Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido».

– Efesios 5:33.

En el Nuevo Testamento vemos en todo la figura de Cristo y la iglesia. En este pasaje de Efesios 5, el apóstol Pablo nos habla por el Espíritu de la relación entre el esposo y la esposa, haciendo una alusión a Cristo y la iglesia. Son muchas las enseñanzas en esos versos, pero lo que queremos destacar es la comunión con Cristo nuestro Señor, y la iglesia, su amada.

La primera es que entre Cristo y la iglesia no hay intermediarios, pues eso sería adulterio. Jesús no puso a nadie para alimentar y cuidar de su iglesia, porque él mismo es quien hace esto (Ef. 5:29). Él mismo es quien cuida de su cuerpo, lo alimenta y lo edifica: «…sobre esta piedra edificaré mi iglesia» (Mat. 16:18).

El único personaje que encontramos en la Palabra en esta comunión entre Cristo y la iglesia es la figura del amigo. El amigo sabe lo que Él hace, y se alegra: «El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo» (Juan 3:29).

La iglesia, como nos enseña el Espíritu en esos versos, debe ser sumisa a Cristo, debe honrarlo como su cabeza. Así fue que Dios hizo en su reino: «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo» (1 Cor. 11:3).

Cristo ama su iglesia con toda su intensidad, y dio prueba de ello entregándose por ella. Pero la iglesia, nosotros los cristianos, ¿somos sumisos al Señor? ¿Lo tenemos como nuestra cabeza? ¿Lo reverenciamos, lo honramos debidamente?

La sujeción debe ser voluntaria, de corazón, no por imposición. El esposo jamás podrá exigir de la esposa la sujeción, solo amarla. Jesús jamás obligará a la iglesia a serle sumisa. No es por fuerza, ni por violencia, sino por su Espíritu.

Él es manso y humilde de corazón. Su amor por la iglesia lo hace paciente, sufrido y benigno. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Él no quiere que la iglesia se adorne de oro o de ropas costosas. Él ama que la verdad esté en lo íntimo, que la iglesia se adorne de vestiduras espirituales, de sujeción, y que espere todo en él.

El Señor ya nos ama con toda la intensidad. Nos corresponde a nosotros ahora serle sumisos. Él jamás nos va a forzar a esto, pero él nos ha enseñado con toda mansedumbre. Debemos honrarlo y tenerlo como nuestra cabeza. Su amor lo ha hecho soportar nuestra falta de sujeción. Su amor lo ha hecho esperar que nos arrepintamos. Su amor lo ha hecho creer que un día todas las cosas le estarán sujetas, y él será todo en todos. Es tiempo de arrepentirnos, y darle la honra debida.

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