha» (Ef. 5:26-27); una iglesia que necesita aprender a discernir entre lo santo y lo profano (Ez. 44:23).
Como sacerdotes reales, nosotros también debemos llevar el mismo Urim y Tumim en nuestros corazones. No solo como revelación para nosotros mismos, sino también como necesidad para los pecadores y para el pueblo de Dios. Primero –como era con los sumos sacerdotes– el sacrificio por sí mismo, y después, por todo el pueblo (Heb. 5:1-3).
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